Colombia: Fumigaciones fallidas y daños colaterales
La Casa Blanca reconoce que en 2006 aumentó la extensión de los cultivos colombianos de coca, pese a las intensas fumigaciones del Plan Colombia, denunciadas como dañinas para la salud humana en el vecino Ecuador
"La coca nunca se va a acabar", dijo convencida una mujer que viajaba en el asiento detrás de esta reportera en un autobús entre Buenaventura y Cali, en el occidental departamento colombiano del Valle del Cauca. El chofer y los demás pasajeros asintieron.
Durante el viaje, remontando la cordillera Occidental de los Andes, sólo se había escuchado música. La conversación se desató en los últimos 10 minutos, antes de arribar a la terminal de transporte de Cali, la capital vallecaucana, al filo de las ocho de la noche, al pasar frente al comando de la policía, destruido por una bomba en abril.
Para la mujer, de unos 25 años y de raza negra, fue la primera noticia. Explicó que llevaba un año aislada "en la jungla", al sur del río Naya, en el departamento de Nariño, fronterizo con Ecuador.
Contó que ese día había navegado muchas horas en lancha por el Pacífico hasta el puerto de Buenaventura y que llevaba consigo lo producido en un año. No era dinero, sino "mercancía". Así, IPS viajó por horas en un transporte público que llevaba un cargamento de droga.
Antes de perderse en el gentío, la mujer mencionó que en la zona donde trabajó había cantidades enormes de coca, materia prima de la cocaína, de la cual Colombia es primer productor mundial y Estados Unidos principal mercado consumidor.
En su informe 2006, publicado este martes pero con fecha del lunes, la estadounidense Oficina de Política Nacional de Control de Drogas le da la razón: midió ocho por ciento de aumento de los cultivos, unas 13.000 hectáreas más que las detectadas en 2005, para llegar a un total de 157.200 hectáreas.
Ese aumento se registra pese a que en 2006, mediante el Plan Colombia antidrogas y antinarcóticos, se erradicaron 213.724 hectáreas de coca, la mayoría mediante fumigaciones con una mezcla de herbicidas (glifosato) y surfactantes, y otra parte en forma manual.
Desde 2000, el Plan Colombia financiado por Washington ha destruido 946.000 hectáreas de coca. La Casa Blanca justifica las últimas cifras en el aumento del territorio medido el año pasado, 19 por ciento superior al de 2005.
El ecuatoriano Comité Interinstitucional sobre las Fumigaciones (CIF), un grupo interdisciplinario civil, estudia desde 2001 los "efectos colaterales" del Plan Colombia sobre la salud humana y siembras no ilegales. Sus informes dan argumentos a Quito para exigir a Bogotá que se abstenga de fumigar en una franja de 10 kilómetros previa a la frontera binacional.
Colombia ha anunciado su disposición de indemnizar a los campesinos ecuatorianos afectados. Pero quizá Bogotá piense que sólo se trata de resarcir cosechas.
El CIF comprobó, dentro de Ecuador, el impacto de las fumigaciones colombianas a dos, cinco y 10 kilómetros de la frontera. Detectó afecciones respiratorias, digestivas, de la piel y oculares.
"Esos cuatro problemas iban disminuyendo conforme nos distanciábamos de la frontera", dijo a IPS en Bogotá el médico español Adolfo Maldonado, de la no gubernamental Acción Ecológica, una de las 11 entidades que conforman el CIF.
En su primer estudio encontraron "una gran mortandad de animales, básicamente peces". Nadie ha estudiado el impacto en el agua. "Todos los campesinos mencionaron que se había producido una gran cantidad de abortos en los animales que estaban preñados", señaló Maldonado.
La segunda investigación comparó población colombiana y ecuatoriana. El CIF encontró "una situación de estrés muy importante" entre la ecuatoriana, debido a que no sabe si sembrar o no, dado que su gobierno no ha podido detener las fumigaciones de Colombia.
Mientras, "en la población colombiana lo que había era un nivel altísimo de depresión. La gente sabía que era el Estado el que le estaba haciendo esto, por lo tanto no tenía posibilidades de acudir a ninguna instancia oficial a reclamar, y por eso la sensación de abandono, la necesidad de irse de la zona" era muy marcada, dijo Maldonado.
