La barbarie agroindustrial

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"Se impuso un modelo agroindustrial que canjeaba agricultores y agricultoras por paquetes tecnológicos, fuera del control de los productores y que despreciaba los sistemas agroecológicos que durante miles de años demostraron ser capaces de producir alimentos sanos y nutritivos sin deteriorar sus ecosistemas"

Abandoné el trabajo de la agricultura industrial hace más de dos décadas, e inicié los primeros pasos hacia la producción ecológica. La decisión no fue casual sino, más bien fruto de la reflexión y de comprobar como día a día íbamos desapareciendo miles de agricultores; para sobrevivir unos teníamos que eliminar a otros, forzando la emigración a la ciudad y dejando extensas comarcas prácticamente abandonadas.

Se impuso un modelo agroindustrial que canjeaba agricultores y agricultoras por paquetes tecnológicos, fuera del control de los productores y que despreciaba los sistemas agroecológicos que durante miles de años demostraron ser capaces de producir alimentos sanos y nutritivos sin deteriorar sus ecosistemas.

Hoy, el fracaso de la agricultura moderna se expresa en la nula respuesta para acabar con el hambre en el mundo, en el deterioro medioambiental (contaminación de aguas y suelos) y atmosférico al contribuir con una cuota total de la emisión de gases de efecto invernadero del 18% en nuestro país, en la baja calidad nutritiva de los alimentos y en unos costes energéticos sobredimensionados para producir una kilocaloría de alimento.

Tomé conciencia de que con la práctica agrícola moderna cada kilocaloría de alimento que producía consumía una media de dos, y eso supuso el cambio de rumbo en mi profesión.

El informe que el Gobierno Británico acaba de publicar, cuestionando las ventajas nutritivas de los alimentos ecológicos, supone una utilización política a favor de la agroindustria, beneficiaria de todo un proceso de privatización de los recursos naturales básicos: agua, tierra, semillas y alimentos. Las prácticas agroecológicas respetan los ciclos naturales de los cultivos, potencian la fertilidad de los suelos, utilizan de forma óptima los recursos naturales, no incorporan a los alimentos sustancias o residuos que resulten perjudiciales para la salud, aportan a los animales unas condiciones de vida dignas y hacen del agricultor un artesano de la producción de alimentos con todas sus cualidades nutritivas.

Aún así, recomiendo ver alguno de los apéndices del meta-estudio de la Agencia de Seguridad Alimentaria británica, donde se reconoce que los alimentos orgánicos tienen un 53% más de betacaroteno, un 38,4% más de flavonoides, un 2,8% más de vitamina C y un 12,7% más de proteínas.

Muchos informes científicos que no salen a la luz pública demuestran que el uso de pesticidas causa un aumento de tumores cancerígenos, o que la agroecología puede contribuir a enfriar el planeta (la captación de carbono de las más de 800.000 hectáreas de producción ecológica en España supone absorber unos 33 millones de toneladas de CO2). La agroecología es, por último, la forma de mantener una agricultura que devuelva la vida a los espacios rurales abandonados, produciendo alimentos para distribuir en los mercados locales huyendo de la especulación que tanto sufrimiento acarrea en los países pobres, las verdaderas víctimas del modelo agroindustrial.

El País, España, 16-8-09

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