España: los transgénicos saltan del plato
Los fabricantes renuncian a los alimentos modificados genéticamente
Los fabricantes españoles han optado mayoritariamente por renunciar al uso de productos transgénicos en los artículos de nutrición humana. Desde que el 18 de abril del año 2004 se instauró la etiqueta que obliga a informar si un alimento contiene productos transgénicos, menos de una docena de marcas con esta indicación se han dejado ver en las estanterías de los supermercados. Las empresas prefieren no utilizar transgénicos, arrastradas por un consumidor que se ha mostrado reacio a ellos. La mayor parte del maíz transgénico que se cultiva en España y de la soja transgénica importada por nuestro país va a pienso para animales.
Dieciséis meses después de que entrara en vigor la normativa sobre etiquetado, casi ningún alimento en España contiene transgénicos. Oal menos, eso declaran las empresas. El reglamento sobre etiquetado pretende respetar el derecho del consumidor a no nutrirse con estos productos si estima que su producción y consumo implican riesgos excesivos para el medio ambiente, la salud o la organización agraria.
"Hace dos años estaba muy generalizado el uso de derivados de transgénicos, como almidones o isoglucosas de maíz transgénico, que son sustitutos de los azúcares que se añadían a los refrescos, y también se usaban aceites de soja transgénica; en cambio, hoy en día, la propia industria ya indica que no es así", asegura Juan Felipe Carrasco, de la organización Greenpeace. De misma manera, Montserrat Gil de Bernabé, directora general de Producció, Innovació i Indústries Agroalimentàries de la Generalitat, confirma que los productos transgénicos van mayoritariamente a la fabricación de pienso para animales.
En la actualidad, un total de 400 marcas, fabricantes y cadenas de distribución alimentaria españolas han hecho explícita su renuncia a la utilización de sustancias transgénicas en la alimentación humana. Entre éstas, se encuentran El Corte Inglés, Hipercor, Bimbo, Panrico, Caprabo, Nestlé España, Gallina Blanca o Nutrexpa (casa madre de marcas como Cola Cao, Paladín, Nocilla, Okey, Phoskitos o Hit).
Todas estas marcas han expresado el compromiso de no utilizar en sus productos de nutrición sustancias modificadas genéticamente. Además, han aceptado ser incluidas en la lista verde pública de alimentos transgénicos de Greenpeace, que puede ser consultada por internet.
Todo indica que el reglamento que regula el etiquetado - y obliga a indicar si un alimento contiene productos transgénicos- ha tenido un efecto disuasorio. Las empresas de nutrición han pensado que usar y etiquetar ingredientes transgénicos no beneficiaba su imagen corporativa. Y, de otro lado, ha habido una presión social que ha resultado muy influyente.
Las marcas y fabricantes consultados argumentan su rechazo diciendo que su uso "causaría una mala imagen", que "el público no los demanda" o que tal decisión es "la política de la empresa". No entran, sin embargo, en juzgar si los productos genéticamente modificados son buenos o malos. Incluso se han dado casos de marcas que han renunciado al alimento transgénico tras considerar que los consumidores las han castigado por usarlos.
"Raramente te los encuentras en el mercado. Las empresas no quieren mancharse con una etiqueta que diga que usan transgénicos. El usuario no demanda productos transgénicos porque en realidad su introducción ha venido forzada por las empresas de la biotecnología. Los fabricantes están exigiendo certificados de trazabilidad que garanticen que el producto no contiene organismos modificados genéticamente", confirma Fèlix Martínez Gistau, presidente de la Associació de Productors, Elaboradors i Comercialitzadors de Productes Agroalimentaris Ecològics.
Las decisiones tomadas en este sentido por algunas de las grandes empresas del sector (Nestlé, Unilever) las han adoptado en el ámbito europeo y se ha trasladado a España por el mismo criterio empresarial. Alguien podría pensar que los fabricantes engañan al no etiquetar. Sin embargo, según Juan Felipe Carrasco, sería inimaginable que todas las empresas hayan mentido. En todo caso, sólo es posible que algunas lo hubieran hecho; pero un engaño generalizado es impensable. Si se demostrara posteriormente que la empresa miente, su descrédito sería normal. Greenpeace ha empezado a hacer análisis al azar de todos los productos que hay en el mercado para descubrir si contienen transgénicos e ir cotejando y reactualizando sus listas. En cambio, no hay un registro público de este tipo para facilitar la información al usuario.
Los datos sobre la producción convencional que se puede destinar a consumo humano avalan la idea de que no se está etiquetando indebidamente. En España, sólo el 12% del maíz cultivado es transgénico, mientras que el resto es convencional. Además, el 90% del maíz va a alimentación animal y sólo el 10% es para alimentación humana. Por eso, reservar un 10% de maíz convencional para humanos (cuando el 88% del producto no es transgénico) es algo relativamente factible.
En cualquier caso, productores ecológicos y asociaciones conservacionistas matizan y se quejan de que los productos derivados (como leche, huevos o carne y sus derivados) no están obligados a ser etiquetados incluso aunque los animales de donde proceden hayan sido alimentados con piensos compuestos a base de soja o maíz transgénicos (los únicos productos transgénicos que se pueden comercializar en España). De la misma manera, se considera que los productos europeos ofrecen más garantías de que contengan transgénicos que los norteamericanos, entre otras razones, porque su etiquetado no es obligatorio en Estados Unidos.
Mientras tanto, los productores de maíz transgénico insisten en que estos productos no ofrecen ningún problema para la salud humana. Su argumento principal es que el maíz modificado Bt incorpora un insecticida que hace a la planta resistente frente al ataque de los insectos (el taladro), de manera que se pueden obtener así cosechas más productivas.