La última obsesión energética
Junto a unas guerras encarnizadas por las reservas que quedan, ha surgido un nuevo y peligroso maná energético: el gas de esquisto.
Iniciada la inevitable declinación de las reservas de petróleo y gas natural del planeta, la civilización del combustible fósil – sobre todo, los intereses económicos y políticos que la dominan, no se rinden fácilmente. Junto a unas guerras encarnizadas por las reservas que quedan, ha surgido un nuevo y peligroso maná energético: el gas de esquisto.
Según la Administración de Información de Energía de Estados Unidos (EIA), el gas que es posible extraer de rocas de esquisto o “shale gas” puede superar varias veces en cantidad las reservas probadas en el planeta de gas convencional. Recientes avances en las tecnologías de perforación horizontal y de extracción de las napas de esquisto, junto con la reducción de los costos de estas tecnologías, han desatado una verdadera fiebre del gas de esquisto.
Aunque se afirma ligeramente que este gas es menos nocivo que el petróleo, al ser una fuente diferente que requiere insumos y procesos adicionales para la extracción, no se puede asumir que es igual que el gas natural presente en forma líquida o gaseosa en depósitos originales. El problema aquí son, precisamente, las tecnologías requeridas para la extracción.
¿Qué es el ‘fracking’?
Se denomina ‘fractura hidráulica’ o, en inglés, ‘fracking’ a la perforación horizontal de napas de esquisto presentes en las profundidades del subsuelo y la inyección de agua a gran presión, mezclada con arena y productos químicos, con el fin de fracturar la roca y extraer gas metano Esta tecnología surgió en Estados Unidos hace poco más de 10 años y pareció revolucionar los problemas que se avenían con la declinación de las reservas de petróleo y gas.
Diez años atrás, los esquistos proveían un uno por ciento del gas natural en Estados Unidos. Actualmente representan el 30% del consumo de este país y cada día el área de extracción se amplía a nuevos estados, que estiman abastecerse en un 50% del gas en 2020. Hoy en Estados Unidos existen unas 500.000 perforaciones activas de gas de esquisto, cada pozo soporta 18 extracciones y cada una requiere de 4 a 30 mil metros cúbicos de agua.
Primero se realiza una perforación vertical convencional, que puede llegar a profundidades de dos a tres kilómetros. Al llegar a la napa de esquisto se inician las perforaciones horizontales, que pueden ser varias desde un mismo pozo vertical y extenderse cada una de dos a tres kilómetros. Habiendo blindado toda la cañería, en los tramos horizontales se realizan las perforaciones laterales para inyectar la mezcla que fracturará la roca.
Por lo general, los químicos representan un 2% del fluido utilizado en una extracción. El resto está constituido por agua y cierta cantidad de arena, que es utilizada para mantener abiertas las fracturas y ampliar la superficie de contacto con el líquido. Solo un 30 a 50 por ciento del fluido vuelve a la superficie, mezclado con el metano que se separa, y el resto se deposita en lagunas al aire libre. El líquido que no retorna permanecerá bajo tierra.
A los enormes volúmenes de agua requeridos se agregan dos problemas, que el agua quedará contaminada por los químicos incluidos en la operación y que las fracturas del subsuelo – en si mismas impredecibles en sus alcances – hacen que esa agua contaminada, combinada con el metano y otros elementos presentes en la roca, como elementos radioactivos y carcinógenos, llegue a acuíferos subterráneos, napas freáticas y pozos de agua potable.
Un problema con los químicos es que las empresas, alegando el secreto comercial, no revelan cuáles son sus características. En setiembre de 2010, el gobierno de Wyoming, frente a una creciente inquietud por los efectos de esta tecnología en la salud, obligó a divulgar una lista, aunque la misma sigue siendo incompleta, porque las empresas recurren a algunos vacíos jurídicos existentes en Estados Unidos para mantener partes en secreto.
