El país que nadie ama

Por Julio Nudler

"La Argentina se obstina en ver a los subsidios de la Unión Europea y Estados Unidos como los causantes de nuestros problemas agrícolas. De hecho, la Argentina también subsidia al agro, aunque por otras vías muy perversas, porque aquí ninguna explotación agropecuaria resarce al país por el daño que ocasiona en el medio ambiente al arrasar la tierra. En unas ocho millones de hectáreas se aplica masivamente el Round Up (el herbicida de Monsanto), no una vez en el barbecho como estaba previsto sino hasta tres veces. A ese glifosato se lo mezcla con otros agrotóxicos de poder impreciso. Según los productores, tras su aplicación 'no queda nada'. En esas hectáreas se cultiva soja RR (lo que significa resistente al Round Up). Allí ya no crecen malezas ni pasto, ni siquiera en las banquinas. Se fumiga desaprensivamente desde el aire, destruyendo la biodiversidad. Ni los árboles lo resisten." Escuchando a Jorge Eduardo Rulli, Alfredo Galli y Mario Sánchez Proaño, miembros del Grupo de Reflexión Rural, se oye una música muy diferente de la de los habituales discursos de funcionarios o dirigentes sobre la situación del campo.
Para los del GRR, "la posición de las entidades es escandalosa, patética. No se puede seguir culpando de la crisis a los peajes, a los impuestos o al precio del gasoil, por injustos que sean. El problema es el modelo, que excluye la vida y las prácticas campesinas, que impone la incorporación de tecnologías incontroladas. Se rechaza la multifuncionalidad de la agricultura, según la cual ésta concierne no sólo al comercio sino también a la preservación de los recursos naturales y del medio ambiente, del paisaje, del arraigo de la población rural en los parajes donde ha nacido y donde tiene derecho a permanecer. Ni la Federación Agraria ni ninguna otra entidad defienden este planteo. Casi todos sus dirigentes viven en pisos en Buenos Aires o Rosario, usan traje y corbata, y de campesinos no tienen nada."
Los del Grupo ven al país convirtiéndose en un gigantesco monocultivo transgénico. "Toda la soja argentina es hoy transgénica, con un tremendo grado de inestabilidad biológica." Paralelamente, la masiva aplicación de insecticidas y herbicidas produce efectos como la extinción de las abejas, sencillamente porque dejó de haber flores en los campos. Además de los efectos visibles, también está afectada la microfauna del suelo, que está tan muerto como la ceniza. Tampoco la carne argentina es lo que era: "Ya no hay casi vacas que caminen los potreros. Todo lo que hacemos es feed lot. Debido al bajo costo de los granos, el negocio es producir en encierro. En esas condiciones, el animal está estresado, tiene alto colesterol y requiere antibióticos para evitar que en esa promiscuidad se enferme. Muchos les dan anabólicos a los novillos para inducir la retención de agua en los tejidos, con lo que aumentan de peso. Esos anabólicos aparecen publicitados en los suplementos rurales de los grandes diarios. En los avisos se incluye una advertencia casi ilegible: 'no debe administrarse a animales destinados a la Unión Europea'". Esta hormona motivó un tremendo choque de los europeos con Estados Unidos en la OMC.
Cada vez más lo que manda es la escala de producción: "La fórmula es aplicar herbicida masivamente y sembrar. Cualquier tractorista puede hacerlo. No hace falta ser agricultor para eso, y mucho menos agrónomo. Nadie va y mira cómo está la tierra. La información se baja de los satélites. Lo que importa es tener más escala para reducir los costos unitarios. Es igual que con los pollos: se los hacina en enormes galpones, donde sólo importa el número, no la calidad. Esto lleva a que el agro argentino produzca sólo commodities (productos estándar, indiferenciados), en lugar de especialidades, y ni siquiera alimentos sino forraje para que los países centrales produzcan carne."
El productor es atraído hacia toda esta tecnología, que incluye la maquinaria y los insumos. La Argentina abandonó las variedades de semillas por los híbridos, porque éstos se patentan. Y de los híbridos se pasó alos transgénicos, que no sólo se patentan: su oferta está en manos de un grupo de transnacionales, como Nidera, Zéneca, Monsanto y Novartis. "Monsanto ofrece todo lo necesario -explican-: semillas, insecticidas, fungicidas y herbicidas. Como el productor necesita invertir cada vez más capital en la adquisición de todo el paquete tecnológico para producir una commodity, cuando cae el precio de ésta queda enfrentado a la ruina porque no puede pagar sus deudas. El financiero es hoy un factor de inestabilidad para el agro tan amenazante como el climático. Ahora el dueño de cien hectáreas debe más de lo que vale su campo y tiene que mandar a su hija al pueblo como doméstica. Y hay millones de hectáreas en ejecución." En este modelo cultural, ya nadie sabe trabajar su campo sin endeudarse. Por tanto, si se les condonara toda la deuda a los agricultores, al poco tiempo volverían a estar tan endeudados como antes. "El problema no son las deudas sino el modelo", dice el Grupo.
A los productores les va momentáneamente bien cuando logran ir creciendo en escala a costa de los más pequeños, que se ven forzados a emigrar, dejando un desierto tras ellos. "Es absurdo que con 100 hectáreas no se pueda vivir -dice Galli-. La unidad económica para este esquema de commodities es de 1500. Y es ridículo que el tambo mínimo deba tener 200 vacas. Que con 100 vacas no alcance para alimentar a una familia. La leche fue convertida en un commodity más. Toda es pasteurizada, y no se fabrica un solo queso con leche sin pasteurizar, a diferencia de los buenos quesos franceses o suizos. Acá se pasteuriza para matar todo, porque se supone que todo el proceso carece de higiene, que hay mastitis. Para no pasteurizar hay que saber ordeñar, pero esta cultura está siendo destruida."
¿Hubo un cambio de enfoque con la Alianza? La respuesta es no: "El nuevo gobierno asume a tal punto las políticas menemistas que nos visualiza como sus enemigos." Así parece verlos, al menos, Jorge Cazenave, el subsecretario de Agricultura. "Este es un país suicida, un país que nadie ama, y mucho menos sus gobernantes -dicen-. Los mismos productores hablan con fruición de los agrotóxicos que usan, aunque luego se enferman con el agua de las napas que ellos mismos contaminan. Alguien los trastornó y ya no pueden parar. Sus propios dirigentes no se atreven a advertirles que esa tecnología va contra ellos, que así los únicos que verdaderamente ganan con nuestra agricultura son las transnacionales que les venden el paquete."

Diario Página/12, Argentina, 5-8-00

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