El tercer estudio, de 2003, sobre el impacto de los rociados en el ácido desoxirribonucleico (ADN) de la población local, fue parte de un peritaje para la Defensoría del Pueblo (ombudsman) de Ecuador.
Los encargados del estudio acudieron a la zona dos semanas después de las fumigaciones y aplicaron la llamada prueba del cometa, electroforesis alcalina de células individuales, que analiza el daño del material genético por acción de diferentes agentes químicos y físicos.
Fueron analizadas 47 mujeres colombianas y ecuatorianas que habitan en la línea de frontera, escogidas bajo el criterio de que en su actividad cotidiana no tuvieran contacto con pesticidas, pero que hubieran recibido fumigaciones con la mezcla usada en el Plan Colombia.
"Determinamos que había un daño promedio de 36 por ciento de las células en la totalidad de las mujeres que analizamos. Lo habitual es encontrar un cuatro por ciento de daño genético en población normal, de ciudad o rural, como el grupo control de 25 mujeres (analizadas) a más de 80 kilómetros de la zona fumigada, dentro de Ecuador", según Maldonado.
"Eso implica que obviamente el riesgo de cáncer, de malformaciones congénitas y de abortos estaba tremendamente elevado, prácticamente en un 800 por ciento", advirtió.
Otra investigación, realizada a comienzos de 2006, buscó el impacto sobre los cultivos de alimentos. En la zona "hay niveles de desnutrición elevadísimos, que alcanzan a 32 por ciento frente a 18 por ciento en población que se encuentra a 20 kilómetros de la frontera", señaló el médico.
Este cuarto estudio abarcó 25 escuelas ecuatorianas y más de 1.700 alumnos, y descubrió, además de la mala alimentación, "comportamientos anómalos muy importantes por parte de los niños", por lo cual se solicitó a un equipo de psicólogos averiguar "qué era lo que estaba ocurriendo".
"Comprobamos que había un 40 por ciento de casos de depresión, un 46 por ciento de problemas de autoestima, una pérdida de 70 por ciento de capacidad de aprendizaje, una situación escolar terrible", aseveró.
Para esto, se compararon dibujos infantiles de la frontera en diferentes años. En el estudio de 2001, sobre cómo veían los niños las fumigaciones, éstos hicieron gala de una capacidad de observación "impresionante". "Podían decir en qué se diferenciaba la afectación de un cedro, una yuca, un platanar", según Maldonado.
Dos años después, cuando se les pidió nuevamente pintar las fumigaciones, "los niños ya empiezan a mostrar la sangre. En los dibujos destacan los disparos, los choques armados. Hay una presencia militar importantísima, aviones que ocupan prácticamente todo el papel", describió.
En 2006, cuando se les pidió a los menores que dibujaran una familia, "nos quedamos absolutamente traumados", dijo Maldonado.
Porque "primero, dejan de dibujar a colores. Abandonan el color. Y, segundo, dejan de dibujar la boca. Los niños dejan de dibujar sonrisas. Lo único que dibujan son ojos grandes, ojos abiertos pero no hay ni oídos ni boca, en una manifestación de que esos niños no pueden expresar lo que está pasando", dijo.
Los psicólogos sintetizaron esa situación "con una frase que a todos nos dejó con escalofríos: que jamás habían visto niños con niveles tan bajos de alegría".
El niño Diego Gonzaga, de la comunidad El Cóndor cerca del río San Miguel que marca la frontera, pintó un marrano patas arriba y escribió: "Mi chanchito se murió y yo lo quería mucho. Me iba a comprar mi uniforme para ir a la escuela. El que vea y lea lo que está en mi dibujo, pido que me ayuden para terminar mi primaria. No quedó nada de plantas y animales".
El San Miguel lleva un letrero: "Río contaminado del Plan Colombia".
Los animales son "el ahorro de los pobres", explicó Maldonado, "el niño cría el chancho durante todo el año, lo vende y con ese dinero se compra el uniforme y los útiles escolares". Al morir el cerdo, "este niño dice: ahora no tengo cómo ir el próximo año a la escuela".
Los campesinos ecuatorianos en la primera línea de frontera aseveran que pierden entre 75 y 90 por ciento de sus cosechas por las fumigaciones. "Esto hace que, obviamente, la situación económica de esta población se afecte", comentó el médico.