Imperialismo farmacéutico


Prensa

La Jornada, México, 8-11-00

 José Steinsleger

Imperialismo farmacéutico
Afines del año pasado, un artículo del diario estadunidense

empezaba diciendo que Argentina seguía "...resistiéndose a adoptar a cabalidad un tratado que protegería millonarias ventas de medicamentos..." y terminaba así: "o juegas el juego internacional o te quedas aislado. Es muy peligroso..." (3/12/99).

Dirigido a los inversionistas (y con dedicatoria explícita al nuevo gobierno de Buenos Aires), el artículo analizaba diez años de presiones infructuosas de Washington sobre los congresistas argentinos. Con tono amenazador apuntaba: "Se trata de una situación que podría provocar tensiones comerciales con Estados Unidos...".
La historia empieza en junio de 1989, cuando el embajador Terence Todman presenta cartas credenciales ante el gobierno de Carlos Menem y ahí reconoce que su gobierno tiene dos temas a tratar: el desmantelamiento del misil

y las patentes farmacéuticas de los laboratorios argentinos.
Todman consiguió el primer objetivo. Sin embargo, los diputados argentinos cerraron filas para enfrentar el vigoroso

de Washington, que en todo el mundo aspira a controlar el monopolio de las innovaciones medicinales sin la necesidad de producirlas a nivel nacional.

Estados Unidos presiona a los gobiernos para que por vía parlamentaria se promulguen leyes de patentes medicinales en sintonía con los intereses de su país. Peculiar lectura del mercado "libre" que exige la renuncia "democrática" a un negocio que, en el caso de los laboratorios argentinos, factura 4 mil millones de dólares anuales y acapara 53 por ciento del mercado nacional.
Al empezar su gestión, Todman pensó que con un presidente y un canciller que se jactaba de mantener "relaciones carnales" con Estados Unidos, las cosas iban a ser fáciles. Ahí estaban los casos de Brasil, país al que en 1988 se le aplicó una sanción comercial de 80 millones de dólares a raíz de la supuesta

en la propiedad intelectual y el cianuro que en 1991 alguien inyectó en un solo grano de uva chilena que ingresó a Estados Unidos, devolviendo al punto de origen miles de toneladas de mercadería.

En 1991, el ministro-contador Domingo Cavallo, artífice de la "modernización" menemista, fue el gestor principal de la Ley de Patentes Medicinales con base en el texto modelo estadunidense, traducido con puntos y comas del inglés y enviada al Congreso como propia.

La ley estadunidense busca asegurar el monopolio de la importación de drogas por parte de los grandes laboratorios de Estados Unidos, eliminando la posibilidad de que los laboratorios nacionales ensayen en la fabricación de materia prima. O sea que son destruidos por doble vía: de un lado quedan obligados a pagar un derecho para la fabricación local (siempre que el titular de la patente acepte concederla) y, por otro lado, el monopolio de la comercialización del fármaco que incide en el precio último al consumidor.

La posición de la industria farmacéutica argentina obedece a la lógica del negocio. ¿Pero cuáles son las "reglas" del negocio estadunidense? Si un laboratorio patenta una nueva droga en el país del norte, la ley imperial sostiene que automáticamente también obtiene la patente y, a partir de ahí, sólo Estados Unidos puede exportar la materia prima que sirve para fabricar ese determinado medicamento. Con lo que los países pierden la posibilidad de comprar drogas más baratas en el mercado mundial, como por ejemplo las que elaboran Israel o Cuba.

En 1984, un trabajo de comparación de precios descubrió que las filiales argentinas de los laboratorios extranjeros pagaban hasta mil por ciento más que lo que se podía conseguir en otras partes del mundo. Cuando les preguntaron a estas filiales por qué no buscaban precios más baratos y convenientes contestaron que era imposible, que debían comprar la materia prima únicamente a la casa matriz.
El gobierno de Estados Unidos acusa a los laboratorios argentinos de

Pero en el libro

, escrito por el investigador argentino Alberto Ferrari, se demuestra que el fin último de la ley estadunidense no es patentar una determinada droga contra cierta enfermedad sino la concepción del hallazgo mismo.

Así, en caso de que, por ejemplo, un laboratorio descubra una droga contra el sida, no buscará asegurarse que nadie lo comercialice sino evitar que el país compre otra droga diferente que combata la misma enfermedad. En su libro, Ferrari cuestiona el carácter poco ético de la ideología "patentista".
Alexander Fleming, descubridor de la penicilina, opinaba que era un invento extremadamente importante como para que tuviera dueño. Y Jonas Salk, quien descubrió la vacuna contra la polio, dijo: "Patentar las vacunas sería como patentar el sol".




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