Uno de esos vacíos es el llamado “escape de Halliburton”, por ser esa empresa la pionera en el uso de esta tecnología y porque su ex-director Dick Chenney, en ese entonces vice presidente del gobierno de George W. Bush y gestor de la Ley de Política Energética aprobada en 2005, exoneró al ‘fracking’ de las exigencias de la EPA (Environmental Protection Agency) y de la Ley del Agua Limpia, estimulando el avance de la fiebre del gas de esquisto.
Se sabe que los aditivos incluyen ácido, bactericida/biocida, estabilizador de arcilla, inhibidor de corrosión, reticulante, reductor de fricción, gelificante, controlador de metales, inhibidor de sarro y surfactantes. El Centro Tyndall de la Universidad de Manchester, en el Reino Unido, fue uno de los primeros en investigar los impactos de la extracción de gas de esquisto sobre el medio ambiente y analizó 260 productos químicos usados en el ‘fracking’.
De ese total, 17 fueron considerados tóxicos para organismos acuáticos, 38 tóxicos agudos, 8 cancerígenos probados y otros 6 sospechados de serlo, 7 elementos mutagénicos y 5 producen efectos sobre la reproducción. Si bien el riesgo depende de la concentración y la exposición de esas sustancias a los seres vivos, las cantidades empleadas –en una plataforma de 6 pozos, de 1.000 a 3.500 metros cúbicos-, justifican la máxima precaución y control.
La evidencia científica
“Las perforaciones en procura de gas natural han sobrepasado a la ciencia necesaria para probar que son seguras”, tituló la revista estadounidense Scientific American, en octubre de 2011, en un editorial. Los autores afirman que los gobiernos, de los estados y el federal, han carecido de normas y estudios apropiados de los riesgos de esta tecnología.
El Centro Tyndall investigó los impactos del gas de esquisto a partir de las informaciones de las experiencias estadounidenses. En enero de 2011, sus conclusiones fueron:
* La evidencia proveniente de Estados Unidos sugiere que la extracción de gas de esquisto conlleva un riesgo significativo de contaminación del suelo y las aguas superficiales;
* Mientras no se haya logrado una investigación suficiente, para su desarrollo en el Reino Unido y en Europa el enfoque precautorio es la única acción responsable;
* Sin un límite significativo en las emisiones globales de gases de efecto invernadero, la explotación del gas de esquisto debe aumentar las emisiones netas de carbono;
* Reducciones rápidas de carbono requieren una mayor inversión en tecnologías limpias de carbono y esto podría ser demorado por la explotación del gas de esquisto;
* Los requerimientos de agua en la explotación de gas de esquisto pondrían una presión considerable sobre los suministros de agua a nivel local en el Reino Unido; y
* El riesgo de contaminación de las fuentes de agua por los productos químicos peligrosos utilizados en la extracción puede generar objeciones significativas a nivel local.
Entre otras investigaciones recientes, los académicos Robert Howarth, Renee Santoro y Anthony Ingraffea, de la estadounidense Universidad de Cornell, en su estudio `Metano y la huella de gases de efecto invernadero del gas natural proveniente de formaciones de shale’, publicado en abril pasado en la revista Climatic Change, concluyeron que la extracción de gas de esquisto resulta ser más contaminante que el petróleo y el carbón.
Estos estudios cuestionan el argumento de la industria del ‘fracking’ de que el gas de esquisto puede sustituir al carbón en la generación eléctrica y servir para mitigar el cambio climático mientras se desarrollan otras tecnologías. Se pretende presentar así al gas de esquisto como una “transición” hacia las energías limpias cuando es lo contrario.
Un grupo de la Universidad de Duke, coordinado por Robert Jackson, concluyó que, en áreas activas de extracción, “las concentraciones promedio y máximas de metano en pozos de agua potable se incrementaron con proximidad al pozo gasífero más cercano y fueron un peligro de explosión potencial”. Es inevitable, un director de una empresa lo admitió: “Nunca se tiene el control. Las fracturas irán siempre por el camino de la menor resistencia”.
