Bolivia: impugnan autorización gubernamental a la producción de soya transgénica
Productores, consumidores y ecologistas coinciden en un pedido
En abril del 2005, el ex Viceministro de Recursos Naturales, Carlos Roca Avila, Autoridad Competente de Bioseguridad, aprobó la siembra comercial de soya transgénica RR a pesar de un informe del Subcomité de Inocuidad Alimentaria, órgano de asesoramiento conformado por diversos ministerios y la Universidad Boliviana, que consideró insuficiente la información proporcionada para evaluar la inocuidad de la soya de la empresa Monsanto, recomendando la realización de estudios experimentales y epidemiológicos completos y concluyentes dirigidos especialmente a poblaciones con problemas de desnutrición, como son los niños que reciben el desayuno escolar en base a productos de soya.
El 27 de mayo, la Asociación de Organizaciones de Productores Ecológicos de Bolivia, AOPEB, la Coordinadora de Integración de Organizaciones Económicas Campesinas CIOEC-Bolivia, Acción Internacional por la Salud-AIS Bolivia, el Comité de Defensa de los Derechos del Consumidor-CODEDCO, el Foro Boliviano sobre Medio Ambiente y Desarrollo-FOBOMADE, la Federación de Mujeres Campesinas de Bolivia Bartolina Sisa y la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia-CSUTCB coincidieron en la presentación de un Recurso de Nulidad que fue admitido por el Tribunal Constitucional, actualmente para el dictamen correspondiente. La argumentación legal del recurso presentado demuestra la usurpación que el Viceministerio de Recursos Naturales ha ejercido al emitir resoluciones pasando por alto el Decreto Supremo 25929 que establece la suspensión de pruebas con transgénicos hasta la modificación del Reglamento de Bioseguridad que no considera la participación de productores, campesinos, consumidores y ecologistas en el proceso de toma de decisiones sobre la utilización de transgénicos en Bolivia.
Los efectos negativos de los transgénicos, cuyos resultados salen a luz día a día, afectan a la población en general. Por ello, las autoridades gubernamentales de países desarrollados han determinado que un producto transgénico es diferente: la Unión Europea obliga al etiquetado de productos que contengan más del 0.9% de cualquier insumo de origen transgénico (Reglamentos CEE No 1829/03 y CEE No 1830/03). Los transgénicos afectan en especial a quienes se esfuerzan por producir alimentos de alto valor nutritivo y ecológico, cuya demanda en mercados externos está generando un movimiento económico sin precedentes. Es el caso de la quinua, castaña, café, cacao, frejoles, maní, miel y muchos otros productos para el mercado nacional e internacional. Ahora las exportaciones de todo producto agropecuario proveniente de un país que autoriza la siembra con transgénicos, requerirán costosos análisis en laboratorios acreditados, cuya carga deberá ser asumida por los productores y exportadores. Inclusive exportaciones con subproductos de soya o productos cárnicos de animales alimentados con soya podrán ser perjudicadas, pero también lo serán los consumidores nacionales ya que no existe normativa vigente para el etiquetado de transgénicos, haciendo imposible que un consumidor pueda elegir. Las autoridades nacionales, deberían más bien establecer normas que protejan los derechos del consumidor en lugar autorizar el ingreso de transgénicos rechazados ahora también en Venezuela, país que ya no quiere comprar soya transgénica.
Los orígenes de la llamada ingeniería genética se remontan a 1955 cuando los bacteriólogos, al estudiar el rápido incremento de resistencia a los antibióticos de bacterias altamente patógenas como salmonellas, shigellas y neumococos, encontraron que el origen era la increíble capacidad de las bacterias de transferir material genético entre ellas, inclusive de bacterias muertas a vivas y también a especies completamente diferentes. Esto se conoce como recombinación genética y es la base para la ingeniería genética.
Varios años más tarde, (1970) se descubrió la capacidad del Agrobacterium tumefaciens, bacteria de amplia difusión en los suelos del mundo, que causa la enfermedad conocida como Agalla de la corona, para realizar transferencia de material genético a plantas. Los investigadores dedicados a la obtención de nuevas semillas, pronto combinaron este descubrimiento con los obtenidos en el campo médico, generando semillas transgénicas que las multinacionales de agroquímicos: Monsanto, Dow AgroSciences, Singenta, Aventis y Bayer, lanzaron al mercado sin evaluar el efecto para las personas, del consumo del material genético manipulado, que proviene de una serie de bacterias y patógenos animales y vegetales. Por ello científicos honestos han lanzado un llamado a los gobiernos alertando sobre las interacciones que ese material genético introducido puede generar en diferentes medios y condiciones, en particular los efectos de su recombinación con la flora intestinal de animales y humanos, activando genes que podrían desatar enfermedades cancerígenas, alergénicas y genéticas y alertando también sobre los efectos en organismos afectados por desnutrición severa y otras enfermedades relacionadas con la pobreza.
La soya transgénica aprobada en Bolivia, es resistente al herbicida glifosato, utilizado para matar todo tipo de malezas. Con las semillas transgénicas resistentes al glifosato, el productor podrá fumigar durante el cultivo, tanto y tantas veces como le parezca o le alcance el bolsillo, lo que significa que el consumidor ingerirá tanto glifosato como soya consuma. El peligro de introducir glifosato en un organismo es que este herbicida interfiere en procesos metabólicos que regulan los niveles de hormonas masculinas y femeninas que todos los humanos llevamos en proporciones diferentes. Además variaciones en el equilibrio de estas hormonas, sumadas a determinadas condiciones, como procesos de stress, exposición a contaminantes y factores genéticos intervienen en el desencadenamiento de cáncer de útero, de mama y de próstata, enfermedades hormonales que constituyen los principales factores de mortalidad femenina y masculina, en Bolivia y el mundo.
La soya y sus derivados se utilizan en el 60% de los alimentos procesados, siendo el cultivo industrial más importante. Aceites, galletas, productos de pastelería, leche en polvo, evaporada, margarinas, chocolates, productos cárnicos procesados, aditivos para la leche de los niños, cereales y una interminable lista hace que sea casi imposible que una persona no consuma al día algún producto que contenga soya.