La conquista sojera de la Amazonia

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Miles de argentinos se lanzaron a la aventura de trabajar en la última frontera agropecuaria sudamericana. La ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra es el centro de esta nueva avanzada

El argentino Ignacio Warnes recorta su perfil militar en el centro de la plaza histórica de Santa Cruz de la Sierra, trepado a un pedestal de mármol, ahí donde la historia boliviana lo aprisionó en bronce. Dos siglos después de que el militar liberara estas tierras siguiendo las órdenes del general Manuel Belgrano, a otros argentinos se les ha dado por repetir su itinerario, con ansias conquistadoras, aunque esta vez han reemplazado las espadas por las topadoras y no embisten contra fieros regimientos realistas sino que dirigen sus expectativas hacia las promesas de la selva amazónica.

Soja todo el año . Desde hace unos cinco años, los argentinos se han convertido en una presencia cotidiana aquí en Santa Cruz de la Sierra, la orgullosa capital del oriente boliviano, el motor económico del país, la ciudad rebelde que con sus ímpetus autonomistas tiene a maltraer al presidente Evo Morales.

No son pocos los que descubrieron el lugar de casualidad, por una escala técnica en el aeropuerto internacional Viru Viru. Así sucedió con Adrián Barbero, un cordobés de Oncativo que viajaba a visitar a una novia venezolana y que, gracias a una parada de cinco horas, terminó seducido por el movimiento económico y las potencialidades de la región. "Llegué en invierno y me encontré con grandes sembrados de soja. Me pareció increíble. Claro, acá no hay heladas, no se conoce el granizo y en algunos campos se hacen tres cosechas por año, dos de soja. Vi lo que era esto y me vine".

Barbero lleva cinco años en Santa Cruz y hace dos que se instaló definitivamente. Con su actividad en la compraventa de campos incidió en la llegada de unos 40 inversores argentinos y españoles a esta ciudad. Vive en el coqueto barrio Equipetrol y ya se siente un camba más, como se autodenominan los cruceños. Al igual que Barbero, el resto de los argentinos arriban atraídos por la productividad y el bajo precio de las tierras, la liviana carga impositiva –que incluye la inexistencia de retenciones al agro– y el buen clima de negocios que se respira en Santa Cruz.

El oriente boliviano no sólo promete ganancias sino también una cuota extra de aventura. A diferencia de la pampa argentina, explotada casi desde los tiempos de la conformación del Estado nacional, aquí a la planicie hay que crearla. De lo que se trata es de descubrir la tierra y sembrarla o habitarla con ganado por primera vez.

Al norte de Santa Cruz las topadoras no tienen descanso en la demolición de la muralla vegetal de quebrachos colorados, ochoós, lapachos, lianas y palos borrachos, refugio de tucanes y enormes papagayos azules. Los argentinos llegados acá cambian el paisaje de tímidos arroyitos con mojarras de la región pampeana por los ríos tropicales de aguas marrones, con caimanes y serpientes de tamaños interesantes.

"El primer viaje lo hicimos en camioneta desde Córdoba, con un amigo. Es una región muy diferente, plena selva, con comunidades indígenas, con pantanos, llena de insectos enormes... te ponías Off y era como si los invitaras a morderte", recuerda el cordobés Hernán Richard, que compró 700 hectáreas en Bolivia para sembrar soja. "Falta infraestructura, no hay servicios ni seguridad jurídica. Para ir tenés que ser joven y decidirte a hacer tu vida allá".

Cosas por hacer. Es verdad que en más de un caso no existen caminos y la única manera de llegar a las propiedades es en avión. Y cuando los caminos existen, suele tratarse de vías sin consolidar que se convierten en trampas pegajosas hasta para los grandes camiones durante los días de lluvia, que aquí son muchos porque, por ejemplo, al norte de Santa Cruz se precipitan 1.600 milímetros por año. En varias ocasiones son los mismos productores los que construyen sus caminos e improvisan puentes para moverse dentro de sus propiedades. Otras veces, maquinaria valuada en cientos de miles de dólares tiene que ser cruzada en balsa por los ríos.

Santa Cruz conoce sus limitaciones de infraestructura y por eso tiene en marcha algunas obras imprescindibles, como la ruta hasta Puerto Suárez, frente a Brasil, por donde sale la producción oleaginosa que luego se desliza en barco hasta Rosario. También construye un moderno puente de un kilómetro y medio de largo en el pueblo de Pailas, para reemplazar a un limitadísimo tendido ferroviario ¡revestido con piso de maderas!, de una sola mano, por donde diariamente debe pasar todo el tránsito vehicular hacia la zona este.

