España: la invasión silenciosa, por José Antonio Sola
Cuatro de cada diez especies extinguidas se deben a la entrada de ejemplares exóticos. La plaga amenaza con destruir la biodiversidad natural de la Península Ibérica
EN su última salida al campo, vio un cangrejo de río, una malvasía cabeciblanca o un visón europeo? Cualquiera que los haya observado puede considerarse privilegiado al haber asistido a un milagro digno del canto del cisne. Estas tres especies se encuentran al borde de la extinción por la llegada masiva de animales invasores. El rumor de presencia de cocodrilos en el embalse madrileño de Valmayor saltó las luces de alarma ambientales. La globalización no sólo vomita jóvenes con gorras yanquis o andaluzas con kimono. También actúa, y no precisamente de forma positiva, en la naturaleza.
Plantas y animales procedentes de otras latitudes del planeta dañan, de modo irreversible, a los seres vivos autóctonos de la Península. La legión de invasores silenciosos se ha convertido en una amenaza al entrar en competencia por el alimento y el territorio con especies locales. Su proliferación es tan dañina que cuatro de cada diez especies extinguidas en la Tierra desde 1600 se han producido por la introducción de otras foráneas. En España, un informe presentado en el I Congreso Nacional de Especies Exóticas, celebrado en León, identifica 47 vertebrados invasores, mientras el número de invertebrados y de flora extranjera se multiplica por cinco.
Sin duda, el ecosistema más afectado es el de las aguas continentales. 26 especies de peces exóticos se encuentran aclimatados en ríos, embalses y lagos. Uno de cada cuatro es foráneo. De todos, el lucio es el verdadero tiburón de agua dulce. Introducido en el Tajo en 1949, procedente de Europa central, llega a pesar hasta 35 kilos. Su voracidad es tal que arrasa con todo: peces, anfibios e, incluso, aves.
Similar destrucción provocan el mejillón cebra, originario de los mares Negro y Caspio, y el cangrejo rojo americano. Su proliferación es tan masiva que arrasan con la flora y la fauna de los lechos del cauce, hasta provocar desprendimientos y daños en las conducciones de agua. «El mejillón cebra es el caso más preocupante porque causa estragos medioambientales en el río Ebro y podría extenderse a otros, como el Duero», explica Laura Capdeville, bióloga y miembro del Grupo de Especies Invasoras (GEI).
El visón americano, fugado de las granjas peleteras de Castilla y León, País Vasco y La Rioja, está desplazando al europeo. Su agresividad y tamaño es mayor. El mismo fenómeno provoca la malvasía canela, una especie americana de pato introducida en España a través de Gran Bretaña. Al cruzarse con la malvasía autóctona produce híbridos estériles.
En la flora, el problema se reproduce. El carpobrotus, un césped africano más resistente y que necesita menos agua, ha desplazado a la variedad del litoral levantino, igual que la Hierba de la Pampa, una planta argentina que ha invadido hasta las cunetas de la cornisa cantábrica.
Procedencia
Pero, ¿cómo vienen estas especies a nuestro ecosistema?
«Las causas son variadas, pero siempre interviene la mano del hombre», aduce Bernardo Zilletti, de GEI. Al agua llegan fruto del comercio marítimo. Los barcos recogen lastre -grandes cantidades de agua de mar- para estabilizarse y cuando la liberan en otros puertos, también sueltan especies no nativas. En la mayoría de los casos está provocada por la suelta voluntaria de particulares. En España, se han introducido con fines cinegéticos tres mamíferos distintos -gamo, muflón y el arruí-, junto con aves, como el colín de Virginia, faisanes o la codorniz japonesa.
La invasión se completa con la suelta de mascotas exóticas, como la cotorra de kramer, periquitos o la popular tortuga de Florida. «Son una bomba ecológica, porque han creado comunidades estables, cuando la gente se cansa de ellas», argumenta el biólogo de origen italiano.
Consecuencias
El impacto de las especies exóticas es tal que sus implicaciones repercute, no sólo en la biodiversidad, sino también en el campo económico y sanitario, hasta
«convertirse en una amenaza para el ser humano». Los expertos aseguran que no es que los animales españoles sean más débiles, sino que al no haber evolucionado en compañía de los foráneos, no poseen defensas efectivas contra éstas.
De hecho, hubo una invasión tolerante en el caso de la patata, oriunda de América, o la utilización de la rata común para desplazar a la negra, responsable de las temibles olas de peste bubónica.
Los biólogos consideran que la mejor solución posible pasa por la prevención: «Es la única herramienta eficaz y deben asumirla particulares, empresas y las distintas administraciones», sugiere Zilleti, porque «es muy difícil determinar si una especie será o no invasora. Es algo completamente imprevisible».
El Ideal Digital, España, 11-6-03