Nicaragua: relación de democracia y medio ambiente, por Francisco Javier Gutiérrez
En la democracia del infierno para muchos y del paraíso para pocos, tres cuartas partes de la población nicaragüense sobreviven milagrosamente en la miseria sin tener acceso a un patrimonio ambiental potencialmente capaz no sólo de satisfacer sus necesidades básicas sino tampoco sus aspiraciones óptimas de vida
¿Cuánta hambre puede soportar la democracia? La respuesta es proporcional a cuánto despojo ambiental es capaz no sólo de tolerar sino de promover la actual democracia.
A la culta élite de la antigua Atenas no le hubiera gustado mucho la democracia a lo nica. Y es que las anémicas cifras oficiales reflejan aunque de forma tenue los índices de la tragedia: la mortalidad materno-infantil se expresa en cifras de tres dígitos, de cada cien nicaragüenses sólo 20 tienen acceso al trabajo formal, la actual tasa de deforestación (150 mil hectáreas por año) promete dejar al país sin bosques en la primera década de este siglo, y una despiadada contaminación de agua y alimentos deja como saldo anual casi un millón de personas enfermas y muertas.
La vieja creencia de que el país es agropecuario y no agroforestal sustenta la peregrina ilusión de que ?Nicaragua volverá a ser el granero de Centroamérica?. Lo anterior es un peligro inminente para la mayor reserva de biosfera de la región: Bosawás, la que, igual que la selva amazónica hace un cuarto de siglo, está siendo ofrecida con fines políticos desde 1990 como tierra sin hombres para hombres sin tierra.
Mientras tanto al otro lado de la moneda, ¿quiénes se benefician de los tres millones de hectáreas que el Estado ha otorgado en concesiones mineras y forestales? ¿Quiénes se benefician de las concesiones pesqueras? La población pobre y marginal tal vez, no. Solamente se benefician las cúpulas políticas y el gran capital nacional que muchas veces ha demostrado ser antinacional al invertir fuera del país y rehuir sus compromisos fiscales.
Los especialistas en cooperación aseguran que desde la Segunda Guerra Mundial, después de Israel, Nicaragua es el único país en el mundo que mayor apoyo y respaldo económico ha recibido de la comunidad internacional, pero aún así continúa en el cuadrilátero continental de la pobreza, disputando la corona con Haití.
El DDT en la leche materna de las mujeres de Nicaragua ha registrado en el pasado una de las concentraciones más altas del planeta, sin embargo hoy en día en esa marisma de alucinaciones llamada Mercado Oriental, donde en un laberinto de tedio y angustias a diario palpita la economía nacional, cualquiera puede comprar este veneno por libra como quien compra pinolillo. La ley prohíbe el uso de unos 15 venenos similares, pero en la realidad éstos cobran al año miles de muertes por intoxicación.
Las leyes ambientales de Nicaragua son de las mejores del mundo, pero no se aplican y en el peor de los casos se aplican en el absurdo. Así, tenemos áreas protegidas que nunca han tenido protección, especies en peligro de extinción que nunca se han preservado, dos enormes lagos como para cubrir dos veces la demanda de agua pero la escasez continúa, una larga lista de poderosos volcanes y caudalosos ríos y aún no se resuelve el problema energético.
Adicionalmente, los inventarios de recursos naturales tienen cuando menos veinte años de no levantarse y hoy no se sabe con precisión qué se tiene, cuánto se ha perdido y qué es lo que queda.
Las dictaduras militares desaparecieron del mapa político centroamericano; en cada país de la región existen gobiernos electos democráticamente por promesas similares, fórmulas de gobierno socialmente justas, económicamente viables y ecológicamente sostenibles. Sin embargo los problemas sociales, económicos y ambientales se han agudizado.
Los ciudadanos tienen obligación y derecho de exigir de forma cívica el cumplimiento del discurso, porque muchas de las respuestas a los retos que impone el desarrollo económico y la globalización en un mundo unipolar se encuentran en la diversidad genética. La responsabilidad de aprovechar con éxito la biodiversidad que queda debe ser compartida por todos, de lo contrario reinaría de nuevo la desesperanza, el caos y la ingobernabilidad.
Hoy los campesinos se desnudan frente a las cámaras de televisión para protestar por lo que consideran injusto. En Chiapas muchas mujeres preferían morir en combate que cruzadas de brazos en sus chozas. El pueblo de Nicaragua hace tiempo perdió la costumbre de sufrir con los dientes apretados. Pero al fin y al cabo qué se podía esperar si todas las fantasías políticas en Nicaragua han resultado ser en el fondo bastante negras.
El autor es ecólogo y periodista.
La Prensa, Nicaragua, 5-6-03