La próxima revolución

Idioma Español

La iniciativa de la contestación al sistema ha pasado al mundo del subdesarrollo y, sobre todo, a la lucha de los campesinos de Asia, África y América Latina por conservar sus tierras y sus derechos

La próxima revolución no va a ser la del proletariado, que está aceptando con resignada mansedumbre la indefensión en que le ha puesto la crisis actual y admite sin protesta que se hable de recuperación de la economía por el hecho de que los bancos vuelven a tener grandes beneficios. El contraste entre la euforia de Wall Street y la realidad de que nadie parezca tener idea acerca de cómo devolver su trabajo a los millones de norteamericanos que lo han perdido ha llevado a Bob Herbert a exclamar: “Estoy sorprendido viendo la pasividad de la población ante esta continuada afrenta”.

Una pasividad que no hace más que prolongar en Estados Unidos la de la etapa de prosperidad que precedió a la crisis, en que, según cálculos de Stiglitz, la media de los ingresos de los hogares cayó en un 4% entre 2000 y 2008, durante unos años en que el PIB había aumentado considerablemente. “En ese tiempo –declara un documento firmado en mayo de 2009 por cuarenta economistas, incluidos varios premios Nobel prácticamente todo el crecimiento económico de la nación fue a parar a un reducido número de norteamericanos ricos”, sin que hubiese por parte de los trabajadores intentos serios de negociación o de protesta.

En contraste con esta pasividad de los trabajadores del mundo desarrollado, que un día fueron la presunta vanguardia de la revolución social, la iniciativa de la contestación al sistema ha pasado al mundo del subdesarrollo y, sobre todo, a la lucha de los campesinos de Asia, África y América Latina por conservar sus tierras y sus derechos, defendiéndose de lo que un congreso internacional campesino celebrado en Quito en este mes de octubre califica como “una guerra privatizadora de despojo contra campesinos e indígenas; un robo privatizador de la tierra, la biodiversidad, el agua, las semillas, la producción y el comercio agrícolas”. El escenario en que esta confrontación ha cobrado mayor visibilidad es el de América Latina.

Desde los zapatistas en México a los mapuches en Chile, el motor principal de la confrontación social es la voluntad de recuperar las tierras indígenas arrebatadas por los terratenientes o por las grandes explotaciones internacionales. Colaborando con ellos están las organizaciones de pequeños y medianos cultivadores que defienden sus derechos contra unas políticas económicas hechas a sus espaldas y, generalmente, contra sus intereses. En el sur de Asia la lucha es con frecuencia por el agua. Vandana Shiva sostiene que muchos conflictos que se nos presentan como de origen étnico o religioso tienen en su trasfondo la lucha por el agua. Su privatización se justifica en la mayoría de los casos, como en el de la construcción de grandes presas, en nombre del progreso económico global. Arundhati Roy ha denunciado el caso de la India, que ha construido millares de grandes presas desde la independencia sin ninguna preocupación por los millones de campesinos desalojados.

La población del valle de Narmada, por ejemplo, ha sido víctima de un proyecto que ha desplazado ya a más de 200.000 habitantes: “Algunos han sido desalojados sucesivamente tres y cuatro veces –por una presa, un campo de tiro de la artillería, otra presa, una mina de uranio, un proyecto de energía–. Una vez empiezan a moverse no encuentran lugar de reposo. La gran mayoría será eventualmente absorbida en los suburbios de la periferia de las grandes ciudades, donde se funde en una inmensa bolsa de trabajo barato para la construcción”. En África la lucha se organiza contra las privatizaciones de tierras cedidas a empresas y gobiernos extranjeros (el llamado land grabbing), así como también por el agua. Según el profesor Scudder, que fue comisionado de la World Commission on Dams antes de convertirse en uno de sus más duros críticos, el Banco Mundial impulsa la construcción de presas sin tomar en cuenta las consecuencias que tienen para millones de africanos que dependen de los ríos para su sostén y que, tras perder sus tierras arables y su trabajo, caen en la marginalidad.

No es que estas luchas sean nuevas. Las revueltas campesinas han sido un fenómeno permanente en la Historia. Lo que es nuevo es la existencia de una conciencia común que desborda las fronteras y utiliza las redes de Internet como un medio de comunicación global. La vía campesina, que integra a unas ciento cincuenta organizaciones del mundo entero, es una muestra de algo que puede convertirse en el inicio de una nueva internacional.

El Tiempo, Internet, 13-11-09

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