Botnia, Famatina y la nueva agenda pública
El pueblo de Famatina cree que el proyecto minero que impulsa el gobernador Luis Beder Herrera es una catástrofe. A su juicio, el problema del agua –de su contaminación– es el peligro mayor.
La batalla por Famatina y la que se libra por construir una nueva agenda pública se cruzan. En tiempos convencionales, la agenda suele armarse en dirección vertical, de arriba para abajo, ya que los temas suelen estar vinculados a las necesidades del poder. Pero las cosas han cambiado, y en el 2006 en Gualeguaychú, a 230 kilómetros de la Capital Federal y a 25 de la República Oriental del Uruguay, una asamblea probó (pese a errores y limitaciones) que podía dar vuelta la pobre agenda ambiental sudamericana.
Hoy la crisis global del capitalismo –con la brutal autoridad de que está investida– intenta retrotraer el reloj de la Historia. En esa dirección pretenden que marchemos, no es tan sencillo. Famatina y Botnia están para probarlo.
Es posible de buena fe discutir sobre el impacto que produce la minería a cielo abierto. No es sensato desechar que “si se toman los recaudos necesarios” sus efectos no puedan reducirse. Sin embargo, ese no es un debate de buena fe. Las mineras no tienen la menor intención de trabajar bajo tan exigentes condiciones, y si su discurso las contempla es por el bombazo de la acusación ambientalista. Mientras fue posible contaminar, contaminaron sin el menor recaudo; y cuando dejó de ser políticamente posible en sus países de origen, descubrieron que podían hacerlo en otras latitudes.
UN POCO DE HISTORIA… MINERA. La denominación Argentina proviene de argentum (plata) pero aunque el Río de la Plata abonó esa idea, no pasó de fantasía de la conquista española. El soporte material que hizo posible el virreinato fue la minería de Potosí, pero no sirvió ni para conservar el virreinato ni para ganar la guerra, aunque hasta que San Martín diseñó otra estrategia, en 1816, todos se emperraron en apoderarse de Potosí. San Martín entendió que no se trataba de conservar la minería sino de derrotar militarmente a Lima. Sólo una estrategia sudamericana –cruzar la cordillera de los Andes– permitiría el triunfo. Ayacucho coronó el camino en 1824.
Los conflictos entre el puerto y el interior son sabidos. Los proyectos de Bernardino Rivadavia y Facundo Quiroga, por ejemplo, chocan a todas luces. Sin embargo, el diferendo no impidió que ambos organizaran en 1824 la Asociación Minera del Río de la Plata, bajo la administración del capitán británico Francis Bond Head. Rivadavia, Quiroga y Bond Head fracasaron juntos; la fantasía minera resultó una vez más un atajo que no llevó a ninguna parte.
¿Cien años después seguimos insistiendo? El pueblo de Famatina cree que el proyecto minero que impulsa el gobernador Luis Beder Herrera es una catástrofe. A su juicio, el problema del agua –de su contaminación– es el peligro mayor. En La Rioja se trata de un bien escaso. La marcha de los 10 mil demostró que todo lo que se mueve piensa del mismo modo. Ese dato político no puede ser soslayado; la idea de que se puede “aplastar” el movimiento tuvo que ser abandonada por el propio Beder Herrera. La policía provincial le hizo saber que no reprimiría, y el gobernador retrocedió.
Beder no es un hombre de ideas particularmente firmes. En todo caso, no en materia minera. Si el gobernador se planteara un referéndum inmediato correría el serio riesgo de salir derrotado.
Salvo, claro está, que Beder Herrera juegue al desgaste del movimiento. Se trata de saber entonces quién pagaría más cara la continuación del diferendo, a cuál de los contendientes el tiempo le jugaría en contra. Contabilizar voluntades no resulta políticamente inocuo. Y en ese punto, el poder central también tendría su palabra. Si Beder Herrera llegó hasta donde llegó no es precisamente porque le faltan apoyos en la Casa Rosada. Claro que una cosa son las reuniones a puerta cerrada y otra un cheque en blanco.
La denominada “oposición” se mantiene en cauto segundo plano. La lógica del movimiento de resistencia de Famatina no se toca con la dinámica oficialismo-oposición. Famantina es la expresión de una movilización que va más allá de la minería a cielo abierto. Cuando los funcionarios provinciales explican que esa forma de explotación es menos contaminante que “la agricultura”, callan datos. La producción de soja está estrechamente vinculada al uso de un herbicida de amplio espectro: glifosato. Y el peligro que su uso conlleva para la salud humana es un lugar común del ambientalismo.
En las terribles condiciones de 2003 muchos debates estaban clausurados. Pero las condiciones cambiaron y la sociedad argentina desarrolló capacidad crítica. “¡Cambiaron pero hay crisis global”, se alarman, no sin intención, los defensores del status quo. “El ambientalismo prosperó en épocas de vacas gordas”, razonan. “No es un discurso que prende entre los sin trabajo.” Cuando la amenaza de perder el trabajo existente se cruza con la desconfianza sobre la creación de otros de cierta calidad, el éxito de la presión minera pareciera prefigurado.
No es exacto: la minería no resuelve la desocupación de estas regiones. Dar soluciones puntuales, sin poner esas soluciones en serie con un proyecto sudamericano, en los hechos destroza más que lo que aporta.
La salida conservadora, la que propician los bancos, la que impulsa el Fondo Monetario Internacional, no sólo no resuelve la crisis sino que la agrava, y eso lo subraya todo el tiempo el discurso oficial. Este es el punto: la agenda pública de la política nacional dispone de una posibilidad inesperada, Famatina permite pensar todo de nuevo, una oportunidad que se va a perder si lo único que se entiende acá es que hay otra interna en el Frente para la Victoria.