México: UNORCA: 20 años
Hace 20 años, el 31 de marzo de 1985, en el municipio de Cuetzalan, Puebla, 25 asociaciones rurales de base ejidal fundaron la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autóno-mas (UNORCA)
A partir de esa fecha, la red nacional ha protagonizado algunas de las luchas más interesantes en el agro mexicano.
Desde el momento mismo de su nacimiento, la UNORCA provocó fuertes polémicas dentro del campo mexicano. En lugar de formar una organización centralizada y vertical, como son las centrales campesinas tradicionales dirigidas tanto por el PRI como por la izquierda tradicional, construyó una coordinadora relativamente descentralizada en la que las regiones disfrutan de gran autonomía. En vez de poner el acento en la lucha agraria y la tierra, privilegió la autogestión productiva, la formación de empresas campesinas y lo que llamó "la apropiación del proceso productivo".
A diferencia de la izquierda tradicional, que buscaba formar organizaciones independientes del Estado y los grupos económicos más poderosos, la UNORCA promovió la generación de formas de gobierno gestadas desde los sectores populares, es decir, hizo de la cuestión de la autonomía ("aquel que se da su propia ley") el centro de su propuesta organizativa y programática.
En la naciente red se agrupó un liderazgo campesino de recambio, gestado durante años de lucha por la tierra, impactado tanto por la modernización del mundo rural como por la intervención de sectores de la intelectualidad crítica en el mundo rural.
Su proyecto combinó un modelo viable de desmantelamiento del viejo corporativismo agrario, útil para ganar elecciones, pero cada vez más ineficaz para organizar la producción, con una propuesta de desarrollo rural alternativo. Así las cosas, en sus orígenes la nueva red evitó alinearse con partido político alguno o participar como tal en procesos electorales, aunque fue muy activa en la elaboración de políticas públicas para el campo.
Pero, más allá de su proyecto, el nacimiento de la UNORCA provocó fuertes reacciones porque algunos de sus más importantes asesores tenían estrecha relación con Carlos Salinas de Gortari. Estos vínculos provocaron, sobre todo a partir de 1988, que la organización fuera acusada de salinista, a pesar de que la mayoría de sus bases votaron en las elecciones presidenciales de ese año por Cuauhtémoc Cárdenas. La tensión entre salinistas y cardenistas dentro de la organización se resolvió con una fuerte lucha interna que se alargó durante los primeros años del gobierno de Salinas.
Varios de estos asesores dejaron la UNORCA y fueron nombrados funcionarios públicos y otros (como Hugo Andrés Araujo) emigraron a la oficialista CNC para dirigirla.
Ante el peligro de la neocorporativización respondió con la ampliación de sus demandas y con mayor pluralización de sus espacios. La balanza se inclinó por los críticos de la nueva administración cuando, a pesar de las presiones del gobierno, se involucraron en la promoción de una movilización nacional en septiembre de 1990. Diez mil campesinos de diferentes regiones marcharon a la ciudad de México para demandar solución a problemas provocados por las políticas neoliberales del salinismo.
El único dirigente de UNORCA que firmó las reformas al 27 constitucional, Javier Gil, quien participó y avaló también las negociaciones del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN), saltó rápidamente a las filas de la CNC y del PRI.
La apertura comercial, la desregulación estatal, la reducción de subsidios y apoyos, la privatización de las empresas públicas, el fin de los precios de garantía, la cancelación del reparto agrario y la priorización de la producción agropecuaria destinada al mercado internacional profundizaron la desigualdad en el campo. Cancelaron, además, la viabilidad del proyecto inicial de la UNORCA.
La organización debió reorientar su acción. Si de la protesta había pasado a la propuesta, debió recuperar la protesta para resolver demandas elementales. Concentró parte de su actividad en la gestión del bienestar social. Y una parte considerable de sus dirigentes regionales incursionaron en la política partidaria -la mayoría en partidos de oposición- y en puestos de elección popular. Mantuvo, sí, un discurso basado en los principios de autonomía, pluralidad, autogestión, apropiación campesina de los procesos productivos, participación y movilización social.
Amplió, sin embargo, el abanico de sus demandas, impulsando la preocupación por la seguridad alimentaria, la protección de la biodiversidad, la integración de redes de mercado social y la defensa de la agricultura campesina.
Impulsora de la Vía Campesina en 1996, participó en las protestas contra la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Seattle, Estados Unidos, en 1999. Desempeñó un papel clave en las protestas de Cancún, durante la quinta Reunión Ministerial de la OMC.
Promotora de las movilizaciones campesinas que hace dos años desembocaron en el Movimiento El campo no aguanta más, se negó a firmar el Acuerdo Nacional para el Campo (ANC) por considerar que no satisfacía las demandas centrales del agro. Para no desvirtuar el sentido de la lucha, sus dirigentes nacionales rechazaron el ofrecimiento que les hizo del PRD de ser diputados federales durante la campaña federal de 2003.
La UNORCA tiene en la actualidad presencia en 26 estados. A diferencia de otras organizaciones campesinas ha renovado regularmente su dirigencia nacional sin fraccionarse. Está integrada por una compleja red de asociaciones campesinos de todo tipo, entre las que se incluye la Asociación Mexicana de Mujeres Organizadas en Red (AMMOR). Sin embargo, su trabajo con migrantes, jornaleros agrícolas y jóvenes es casi inexistente.
La organización nacida del ciclo de luchas iniciado el 24 de enero de 1983, cuando campesinos de nueve estados amenazaron con no entregar sus cosechas a Conasupo o la industria si el precio de garantía no se incrementaba, ha llegado ahora a un momento definitorio. El próximo mes realizará una reunión nacional para redefinir su rumbo y renovar su dirección. Deberá, necesariamente, reinventarse para enfrentar los profundos cambios sufridos por el campo y los campesinos mexicanos. De no hacerlo terminará pareciéndose cada vez más a las organizaciones que la precedieron.
La Jornada, México, 22-3-05