Canadá: ¿Zona franca para transgénicos?
El caso del maíz Bt10, una variedad prohibida que creció en Estados Unidos y entró a la Unión Europea sin que nadie se diera cuenta, muestra la debilidad de los sistemas regulatorios
Brooklin, CANADÁ.- El caso de una variedad de maíz transgénico inadvertida durante cuatro años por las autoridades de Estados Unidos y la Unión Europea (UE) muestra la debilidad de sistemas sanitarios y regulatorios en ambos lados del Atlántico.
La firma suiza Syngenta AG fue multada con 375 mil dólares por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA son sus siglas en inglés) por vender de 2001 a 2004 semillas de maíz genéticamente modificado Bt10, no autorizado, a agricultores de ese país.
El maíz de Syngenta contiene un gen procedente de la bacteria Bacillus thuringiensis (Bt), que actúa como pesticida contra el insecto llamado barrenador o taladro europeo del maíz (Ostrinia nubilalis). La variedad Bt11 está aprobada por Estados Unidos y otros países desde hace algunos años, pero la firma produjo y vendió por error, como si fuera Bt11, la variedad Bt10.
La diferencia más preocupante es que el Bt10 también contiene un gen que le confiere resistencia al antibiótico ampicilina, de uso muy común para tratar infecciones bacterianas.
El gobierno estadounidense "no examina las semillas que plantan los agricultores, y depende de la información que aporten las propias compañías" que las producen, señaló a Tierramérica Joe Mendelson, del no gubernamental Centro de Seguridad Alimentaria, con sede en Washington.
"Nadie podía enterarse de esto si Syngenta no lo revelaba", enfatizó.
Se calcula que las semillas no autorizadas produjeron unas 150 mil toneladas de maíz, y que parte de las cosechas fue exportada a la UE, donde no estaba autorizado su consumo humano ni como forraje.
La UE anunció el 11 de abril que estudia una suspensión de sus importaciones de gluten de maíz para forraje, por valor de unos 450 millones de dólares anuales.
Syngenta reconoce que pequeñas cantidades de maíz transgénico Bt10 pueden haber sido exportadas a otros destinos, y el diario estadounidense The New York Times sostuvo que las semillas también fueron vendidas a agricultores canadienses y argentinos.
Un portavoz de Syngenta, quien pidió el anonimato, dijo a Tierramérica que se trató simplemente de "una confusión de etiquetas", y aseguró que no existen "problemas sanitarios ni de seguridad, porque el gen de resistencia a la ampicilina se usa sólo como marcador y es inactivo en las plantas".
Varios tipos de maíz transgénico cultivados legalmente en Estados Unidos y otros países poseen genes de resistencia a antibióticos como marcadores, pero los organismos de la UE no han aprobado esas variedades.
Syngenta supo que había cometido un error el año pasado, al emplear nueva tecnología para examinar sus productos, llevó a cabo una investigación interna e informó sobre el asunto a la USDA y a la Agencia de Protección Ambiental (EPA son sus siglas en inglés) estadounidense a mediados de diciembre. La cuestión fue ventilada en la edición del 22 de marzo de la revista científica Nature.
Syngenta alega que no le correspondía informar al público mientras la USDA y la EPA realizaban su propia investigación, cuyo resultado fue, según el portavoz de la empresa suiza, que el maíz Bt no representaba problemas "ambientales ni de salud humana o animal".
La compañía sostiene que el Bt10 es seguro, "aunque nunca ha sido examinado en forma rigurosa ni regulado. Eso es jugar demasiado ligeramente con las normas", comentó Mendelson.
Pero Val Giddings, vicepresidente para alimentación y agricultura de la Organización de la Industria Biotecnológica, con sede en Washington, arguye que hubo "cerca de 500 mil millones de acres (unos dos mil 23 kilómetros cuadrados) de cultivos mejorados por la biotecnología en el mundo en la última década, sin una sola experiencia de daño al ambiente o a la salud humana o animal".
"Las agencias reguladoras estadounidenses abrieron camino para las del resto del mundo", opinó, aunque admitió que esas agencias no controlan que las semillas usadas sean de variedades aprobadas.
"Nadie mira en los sacos de semillas para ver si dentro hay lo que dice en la etiqueta", reconoció en entrevista con Tierramérica.
Ese tipo de examen requiere equipo avanzado que sólo poseen unos pocos laboratorios.
Las compañías productoras de semillas tienen sus propios sistemas de control de calidad, y los errores se pagan, adujo Giddings.
Además de la multa de 375 mil dólares, Syngenta deberá patrocinar un seminario de entrenamiento para cumplir normas, y la investigación de las EPA, que no ha terminado, puede conducir a que se le impongan otras sanciones.