"Cuando se modifica el ADN es imposible saber como evolucionará"
Entrevista a Lidia Senra, quien visitó estos días Vilagarcía para abordar el asunto de los impactos que los cultivos transgénicos implican para el entorno natural
Los impactos que los cultivos transgénicos implican para el entorno natural y para el mantenimiento de la agricultura tradicional, así como sus posibles efectos en la salud humana, son uno de los temas en los que el Sindicato Labrego Galego viene trabajando desde hace algún tiempo. Lidia Senra visitó estos días Vilagarcía para abordar este asunto en un coloquio que consiguió despertar el interés del público, que durante más de dos horas planteó dudas y aportó puntos de vista.
–Para empezar, explique lo que es un transgénico.
–Es una semilla o un animal que se fabrica en un labotarorio introduciendo ADN de una especie en otra para conferirle características que no tendría por sí misma. Por poner un ejemplo: se están introduciendo genes de pescado en tomates para retrasar su proceso natural de putrefacción. Pero no solo, porque también se utiliza ADN de bacterias o de virus.
–¿Qué tipo de complicaciones puede generar esto?
–Los problemas pueden darse en tres frentes: en lo relacionado con el control y dependencia de los agricultores de las grandes multinacionales, en las consecuencias para la biodiversidad y en la salud de las personas.
–Hay quien se resiste a creer que los organismos genéticamente modificados sean nocivos para los humanos.
–Cada vez existen más evidencias de que son peligrosos para la salud. Un científico inglés que hacía una investigación con ratas demostró que las alimentadas con transgénicos sufrían un importante debilitamiento de su sistema inmunológico. En algunos procesos de modificación genética de semillas se usan antibióticos; algo que podría provocar una mayor resistencia a estos medicamentos. El problema es que la mayor parte de los estudios son encargados por empresas con intereses en obtener el resultado que les conviene. Cuando se altera el ADN es imposible saber cómo va a evolucionar. Y mientras no existan todas las garantías debe prevalecer el principio de precaución. Cuando sucedió lo de las vacas locas no estaba demostrado que hubiese ningún problema hasta que empezó a morir gente y se evidenció que existía. Y lo más grave es que nadie fue a la cárcel por eso, ni se asumieron las responsabilidades para los fallecidos ni los enfermos. Por eso debe primar la precaución.
–¿Cuáles son los riesgos para la agricultura tradicional?
–No existe un modo de poner portales al viento o a los insectos, por lo que es imposible garantizar que el polen de cultivos transgénicos no llegue a otros tradicionales. Esto supone poner en peligro especies autóctonas, con el consiguiente riesgo para la biodiversidad. En Alemania se dio un caso de un productor de miel que, de repente, se encontró con que debía etiquetar su miel como transgénica porque sus abejas habían cogido polen en un cultivo de esas características. Por otra parte, ya están apareciendo algunas hierbas de gran resistencia a consecuencia de esto.
–¿El empleo de transgénicos implica entonces el final de los cultivos tradicionales?
–Estoy convencida de que no es posible mantener leyes de coexistencia de ambos cultivos, porque como dije es imposible controlar el aire, y eso implica obligar a personas que tal vez no quieran consumir productos transgénicos a tenerlos obligatoriamente en su plato. Cuando una empresa crea una semilla transgénica, esta se patenta. Y a partir de ese momento, cada vez que un productor la utiliza tiene que pagar por ello. No se pueden guardar de un año para el siguiente. Y el objetivo, precisamente, es que todos los agricultores paguen.
–Las repercusiones económicas serían entonces importantes...
–Estamos hablando de tecnologías muy caras, realizadas por laboratorios. Y aunque la semilla pueda estar vendiéndose a precios razonables, hay que tener en cuenta que lleva asociado un paquete de agrotóxicos indispensable para que esa semilla crezca. Además, al no poder reproducirla sin pagar, se eleva la dependencia de los agricultores de las empresas y laboratorios.
–¿Cuál es el nivel de implantación de estos cultivos en nuestra zona?
–En Galicia no tenemos constancia de agricultores que utilicen estas semillas, pero España es uno de los 13 países de Europa con más megaproductores. Estamos hablando de en torno a 80.000 hectáreas, que representan el 1,3% de la superficie cultivada del Estado español. Nuestra lucha ahora es por revertir esto, porque creemos que el porcentaje todavía permite pensar en una vuelta atrás. Por otra parte, en los últimos tiempos empresas dedicadas a la manipulación genética han empezado a pedir permisos para realizar experiencias en campo. A raíz de eso se creó la Plataforma Galega contra os Transxénicos, y se ha conseguido que un buen número de ayuntamientos gallegos se declaren territorios libres de transgénicos.
–¿Qué cultivos transgénicos existen en el mercado?
–A nivel europeo están legalizadas dos variedades de maíz y una de patata, que se emplea para usos industriales. El algodón, la colza y la soja también están muy extendidos.
–Pero estos ingredientes se emplean en la elaboración de distintos productos...
–Sí, el problema en Galicia es que los transgénicos están en los estantes de los supermercados. Los chocolates, las pastas o las gallegas pueden contener maíz o soja modificada genéticamente. Si es así, deberían indicarlo en su etiqueta. Pero si el porcentaje está por debajo del 0,9% no es obligatorio, con lo que casi con total seguridad estamos llevando constantemente a casa productos transgénicos que nos van colando por la puerta de atrás. Existen listas de Greenpeace que indican las marcas que emplean ingredientes modificados genéticamente, las que no y aquellas donde no se garantiza, y que puede ser un instrumento muy útil para los consumidores.
–Se trata de un problema que afecta tanto a alimentos frescos como manufacturados.
–Sí. Lo más recomendable es comprar las verduras y las frutas en los mercados locales, y a ser posible optar por los productos ecológicos, que son los únicos que ofrecen garantías al 100%. Existe además el problema añadido de que los productores de carne y pescado tienen una dependencia cada vez más grande de las compañías de piensos elaborados. Y todos usan soja y maíz manipulado genéticamente. Así que cualquier persona que críe gallinas y compre pienso convencional tendrá huevos y carne transgénicos. En ese sentido, se está librando una importante batalla para que los productores tengan la libertad de poder comprar pienso que no utilice estos ingredientes.