Pero la resolución de las controversias ambientales no es muy diferente en Estados Unidos a otros lugares que conocemos. Mientras la EPA lucha por investigar e imponer controles a la industria, la EIA ofrece cifras alucinantes sobre las potencialidades del gas de esquisto y el Departamento de Estado, que no podía ser menos, ofrece “ayuda” a los otros países para estudiar las reservas y “transferir” la tecnología de ‘fracking’ de sus empresas.
Cualquier pretexto sirve a los defensores del ‘fracking’. Cuando Vladimir Putin comentó los perjuicios ambientales del ‘fracking’, en noviembre pasado, comentaristas estadounidenses dijeron que era por temor a las pérdidas de la estatal rusa Gazprom. Algunos acusaron a los críticos de ser “aliados” de Putin, una forma de llamarlos antipatriotas. Fidel Castro se ha opuesto también al ‘fracking’, por si esto le sirve a alguien para definirse.
Impactos por doquier
En Estados Unidos y en otros países se han documentado cientos de casos de contaminación ambiental por la aplicación del ‘fracking’, accidentes y construcciones defectuosas o errores humanos. “Existen reportes de incidentes que implican contaminación de aguas subterráneas y superficiales con contaminantes como salmuera, químicos no identificados, gas natural, sulfatos e hidrocarburos como benceno y tolueno” (Tyndall Centre, 2011: 62).
En 2004, en el estado de Colorado, se observó gas natural burbujeando en una vaguada y en los acuíferos concentraciones de benceno 90 veces superiores el límite establecido, así como mayores concentraciones de metano y otros tóxicos a nivel regional. La migración de metano desde el subsuelo produjo en Pennsylvania en 2009 al menos una explosión en la superficie, la contaminación de un acuífero y varias fuentes de agua en un área de 1.400 hectáreas.
Entre marzo y mayo de 2009, en el estado de Wyoming, la EPA investigó denuncias por mal olor y sabor de agua en pozos residenciales, concluyendo que se debían a elevados índices de peligrosos contaminantes, incluidos en una operación cercana de ‘fracking’. En junio de 2010, la explosión de un pozo de gas en otra región de Pennsylvania, roció el aire de gas natural y desechos líquidos durante 16 horas, llegando a una altura de 23 metros.
Como en las subterráneas, también hay casos de contaminación en las aguas superficiales, por derrames de sustancias tóxicas, por fallas en las cañerías y descargas ilegales de desechos que han provocado la contaminación de al menos un pantano y mortandades masivas de peces en Pennsylvania. En 2006 el Departamento de Protección Ambiental (DEP) del estado prohibió la actividad a dos empresas por reiteradas violaciones de las normas vigentes.
En Youngstown, en el estado de Ohio, el año pasado se produjeron movimientos sísmicos no usuales, uno de magnitud 4.0 en vísperas del año nuevo. Funcionarios del gobierno estudian sus posibles causas, pero la población los atribuye a las operaciones de ‘fracking’ en la zona.
Suspensiones y protestas
A medida que las aplicaciones del ‘fracking’ se fueron extendiendo y abarcaron varios países, sus impactos están generando reacciones en las poblaciones y los países afectados.
En Francia, una ley promulgada el 13 de julio de 2011, en aplicación de la Carta del Medio Ambiente de 2004 y del principio de precaución y corrección, prohibió la exploración y explotación de hidrocarburos líquidos o gaseosos por fractura hidráulica en todo el territorio nacional y derogó los títulos de prospección concedidos a proyectos con esta tecnología. Lo mismo ocurrió en Bulgaria en 2011, tras amplias manifestaciones de protesta.
En marzo de 2010, debido a la creciente preocupación en el público estadounidense, la EPA anunció el inicio de una profunda investigación de los potenciales impactos negativos de la fractura hidráulica sobre la calidad del agua y la salud. Si bien los resultados iniciales de dichos estudios estarán disponibles recién hacia finales de 2012, algunos estados ya han puesto en suspenso el funcionamiento de este tipo de explotaciones.
