De transgénicos y conversos
Cuando la crisis alimentaria y climática ya se deja sentir en el mundo entero, el cuidado de la sostenibilidad alimentaria y la diversidad genética adquiere importancia estratégica
Los cultivos transgénicos (CT) son resultado de alterar la cadena genética de una planta, introduciendo segmentos del ADN de otro ser vivo (planta o animal), para hacerlos más resistentes a insectos plaga o a herbicidas (el 81% de CT apuntan a esto último). Los conocimientos actuales no son suficientes para prever sus efectos sobre la biósfera, lo que exige extrema cautela para su introducción, sobre todo en países con ecosistemas tan frágiles y a la vez tan ricos como el nuestro. Se teme la pérdida de biodiversidad por la contaminación genética que la polinización puede producir en otras plantas, el incremento en el uso de tóxicos en la agricultura, la consiguiente degradación de los suelos, y el desarrollo de insectos y “malas hierbas” más resistentes a los plaguicidas, así como sus efectos sobre la salud humana, además de la dependencia económica que producen con relación a las transnacionales que tienen la patente de las semillas. Monsanto controla el 80% de CT en el mundo, Aventis el 7%, Syngenta 5%, BASF 5%, y Du Pont el 3%. Ellas producen también el 60% de plaguicidas.
Ahora, cuando la crisis alimentaria y climática ya se deja sentir en el mundo entero, el cuidado de la sostenibilidad alimentaria y la diversidad genética –en la que el Perú es un espacio privilegiado– adquiere importancia estratégica. Los dueños del mundo toman sus previsiones: hace unos días los países del G-8 emitieron en Hokhaido una declaración funcional a los intereses de las transnacionales y contraria a que cada país regule el comercio de alimentos buscando su propia seguridad. Llama, por tanto, la atención que la delegación peruana asistente al Foro Mundial de Bioseguridad realizado en mayo, en Alemania, se opusiera al establecimiento de sanciones para las multinacionales productoras de CT con efectos negativos sobre la salud o el ambiente, y que luego el presidente García estableciera un amplio paquete de normas para abrir camino al TLC (que de candidato exigió no suscribir), incluyendo la apertura al ingreso de CT a nuestro país. Esta posición revela los peligrosos extremos a que puede llevar una política que juega abiertamente a favor del orden global diseñado por las transnacionales, liderada con el fanatismo y la arrogancia del converso. Múltiples voces, incluyendo la de Antonio Brack, ministro del Ambiente, han manifestado su honda preocupación ante ello.