Europa autoriza la nanotecnología en los alimentos
La Comisión Europea asegura estar protegiendo la investigación, cuando en realidad lo que está haciendo es proteger el negocio de un puñado de transnacionales
Según un artículo de Álvaro de Cózar, publicado en el diario español El País el pasado 14 de febrero, durante los últimos meses la Comisión Europea ha estado debatiendo con expertos y científicos de distintas ramas si era necesario regular las aplicaciones de la nanotecnología en los alimentos. Es que la nanotecnología permitirá manipular y controlar los materiales al nivel de átomos y moléculas para, por ejemplo, envasar productos y preservarlos más tiempo; hacerlos más resistentes al calor y a la contaminación microbiana y detectar bacterias; así como alterar su sabor y textura.
Ese futuro, creado por las compañías transnacionales en función del lucro, promete un tipo de productos que nadie requiere, porque nadie los necesita. Por ejemplo, se anuncia que pronto será posible crear una bebida efervescente que cambie de sabor según las veces que se agite la lata que la contiene. Pero ese futuro, que impondrá la propaganda, está lleno de incertidumbres y genera toda clase de miedos y alertas.
De lo que estamos hablando es de introducir partículas muy pequeñas en los alimentos. Esas partículas tienen menos de cien nanómetros, es decir mucho más pequeñas que un virus, creadas artificialmente a partir de materiales de la naturaleza. Lo preocupante es que se sabe muy poco de sus efectos a corto y a largo plazo sobre la salud humana y el medio ambiente, pero se ha constatado que las nanopartículas pueden causar daños diferentes a los que producen las sustancias en su tamaño natural. En primer lugar, porque las propiedades de las sustancias en su estado natural son diferentes cuando la materia se presenta a una escala tan pequeña. En segundo lugar, se comportan de modo diferente en el cuerpo. Su diminuto tamaño facilita su absorción respiratoria y a través de la piel, circulando por el flujo sanguíneo y permitiendo así su penetración en órganos y tejidos “cerrados” para esas mismas sustancias en otros tamaños. En tercer lugar, el modo en que se produce el daño es diferente: el problema preventivo consiste, más que en evitar la acumulación de masa de materia en el cuerpo, en evitar el propio contacto con la superficie de algunas partículas ya que su estructura nano presenta problemas de tipo tóxico. Además, las pruebas de toxicidad tradicionales parecen no funcionar adecuadamente en los nanomateriales y, por otra parte, estas pruebas servirían sólo para toxicidades a corto plazo y no para anticipar posibles efectos cancerígenos, mutagénicos o ambientales. Las partículas que se utilizan son tan pequeñas -80.000 veces más delgadas que un cabello humano- que pueden pasar a través de las membranas que protegen el cerebro o a los bebés en el vientre materno. Lo alarmante es que los desconocidos impactos de la nanotecnología sobre el ambiente y la salud humana preocupan más a los científicos que al público, según una encuesta realizada en los Estados Unidos. La situación no varía en otros continentes y parece explicable si consideramos que de cada diez personas, seis nunca han oído hablar de la nanotecnología.
Hace apenas cuatro meses, el Instituto Federal de Salud y Seguridad Ocupacional de Alemania (conocido como BAuA por sus siglas en alemán) dio a conocer una guía de manipulación y uso de nanomateriales en el marco de un proyecto de investigación sobre los riesgos para la salud y el medio ambiente de las nanopartículas. Dicho proyecto sostiene que actualmente no se pueden evaluar los potenciales riesgos toxicológicos y ecotoxicológicos y que por lo tanto es necesaria una amplia investigación en diversas disciplinas científicas y agrega que es necesario identificar las distintas investigaciones en la materia y fijar prioridades.Con respecto a los alimentos expresa: “las nanopartículas pueden tener el potencial de acumularse en los organismos y en la cadena alimenticia y el proyecto tiene la finalidad de aclarar la bioacumulación y el bioaumento así como la influencia de la aglomeración en la biodisponibilidad”. El documento insiste en que se estudien las repercusiones del uso de nanotecnología en los alimentos y envases.