El estado de Nueva York decidió en 2010 una moratoria de las perforaciones hasta disponer de normas de control. A principios de este año se discute si se prolonga la moratoria, pero hay municipios que quieren prohibir el ‘fracking’. Pittsburgh decidió en 2010 prohibirlo dentro de los límites de la ciudad, mientras que la legislatura de Ohio, preocupada por los sismos y la contaminación de acuíferos, aprobó en enero una moratoria de tres años
En Canadá, el gobierno de la provincia de Quebec decidió suspender en marzo de 2011 las perforaciones hasta contar con un estudio ambiental completo. En Australia, el gobierno del estado de Nueva Gales del Sur decidió prohibir el ‘fracking’ durante 2011 hasta evaluar las necesidades de la minería y la agricultura. Y en Sudáfrica, el consejo de ministros decidió suspender las licencias de gas de esquisto en la región semiárida de Karoo.
“Las formaciones de gas no convencional se encuentran debajo de un tercio del Reino Unido, lo que significaría una industrialización masiva de las zonas rurales. Sabemos lo que pasa en Estados Unidos, no queremos eso aquí”, declaró Tim Andrews, del movimiento “Frack Off”, que se resiste a la entrada de las empresas de ‘fracking’. A fines de 2011, Irlanda del Norte declaró la moratoria hasta tanto no se realicen estudios ambientales.
Hay movimientos de protesta de la población contra el ‘fracking’ en Polonia, Sudáfrica, varias ciudades de Estados Unidos, el Reino Unido y en Canadá. Se están desarrollando campañas similares en Argentina y en el País Vasco. En Uruguay, la explotación del gas de esquisto afectaría un millón de hectáreas según los títulos reservados por Ancap, que cubren unos dos tercios del departamento de Tacuarembó y partes de Salto, Paysandú y Durazno.
Geopolítica del gas de esquisto
La gran novedad es que el gas de esquisto abunda en países históricamente pobres en hidrocarburos: China, Estados Unidos y Argentina encabezan la tabla, pero Sudáfrica, Australia, Polonia, Francia, Chile, Paraguay, Suecia, Pakistán o India tienen también importantes reservas. El argumento de la diversificación de la matriz y la independencia energética es muy fuerte e influye en la tendencia a presentar el nuevo recurso como ambiental y socialmente positivo para convalidar su aceptación.
Las reservas probadas de gas convencional en el planeta suman 6.608 billones de pies cúbicos (TCF, por trillion cubic feet, en nomenclatura inglesa), unos 187 billones de metros cúbicos, según estadísticas del grupo británico BP, y los depósitos más grandes están en Rusia (1.580 TCF), Irán (1.045), Qatar (894), y Arabia Saudita y Turkmenistán, con 283 TCF cada uno.
Un estudio de la EIA publicado en abril de 2011 encontró prácticamente el mismo volumen (6.620 TCF o 187,4 billones de metros cúbicos) de shale gas recuperable en apenas 32 países, y los gigantes son otros: China (1.275 TCF), Estados Unidos (862), Argentina (774), México (681), Sudáfrica (485) y Australia (396 TCF).
Además, países secularmente dependientes de proveedores extranjeros contarían con una ingente base de recursos en relación con su consumo, como Francia y Polonia, que importan 98 y 64 por ciento, respectivamente, del gas que consumen, y que tendrían en rocas de esquistos o lutitas reservas superiores a 180 TCF cada uno.
En América del Sur, el tradicional gigante en hidrocarburos, Venezuela, tendría en este gas solo 11 TCF, la vigésima parte de sus reservas de gas convencional, y en cambio Brasil y Chile, que actualmente importan alrededor de la mitad del gas que consumen, cuentan con depósitos en lutitas por 226 y 64 TCF, respectivamente.
Paraguay tendría 62 TCF, casi tres veces el gas convencional de Bolivia, que es el principal exportador de la subregión, y Uruguay, que importa 100 por ciento pues carece de hidrocarburos, tiene reservas de gas de esquisto de al menos 21 TCF.