Biocombustibles, ¿panacea o neocolonialismo?
Estudiosos alertan que el negocio de los biocombustibles restará tierras para producir alimentos
Los agroenergéticos salvarán al capitalismo ante al acabóse del petróleo. Ese es el mensaje que baja del establishment mundial. Y que la élite dirigente de los países periféricos productores de granos, como la Argentina, han hecho suyo. Sin embargo, algunas voces disidentes dicen que detrás de las biosustitutos se incuba una crisis alimentaria global. Y sobre todo, una vuelta de tuerca de la sumisión colonial y de la depredación de los recursos naturales.o
El capitalismo urbano industrial se halla ante un dilema energético severo. El fin de la era del petróleo se acerca y es inevitable. El precio creciente del barril es apenas un síntoma del fenómeno.
El agotamiento de los combustibles fósiles coincide con una crisis ecológica sideral. Como se sabe, el planeta está sufriendo un proceso de calentamiento sin precedentes.
Corolario, justamente, del uso desmesurado de esos combustibles y de las emisiones de la actividad fabril. Es decir, consecuencia de más de cien años de industrialismo y de un hiperconsumo demencial. Aunque el paradigma del bienestar haya beneficiado sobre todo a un grupo de países ricos y sus corporaciones.
El derroche energético, base del modelo, es impresionante. El biólogo Jeffrey Dukes, en 2003, calculó que en los combustibles derivados del petróleo que se queman en un año la humanidad usa cuatro siglos de plantas y animales procesados por la Naturaleza en épocas pretéritas.
Pero se acabó lo que se daba. Las fuentes de recursos fósiles tienden a declinar en forma irreversible. Entonces la pregunta es acuciante: ¿qué hará el sistema para enfrentar la escasez energética?
¿Modificará de raíz acaso su pauta de consumo? ¿Renunciarán las grandes corporaciones a parte de sus ganancias en beneficio del ecosistema? ¿Ajustarán los países centrales sus niveles de bienestar a estándares razonables?
¿Se detendrá en suma el modelo de depredación de la naturaleza, con arreglo a una economía que se reconcilie con el entorno? ¿Supondrá ello, consecuentemente, un beneficio para los países periféricos, sometidos a formas de explotación coloniales de sus recursos naturales?
El negocio que viene
El establishment económico mundial dice que ya tiene el remedio: los biocombustibles. Los gobiernos de Estados Unidos y de Europa, expresiones del mundo rico, lo alientan como el sustituto indicado, toda vez que aparece como una energía “limpia”.
Bajo la bandera del calentamiento global y el encarecimiento del petróleo, el capitalismo global busca así sobrevivir. Es decir, la idea es adaptar la estructura agraria, que hasta ahora sólo servía a la industria alimenticia, a los nuevos requerimientos energéticos.
La apuesta es por la explotación a gran escala de bioetanol y biodiesel. El etanol se produce con la biomasa del azúcar y del maíz. En tanto que el biodiesel con aceite vegetales obtenidos de commodities como la soja, la palma, el algodón, la colza y el girasol.
Ya está en marcha una agroenergética global. Las grandes corporaciones y los países centrales han hecho un cronograma de sustitución a mediano y largo plazo. Y esto es lo que explica hoy el florecer de los agronegocios globales.
De ahí la escalada de los precios de los granos, de los que hoy se benefician países como la Argentina. Por ejemplo, el fuerte incremento del uso del maíz para producir etanol en Estados Unidos está sacudiendo el mercado mundial de granos.
El precio del maíz se ha duplicado en el mercado de Chicago en los últimos 12 meses y está ya en su máximo de 10 años. La escalada ha desafiado incluso las leyes de la oferta y la demanda, por la sobre-expectativa asociada al futuro.
La Argentina, que ya ha puesto sus tierras fértiles al servicios del monocultivo de la soja transgénica, ante la apetencia de forraje del mercado mundial, acaba de dar seguridad jurídica al nuevo negocio de los biocombustibles, al dictar una ley de promoción.
El establishment local -la élite gobernante, política y económica- ha saludado las perspectivas que se le abren al país. La agro-energía coloca al país, dice, en los albores de una era de prosperidad. De hecho, provincias enteras como Entre Ríos se han sumado entusiastas a la nueva tendencia.
¿Remedio peor que la enfermedad?
¿Pero estamos en presencia de un modelo beneficioso para el país y la región? Hay un pensamiento disidente que impugna la estrategia. Entre nosotros, el Grupo de Reflexión Rural (GRR), por caso, viene alertando sobre los efectos de esta fiebre por los biocombustibles.
