El tendido eléctrico no se distiende
Prensa
EL Nacional, Venezuela, 28-10-00
  OPINION
  El tendido eléctrico no se distiende
                                            Esteban Emilio Mosonyi
Jamás esperé tanta inflexibilidad de parte del Poder Ejecutivo, frente a las   objeciones muy bien fundadas que voces honestas y conocedoras del problema han
venido exponiendo. Sin ánimos de diálogo se repite hasta el hastío "el tendido va; va el tendido; va, va, va"; al extremo de hacernos odiar el presente indicativo del
inocente verbo "ir", cual si fuese una mala palabra.
No me cuesta reiterar que admiro al presidente Chávez; estoy consciente del
necesario deslinde histórico que representa su figura, de las expectativas que
continúa creando dentro y fuera de Venezuela. Lo felicito sinceramente por haber
sido designado hombre del año en un país muy ligado al nuestro. Pero nada me hace
callar las críticas que sostengo frente a ciertos aspectos vitales de su gestión.
Aún no comprendo por qué nuestra solidaridad con Brasil tiene que pasar   inexorablemente por la construcción del tendido eléctrico dentro de las   especificaciones propuestas: vale decir, sacrificando la Gran Sabana, favoreciendo
la grande y pequeña minería, menospreciando a las comunidades indígenas, hasta
propiciando la contaminación y el desecamiento del río Caroní, importantísima
fuente hídrica para la región y el país.
Desde luego que sobran alternativas. Por ejemplo, ¿qué nos impide usar el inmenso
potencial de energía solar, abundante en todo nuestro territorio nacional? Lo que de
ningún modo aconsejamos es someter la obra a un referendo en Santa Elena, ya que 
está en juego salvaguardar un patrimonio de la humanidad; además de que muchos
votantes serían personas bien vinculadas a la explotación aurífera, minera, maderera
o de cualquier índole depredadora.
Nos extrañaron profundamente las palabras del Presidente en el sentido de negarse a   regresar al "arco y la flecha". Como cuando Lusinchi manifestó su aspiración de
"borrar la palabra indígena del diccionario". ¿Para qué reconoce, entonces, la   Constitución bolivariana los derechos de los pueblos indios? El arco y la flecha son
implementos respetables de las culturas autóctonas del presente, no sólo del pasado.
Su uso es preferible a cazar con escopetas o hacerse la guerra con misiles. En todo
caso, ni el guayuco o la cerbatana, la canoa, la hamaca o el cazabe impiden el  acceso a las universidades o a la tecnología occidental. En cambio, la experiencia
indígena es indispensable para mantener el equilibrio ecológico, por encima de las
opiniones disonantes de Jorge Giordani y del Grupo Garibaldi -voceros del
desarrollismo acrítico- o de los intereses insaciables de la empresa Edelca.
No actuamos bajo influencia de doctrinas foráneas ni como ambientalistas puros,
aunque ellos son también dignos de respeto ante la impenitente destrucción ecocida,
denunciada en los propios discursos del Presidente. En mi caso particular, escribo e
investigo sobre la convivencia en medio de la sociodiversidad, desde mucho antes de que la academia norteamericana agarrase el tema para sí. Me sobran pruebas,   aparte de que por algo se me concedió el Premio Nacional de Humanidades, junto a
otras distinciones: odio la pedantería, pero a veces hay que saber ubicarse.
Sencillamente, no acepto que me tilden de saboteador y enemigo del proyecto   nacional.
Lo que sí puede desfigurar cualquier plan a largo plazo es la obsesión por poblar
ecosistemas frágiles, y construir ciudades y aldeas sin raíces sociohistóricas; con
preferencia a dedicar recursos al fortalecimiento de los centros poblados de la
provincia, que claman por la ayuda oficial sin desmedro de su autogestión: Calabozo,
Yaritagua, El Tocuyo, Tinaquillo, Aragua de Barcelona; y muchos otros cuyo pecado original consiste en no provenir de experimentos ajenos a los principios básicos que rigen cualquier configuración colectiva con viabilidad social. 
Siempre se correrán riesgos a la hora de invertir cuantiosas sumas de dinero en
ciudades con cierta trayectoria histórica, por lo mismo nunca exentas de  contradicciones, imperfecciones e incongruencias. Mas, nada hay tan ingrato como
levantar poblaciones artificiales, inyectándolos todo tipo de refuerzos financieros e
institucionales: en espera de que la gente se acople a una ambientación   deshumanizada que pocas veces llega a la consolidación total.
Sintetizando lo anterior, el presidente Chávez tiene todavía la opción de un   ecodesarrollo sustentable, en armonía con el pensamiento más esclarecido sobre la
materia. De lo contrario, el país podría precipitarse por la vía de un desarrollismo
antiecológico y suicida, con un terrible costo social, económico, cultural y, por
supuesto, ambiental.
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