Eco-refugiados, los condenados de la tierra
Pasado un año del tsunami, varios meses después del Katrina, de otros huracanes que devastaron América Central, la relación entre cambio ambiental y la emergencia de una marea ciega de millones de seres humanos tratando de subsistir y reubicarse aparece, claramente, como uno de los grandes problemas del siglo XXI
De hecho, la irrupción de una multitud de africanos abalanzándose contra los alambrados de Ceuta y Melilla nos puede ayudar a comprender la desesperación de aquellos que no tienen nada que perder porque vienen de lugares que ya no existen. Estos condenados de la tierra son los millones de refugiados ambientales que las maquinarias burocráticas se niegan a reconocer como tales por sus implicancias políticas y presupuestarias. La temporada de desastres de 2005 cerró con un total de 322.000 muertos. Al decir del filósofo del derecho Ernesto Garzón Valdes haremos bien en distinguir calamidad de catástrofe.
Mientras la calamidad nombraría a los desastres resultantes de la acción humana, la catástrofe estaría reservada a los acontecimientos desgraciados provocados por la naturaleza. Pero aún la catástrofe más natural tiene algún componente calamitoso. De todos los lugares donde las personas debieron padecer catástrofes y calamidades sólo en los Estados Unidos, o para ser más precisos en Nueva Orleáns, derivaron en cuestionamientos al palacio.
Tanto los medios como las ONG y ciudadanos furiosos pusieron al descubierto la ineptitud de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA), la displicencia presidencial frente a un problema que, evidentemente, no figuraba en la agenda, así como el manejo discrecional de la ayuda según la filiación partidaria de gobernadores y alcaldes. Tal vez más que en el tsunami (donde ni siquiera se pudo concertar una tregua en Sri Lanka y la provincia meridional de Indonesia), el Katrina reveló el lugar imposible de la figura del refugiado ambiental. Ubicado en la intersección de la transformación geográfica, la seguridad humana y el Estado nacional, estos desplazados son más una molestia que otra cosa. En América Central donde el huracán Stan golpeó con fuerza, sus efectos sin embargo, son casi imperceptibles en lo venerados indicadores macroeconómicos.
A pesar de las muertes, destrucción de viviendas y pérdida de tierras cultivadas, el PBI de El Salvador y Guatemala tendrá un crecimiento similar al del año anterior. De acuerdo con un estudio realizado por la CEPAL, aunque el impacto social es muy grande al haber afectado a “campesinos y pequeños comerciantes con economía ‘de patio’, el daño y las pérdidas son poco visibles”. Asimismo, los gobiernos centroamericanos evitaron contraer deudas para asistir a los damnificados.
Además de tsunamis, huracanes y otros desastres de alto impacto, el trastorno ambiental que está alentando el éxodo multitudinario es el avance de la desertificación. Hama Arba Diallo, secretario ejecutivo de la Convención de la ONU para la Lucha Contra la Desertificación, asegura que en estos momentos hay 135 millones de personas en situación de convertirse en refugiados ambientales. Desertificación, pobreza y refugiados ambientales son problemas entrelazados. Se estima que la mitad de los 50 millones de refugiados ambientales calculados para el 2010, la mitad serán del Africa subsahariana. Según algunos pronósticos, en 2020 unos 60 millones de refugiados habrán emigrado de los territorios desertificados del Sahel al norte de Africa y de ahí a la Europa mediterránea.
El éxodo medioambiental también ejercerá presión sobre las ciudades costeras africanas. Pero la desertification no es una exclusividad de África. Alcanza a 110 países. “Un 70% de las 5.200 millones de hectáreas de tierras secas utilizadas para la agricultura en el mundo (30% de la superficie total de las tierras del planeta) ya están degradadas y amenazadas de desertificación”. De continuar este proceso, las tierras cultivables caerán en una tercera parte en Asia, dos terceras partes en Africa y una quinta parte en América del Sur.
Incluso en los Estados Unidos, más del 30% de tierra está afectada y una quinta parte de España corre riesgo de convertirse en desierto. La relación entre calamidad y movimientos migratorios parece evidente. Justamente, en 2004 le fue concedido el Nobel de la Paz a una persona que reunía dos atributos inusuales: ecologista y mujer, Wangeri Maathai.Con su Movimiento del Cinturón Verde tiene el propósito de plantar 30 millones de árboles en todo el continente africano. “No teníamos una palabra para el desierto porque nunca lo habíamos visto”.
Formado inicialmente como un movimiento ecologista centrado en la reforestación empezó a chocar con el gobierno de Kenia. Sufrió persecuciones, encarcelamientos y derivo rápidamente en la defensa de los derechos humanos y la democracia”. Puedo sentir la tragedia bajo mis pies. Los surcos y cauces me miran mudos, contando la historia de la erosión del suelo, desconcida en el pasado. El hambre está reflejada en la cara de la gente”. Los árboles que en la estructura tradicional aldeana eran el lugar de mediación y resolución de conflictos, de reuniones comunitarias fueron cortados para dar lugar a extensas plantaciones de té. De los árboles originarios de Kenia sólo quedan el 2%.
La explotación intensa de la tierra provocó un conflicto entre agricultores y pastores”. Cuando nuestro ambiente está degradado, la gente no piensa, ¿qué podemos hacer para rehabilitarlo? En vez de eso, se pelean por lo que queda”. Estas calamidades son el mar de fondo de las guerras cuartomundistas en curso: la desertificación en Darfur (Sudán), la deforestación en Filipinas, la erosión en México. Para Jenny Claver, investigadora sudafricana en cuestiones de seguridad humana, “la globalización implica exclusión tanto como inclusión. Esto se halla en el meollo de la crisis medioambiental del mundo y de manifestaciones de una creciente desigualdad, pobreza en aumento así como el recurso a remedios desesperados y a menudo violentos”.
No hace falta ser un apocalíptico para darle crédito al presidente de la República de Maldivas, cuando dijo que de seguir por este camino “todos nos convertiremos en refugiados ambientales”.
La Mañana de Córdoba, Argentina, 7-1-06