En este marco es que se daba el debate en la Comisión Europea y algunos consumidores, como los representados por la Organización de Consumidores y Usuarios de la Unión Europea ( BEUC) solicitaron nuevas leyes para poner límites a una investigación que básicamente formula una elemental pregunta: ¿Qué riesgos plantean esos nanomateriales para el medio ambiente y la salud del hombre? Como nadie puede responderla, la Comisión Europea decidió que lo más acertado es lavarse las manos y no regular sobre el tema, llenando el vacío mediante la aplicación de un código de conducta. Lo cual significa ni más ni menos que dar luz verde al pequeño grupo de empresas, la mayoría de ellas grandes transnacionales, para que empleen esta nueva tecnología.
La Comisiónno ha hecho otra cosa que seguir el razonamiento -destinado a beneficiar a los mismos actores- de la Administración de Alimentos y Fármacos de Estados Unidos( FDA, por su sigla en inglés) que en julio del año pasado anunció que los medicamentos, cosméticos y otros productos fabricados con nanotecnología, no requieren normativas o etiquetados especiales, por considerar que no hay evidencia científica de que impliquen algún riesgo importante.
"Los códigos de conducta voluntarios no son la solución en un área tan controvertida y sensible. La falta de ambición que se esconde tras estas medidas son patentes", señala un portavoz del BEUC, que apoya su opinión en las conclusiones alcanzadas por la Academia Británica para la Ciencia y la Tecnología, que hace poco denunció la alarmante falta de información sobre la seguridad de los nanomateriales. Los consumidores europeos defienden, entre otras cosas, la exigencia de etiquetados que adviertan del uso de nanomateriales y prohibir aquellas nanopartículas nocivas para el ser humano.
Los principios establecidos en el código son elementales y previsibles y se limitan a sugerir a los investigadores que sean precavidos y éticos para no dañar el ambiente o la salud. Andreu Palou, vicepresidente de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria ( EFSA), argumentó que todavía no se puede establecer ninguna regulación al respecto. "Las preocupaciones que se han planteado se manejan en el plano hipotético. Legislar cuando no ha habido todavía noticia de riesgo sería poner trabas a la investigación. Pero podemos plantear esas inquietudes, reflejadas en el código de conducta y que serán tratadas en un documento que ha encargado la EFSA y que saldrá en julio", comenta con un razonamiento digno alguien que pretende ignorar la realidad del mundo en que vivimos.
Como si estuviera destinada a ilustrar a Andreu Palou sobre la conducta vigente en el mundo de los negocios y sus códigos,en forma casi simultánea a sus declaraciones la Coordinación contra los peligros de BAYER difundía la siguiente noticia: "Unos 22.000 pacientes se podrían haber salvado si los reguladores estadounidenses hubieran retirado antes del mercado un fármaco de Bayer AG usado para controlar las hemorragias durante las cirugias a corazón abierto”. El fármaco Trasylol fue retirado en noviembre del mercado a pedido de la Administración de Alimentos y Fármacos de Estados Unidos ( FDA por sus iniciales en inglés), luego de un estudio que lo relacionó con fallas renales que requerían diálisis y una tasa mayor de muerte en esos pacientes. El doctor Dennis Mangano, investigador a cargo del estudio, dijo durante el programa "60 minutes" (en la cadena CBS) que 22.000 vidas se podrían haber salvado si Trasylol hubiera sido retirado del mercado cuando él publicó por primera vez su estudio, en enero del 2006. Mangano declaró que Bayer no develó a la FDA durante una reunión de un comité consejero de la agencia en septiembre del 2006 -en la que se discutieron los hallazgos negativos del investigador- que la farmacéutica alemana había desarrollado su propia investigación, que confirmaba los mismos peligros establecidos por su estudio”. Es a empresas como Bayer que la Comisión Europea pretende regular mediante un código de conducta voluntario.
En nuestra condición de trabajadores no queremos ser cómplices de la irresponsabilidad empresarial en el uso de la nanotecnología, y hace años que nos hemos pronunciado advirtiendo sobre los diversos peligros de la misma encierra en la industria alimentaria y en la agricultura. De acuerdo con nuestra experiencia, ahora debemos advertir a quien quiera escucharnos, que en materia de derechos laborales y humanos, los códigos de conducta voluntarios se convierten en papel mojado cuando así lo exige el interés de los empresarios. Las transnacionales de la alimentación y la agricultura que violan sus propios códigos de conducta en lo laboral son las mismas que aparecen invirtiendo en nanotecnología. En nuestra doble condición de productores y consumidores, afirmamos que los intereses que defiende la Comisión Europea no son los nuestros.
Enildo Iglesias