Bush, apóstol de los transgénicos, por Jeremy Rifkin

En caso de que usted crea que el enfrentamiento de la administración Bush con sus aliados europeos se ha terminado con la campaña militar iraquí, piénseselo dos veces. La Casa Blanca ha puesto ahora sus miras en algo mucho más personal, en la cuestión de qué tipo de comida deberían poner los europeos en su mesa

El presidente Bush ha acusado a la prohibición europea sobre alimentos genéticamente modificados de disuadir a los países en desarrollo de cultivar plantas transgénicas para la exportación, lo que habría dado como resultado más hambre y pobreza en las naciones más pobres del mundo.

El mes pasado, el gobierno norteamericano lanzó un desafío legal formal a la Organización Mundial de Comercio (OMC) para que obligase a la Unión Europea (UE) a levantar su "moratoria de facto" sobre la venta de semillas y alimentos transgénicos en Europa. La UE ha respondido que no hay ninguna moratoria vigente y señala que en el año pasado ha aprobado dos solicitudes de importación de semillas transgénicas. A pesar de todo, es probable que el nuevo envite de Bush provoque otro enfrentamiento entre ambas superpotencias, cuyo impacto a largo plazo sea aún más serio que la ruptura sobre Irak.

Para la mayor parte de los europeos los alimentos transgénicos son anatema. Aunque se preocupan de sus potenciales perjuicios medioambientales y sus consecuencias para la salud, están igualmente preocupados por los efectos culturales. Mientras que hace mucho tiempo que los americanos han aceptado una cultura del fast food dominada por las grandes empresas, en Europa, alimentación y cultura se encuentran estrechamente entrelazadas. Cada región alardea de sus propias tradiciones culinarias y atrae con sus productos locales.

En un mundo de fuerzas globalizadoras, crecientemente controlado por empresas monstruo y regímenes de burocracias reguladoras, el último vestigio de identidad cultural que sienten muchos europeos es que tienen cierto control sobre los alimentos que eligen. A ello se debe que cada encuesta realizada en Europa, incluidos los nuevos países candidatos al ingreso en la UE, muestre un abrumador rechazo del público a los alimentos transgénicos.

Las empresas alimentarias globales que operan en Europa, como McDonald's, Burger King o Coca-Cola han respondido a la aversión del público prometiendo que mantendrán sus productos libres de todo rastro transgénico. Imponiendo esta cuestión, la administración Bush está provocando un avispero de indignación pública.

La Casa Blanca ha empeorado la situación al sugerir que la oposición europea a los alimentos transgénicos equivale a condenar a muerta a millones de hambrientos en el Tercer Mundo. Al negar a los campesinos pobres de los países en desarrollo un mercado europeo de alimentos transgénicos, según la Casa Blanca, no les queda otra opción que cultivar alimentos convencionales y perder las ventajas comerciales que van unidas a los productos transgénicos. Las declaraciones de Bush sobre los beneficios de los transgénicos parecen más una operación de relaciones públicas que un argumento político razonado.

El hambre en el Tercer Mundo es un fenómeno complejo que no es probable que se revierta introduciendo cultivos transgénicos.

En primer lugar, el 80 % de los niños desnutridos en el mundo en desarrollo viven en países con excedentes de alimentos. El problema del hambre tiene más que ver con la forma en que es utilizada la tierra cultivable.

Hoy, el 21 % de los alimentos cultivados en el mundo en desarrollo se destinan al consumo animal. En muchos países en desarrollo, mas de un tercio del grano se cultiva para el ganado. Los animales, sin embargo, serán comidos por los consumidores más ricos del mundo en los países industrializados del norte. El resultado es que los consumidores más pudientes del mundo siguen una dieta rica en proteínas animales, mientras que la gente más pobre de la Tierra se queda con muy poca tierra para cultivar alimentos para sus propias familias. E incluso la tierra disponible pertenece a menudo a los intereses del agribusiness global, agravando aún más la suerte de los pobres del campo.

En segundo lugar, Bush habla del ahorro de costes que supone el cultivo de transgénicos. Lo que convenientemente ignora es
que las semillas transgénicas son más caras que las convencionales y, como están patentadas, los agricultores no pueden reservar las nuevas semillas para sembrarlas en la nueva campaña. Al ejercer el control de la propiedad intelectual sobre las características genéticas de las principales cosechas de alimentos del mundo, empresas como Monsanto obtienen grandes beneficios mientras los campesinos más pobres del mundo se ven crecientemente marginados.

Lo que es igualmente irritante para los europeos es el estilo moralista de Bush. Cuando el presidente dijo que "los gobiernos europeos deberían unirse y no eludir la gran causa de terminar con el hambre en África" muchos líderes europeos montaron en cólera. Los países de la UE dedican un porcentaje mayor de su Producto Nacional Bruto a la ayuda exterior que los Estados Unidos que figuran en el puesto 22, el más bajo de las naciones industrializadas.

Es probable que el mal aconsejado plan de Bush para obligar a los europeos a aceptar los alimentos transgénicos se vuelva contra el mismo. En realidad, puede ser la gota que colme el vaso de las relaciones europeo-norteamericanas. Las coacciones norteamericanas no harán que los europeos consuman alimentos transgénicos. Un boicot europeo a los transgénicos sólo pondrá de manifiesto la debilidad subyacente a la globalización y los acuerdos comerciales vigentes que la acompañan. En la emergente lucha entre el poder comercial global y la resistencia cultural local, la batalla de los alimentos transgénicos podría obligarnos a repensar los mismos fundamentos del proceso de globalización.

Fuente: The Guardian Weekly, 5 al 13 de junio de 2003
Traducción Angel Díaz Méndez

Publicado en: EL GRANO DE ARENA
Correo de información ATTAC n°198
http://attac.org/indexes/

Comentarios