Jorge E. Rulli y Stella Semino, miembros de esa agrupación, han sistematizado este rechazo en varios artículos. Según ellos, se trata de una vuelta de tuerca al modelo colonial de primarización de la economía, con eje en la agro exportación de commodities y la depredación de los recursos.
Es la profundización -alertan- de un modelo rural atado a los intereses de los agro-negocios globales, que ya ha hecho de la Argentina una “republiqueta sojera”, en beneficio de corporaciones trasnacionales dedicadas a la producción y comercio de semillas transgénicas.
Hoy, recuerdan, el país ha comprometido sus tierras fértiles con el monocultivo, orientado a producir forraje para alimentar ganado de corral y pollos de criadero en los países ricos. Pero a eso hay que sumarle ahora producciones masivas de biodiesel y etanol para mezclar con las gasolinas en Europa y Estados Unidos.
El negocio de los biocombustibles, con el principal objetivo de exportar a los países ricos, exacerbará la puja por la tierra (bioenergía versus producción de bienes agropecuarios), lo que hará elevar el precio de los alimentos en la Argentina y en el mundo, vaticinan.
“La conversión de tierras utilizadas hasta ahora para la producción de forrajes o para producir alimentos, y de ahora en más, para complejos agroenergéticos, pondrían poner en riesgo indudable el derecho soberano de nuestro pueblo a una alimentación saludable”, dicen los autores.
Esto ocurrirá en un país que no ha doblegado la lacra del hambre. En efecto, las estadísticas indican que hay en nuestro país 260.000 menores de 5 años que padecen desnutrición. Es decir, por cada 153 argentinos hay un niño desnutrido. Eso según la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud, realizada en diciembre.
“La soja no es un mero cultivo, la soja es un sistema, la soja es el sistema general que condiciona cualquier política”, repiten los miembros del Grupo de Reflexión Rural, al explicar las características del modelo agrario en curso.
Y añaden: “Tanto la seguridad como la soberanía alimentaria de los pueblos desaparecen en los marcos de una realidad catastrófica y en medio de la insumo-dependencia, el desarraigo rural y el despoblamiento del campo, el hambre, la indigencia y los colapsos ambientales”.
“Este modelo no sólo es insostenible y amenaza gravemente a los agrosistemas y a la diversidad biológica, también expulsa población del campo a la ciudad, liquida las economías regionales y rechaza toda aplicación de las ciencias agronómicas en exclusivo beneficio del uso de agrotóxicos y de biotecnologías”, denuncian Rulli y Semino.
Por otro lado, los biocombustibles han ganado fama, incluso entre grupos ambientalistas, como energías renovables que son “libres de carbono”, por lo que no producirían gases con efecto invernadero.
Sin embargo, la doctora Mae-Wan Ho, profesora de biología de la Open University y consejera sobre biotecnología de la ingeniería genética y seguridad biológica, asegura que eso es un mito.
“Hay estimaciones realistas -replica- que muestran que generar energía a partir de cultivos requiere más energía fósil que la energía que producen, y que no reducen sustancialmente las emisiones de gases con efecto invernadero, cuando se incluyen todos los factores en los cálculos. Más aún, causan daños a los suelos y al medio ambiente”.
Al respecto, Semino también discute los efectos supuestamente benignos que tendría por ejemplo el uso del biodiesel, en términos de menos emisión de dióxido de carbono.
Según su análisis, el balance ambiental positivo que se pregona en Argentina no contabiliza los gases producidos por: el cambio en el uso de la tierra; los incendios de montes y bosques con el fin de extender la plantación de soja; la fertilización nitrogenada que ha comenzado en los últimos años para mejorar el rendimiento de la soja; los 15 millones de hectáreas de residuos que quedan después de la cosecha.
“Lo que no debemos permitir -refiere, por tanto- es que vastas extensiones de tierra sean dedicadas a la agro energía, de la misma forma que desde ya hace varios años nos oponemos a que los campos se dediquen a abastecer a los mercados internacionales con la producción de forraje y demás commodities”.
Vistas estas objeciones, una pregunta final se impone: quienes impulsan la agro energía como sustituto de los combustibles fósiles, para seguir cebando el actual consumo mundial, ¿habrán evaluado los riesgos de colocar la agricultura no ya al servicio de la producción de alimentos sino también de combustibles?.
Por ra.moc.uhcyaugelaugedaidle@oznerolm