Cada vez más argentinos. Otro aspecto visto con mucha prevención por los argentinos se refiere al saneamiento de las tierras. El presidente Evo Morales, fuertemente enfrentado con la clase dirigente cruceña, aprobó una nueva ley que incluye la posibilidad de expropiación a quienes no las hagan producir apropiadamente. Esto, en un contexto en el que sólo el 17 por ciento de las propiedades está saneado y el resto se maneja con la compraventa de derechos posesorios. También existen grupos indígenas y de campesinos que reclaman o suelen ocupar propiedades. "Quienes vivimos acá sabemos que no hay motivo de preocupación seria por ese tema", dice Adrián Barbero. "Haciendo bien las cosas uno compra, le comunica al Gobierno los planes para el campo y el Estado protege el derecho a la propiedad".

Ninguno de esos obstáculos desanima a los productores argentinos que, según cifras oficiales, ya mueven el 7,5 por ciento de la economía cruceña con solamente cinco años de presencia fuerte. Las maquinarias agrícolas argentinas son una estampa cada vez más visible en los campos, luego del monopolio que mantuvieron los brasileños, generadores del 40 por ciento de la producción y con una historia de 20 años en la región. El cónsul general argentino en Santa Cru, Fernando de Martini, cuenta que los empresarios siguen llegando a la búsqueda de contactos y reuniones con empresarios cruceños.

Los atractivos son muchos. En el Norte Integrado, la franja que se extiende entre los ríos Piraí y Grande al norte de la ciudad, los campos producen tres cosechas al año, dos de ellas de soja. Allí una hectárea lista para producir se consigue a 1.500 dólares, y el precio baja a 500 dólares en la zona este, donde una hectárea con selva virgen se consigue a 100 dólares. Los números tientan y no sólo a medianos inversores: el empresario cordobés Roberto Urquía, dueño de la Aceitera General Deheza, es uno de los que sigue con atención el desempeño de la zona.

Se estima que la colonia argentina ya supera los 20 mil habitantes, con una muy fuerte presencia mediterránea.

Córdoba es muy apreciada desde aquí, por la calidad de su medicina y por los numerosos egresados de la Universidad Nacional que hoy son parte de la dirigencia política y empresaria cruceña.

Los cordobeses ya son una presencia cotidiana

Los productores agropecuarios cordobeses que en la última década se hicieron conocer por su avance decidido hacia las fronteras agropecuarias del norte y nordeste del país, ahora se están haciendo notar, y mucho, en Santa Cruz de la Sierra.

Inversores inmobiliarios, importadores de maquinaria agrícola, gerentes de importantes compañías de tecnología agroindustrial, compradores de grandes extensiones, todos pusieron sus ojos sobre la oportunidad de desarrollo económico que está brindando el oriente boliviano. Esas condiciones convencieron, por ejemplo, al empresario de la ciudad de Córdoba César Karqui a incursionar en la actividad agropecuaria y adquirir 7.500 hectáreas en la zona de la Chiquitanía, al este de Santa Cruz de la Sierra, donde se convirtió en vecino de una enorme colonia de menonitas, a quienes adquirió una de sus tradicionales carrozas de paseo. Karqui llegó a Santa Cruz de casualidad, por una escala aérea , y ahora viaja cada dos meses a ver sus tierras.

Desde Justiniano Posse, Norma Peppa de Valenti también llegó porque una parada de varias horas en el aeropuerto Viru Viru la impulsó a conocer la ciudad. "Vi que esto era pujante. Con mi marido acabábamos de vender un campo en Córdoba y comenzamos a averiguar cómo invertir aquí. La verdad es que esta ciudad me fascina".

Gerardo Pizzi era dueño de un tambo en San Francisco y llegó a Santa Cruz invitado por un empresario local. Comenzó creando una prepaga de salud, fue responsable de la llegada al oriente boliviano del grupo El Tejar, un peso pesado que administra campos ganaderos y produce soja en cinco países latinoamericanos. Pizzi también tiene una empresa importadora de maquinaria agrícola junto a un socio boliviano y maneja fondos de inversión de dineros provenientes de Europa. "Adoro este país, tiene una riqueza enorme y me ha dado muchísimo", resume.

"Esto recién empieza, Santa Cruz está como Argentina hace 40 años, se logran cosas muy buenas pero todavía queda mucho por mejorar", sostiene Adrián Barbero.

Otros productores cordobeses provienen también de Jesús María, Laguna Larga, General Deheza, Río Cuarto, Luque, Bell Ville y Marcos Juárez. Ninguno de ellos imaginaba, hace pocos años, que estaría produciendo carne u oleaginosas en plena Amazonia boliviana. Pero todos están haciendo su aprendizaje en este nuevo entorno, y saben que no serán los últimos en venir a instalarse acá, tan cerca de la selva y tan lejos de las sierras cordobesas.

De la Pampa Húmeda al oriente boliviano

La palabra clave parece ser "carajo". El término no se les cae de la boca a los habitantes de Santa Cruz de la Sierra y por momentos uno tiene la impresión de que si no agrega unos buenos ¡carajo! dichos así, con amistosa indignación al final de cada frase, corre el riesgo de no ser entendido o no ser bien tenido en cuenta por los cruceños.

La ciudad del oriente boliviano que sigue recibiendo a la oleada de argentinos tiene un ritmo y una tonalidad que la hacen única. Sus calles están habitadas por una de las mayores concentraciones de camionetas 4x4 que existe en el mundo. No sólo se trata de que los cruceños son una sociedad ostentosa a la que le gusta posar todos los días en las docenas de páginas de fotografías sociales que publican los periódicos. Además, aquí los autos se consiguen fácilmente por métodos poco tradicionales: miles de camionetas robadas en Argentina y Brasil circulan sin problemas y otros miles de importados son traídos desde Estados Unidos, usados, chocados o vendidos como chatarra a un tercio de su precio. También existen los transformers, autos asiáticos que originalmente tuvieron el volante a la derecha y fueron adaptados para circular en las dementes calles cruceñas, donde los taxistas parecen suicidas especializados en frenar en cada esquina a milímetros de la trompa de los colectivos.

Calles vivas. En las mismas avenidas donde cada noche se cita la alta sociedad local para dar vida a restaurantes y confiterías, es posible ver a los mozos con la boca hinchada por el bolo de coca y a los dueños de lujosas camionetas bajarse a orinar en la vereda y luego continuar su marcha como si tal cosa. Santa Cruz tiene mucha vida callejera.

Miles de sus habitantes comen a toda hora en puestos instalados sobre las veredas o en los "agachados", toldos bajos donde por menos de un dólar se puede comer en abundancia. "Me voy de Santa Cruz y a los pocos días extraño, quiero volver", dice el cordobés de San Francisco Gerardo Pizzi, tal vez uno de los argentinos con más exitoso desempeño en la ciudad. "Este es un lugar muy pujante, colonizado por brasileños y argentinos que traen tecnología, técnicas de manejo del campo y que dan empleo y hacen crecer el país".

Santa Cruz impresiona como una ciudad tranquila, sin los hechos dramáticos y las tragedias policiales que afligen periódicamente a capitales como Córdoba. Tampoco esconde numerosas barracas de miseria: tiene zonas pobres, algunas grandes, pero siempre organizadas como barrios. "Esta ciudad enamora a los recién llegados. Es receptiva, cosmopolita, por eso aquí encontrás a gente de todo el mundo", dice Eduardo Bowles, periodista y director de El Nuevo Día, uno de los principales diarios de la ciudad.

Bowles es uno de los miles de cruceños graduados en la Universidad Nacional de Córdoba, que aquí ocupan buenos lugares en la vida económica y política. Uno de los mayores ganaderos de Bolivia, Erwin Rek López, ingeniero agrónomo de la Universidad Católica de Córdoba, afirma que "existe un cordón umbilical muy fuerte entre ambas ciudades. Córdoba nos ha aportado cientos de profesionales en una etapa crucial de nuestro desarrollo. Además, existe una simpatía muy grande: el cordobés llega aquí con una aceptación tácita. Creo que los argentinos van a tender a equiparar el boom de inversiones brasileño".

Los argentinos se suman aquí a una variada salsa que incluye japoneses, rusos, mejicanos, daneses y colonias menonitas que encontraron en las cercanías su lugar para volver a aislarse del mundo, vivir sin electricidad, con sus niños descalzos hasta los 12 años y sus mujeres rubicundas que tienen prohibido el idioma español.

Todo eso en la misma ciuda que sirve de portal de entrada a otro futuro reino de la soja.

7-1-07

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