Argentina: verde que arrasa
Para Javiera Rulli, una joven que creció en el exilio y que volvió al país entusiasmada por la reacción popular durante diciembre de 2001, la militancia ecologista no sólo es una causa sino un vínculo con su propia historia y la de sus padres
Establecida ahora cerca de La Plata, donde cultiva la tierra, forma parte de grupos rurales que ahora advierten sobre los riesgos del monocultivo y de cómo la deforestación agudiza el cambio climático.
Llegó sonriente a la granja, era día de quitar los yuyos que abrazaban a los cultivos que, tímidos, se asomaban en la negrura de la tierra. El viento revolvía los pastizales y el paisaje verde era salpicado por el color marrón de la madera de dos antiguos vagones de tren que ofician de vivienda, de acopio de semillas y de galpón de herramientas. Y por si hace mucho frío (no en esta época, claro), una salamandra integra el escaso mobiliario de la morada. Después de haber recorrido varios países, luego de que un forzado exilio expulsara a su familia de la Argentina, Javiera Rulli decidió abandonar su historia de éxodos y anclar sus búsquedas en La Plata, donde reparte su vida entre un proyecto agroecológico, viajes a comunidades campesinas y una modesta casa en un barrio de Ensenada, donde la gente puebla las veredas y convida mates en los atardeceres, al tiempo que lanza al poniente penurias que sólo conocen quienes viven en barrios de calles de tierra. Tierra es, precisamente, la preocupación de Javiera, que se pregunta: “¿Cómo hacer para que ese y otros recursos naturales no queden en manos de las corporaciones?”. Javiera es bióloga e integra el Grupo de Reflexión Rural (GRR), desde donde realiza acciones para dar respuesta a ese interrogante.
Una de las acciones fue realizada en Foz de Iguaçú, Brasil, donde junto al Movimiento de Campesinos de Santiago del Estero (Mocase) acampó con decenas de organizaciones rurales de Paraguay, Argentina, Uruguay y Brasil en un predio recuperado por el Movimiento de Trabajadores Sin Tierra de Brasil (MST). La razón del encuentro, que tuvo lugar a principios del 2005, fue reclamar contra una reunión que se hacía en esa misma ciudad entre organizaciones ambientalistas y productores agropecuarios donde se discutía la sustentabilidad de la producción de soja.
El avance de ese monocultivo es una de las principales preocupaciones del GRR. Javiera explica que “en la Argentina, el 45 por ciento de nuestra superficie agrícola está cubierta por monocultivos de soja. La expansión de este monocultivo ha causado el despoblamiento rural y la pérdida de las economías regionales. La soja avanza causando deforestación y provocando una ola de violencia y desalojos a las comunidades rurales y contaminación a la gente con agrotóxicos. En Paraguay, la soja ha dado como resultado la militarización del campo, con soldados que vigilan los sojales y disparan contra los campesinos cuando éstos intentan frenar las fumigaciones con agrotóxicos. En todo el Cono Sur, la expansión de la soja ha resultado en la criminalización de la lucha campesina, causando la muerte a centenares de campesinos, imputando a miles y condenando a las comunidades con malformaciones, abortos y enfermedades respiratorias”.
A lo largo del año, las acciones se fueron sumando. La realización de un seminario que reunió a personas de varios países, entre ellas mujeres de importante trayectoria en la militancia ambientalista, fue esencial para que la ciudad se enterara de la explotación de los recursos naturales que realizan las corporaciones en regiones alejadas de los centros urbanos. “La idea que queríamos montar con esa actividad fue que se entendiera la telaraña que están montando las corporaciones, cómo están dominando este continente y analizar cómo en la Argentina siguen practicando un neocolonialismo que va siempre avanzando sobre los recursos naturales.”
En la Argentina, ¿qué puede pasar? “Tenemos 15 millones de soja transgénica porque China y Europa necesitan soja. El país está exportando la tierra, los nutrientes de la tierra con la soja. Estamos desertificando una de las zonas más ricas del mundo en beneficio de un pequeño grupo: las corporaciones. Yo creo que el compromiso también comienza en nuestra mesa. Si empezás a exigir cambio de los alimentos, a cuestionar de dónde vienen tus alimentos, te va a cambiar la vida y a cambiar todo el sistema. Muchas de las enfermedades que padecemos están relacionadas con la acumulación de agrotóxicos que tenemos en nuestro cuerpo.”
En el GRR, Javiera recobró el vínculo con su papá, Jorge Rulli, uno de los fundadores de la organización. “Cuando salimos exiliados del país, yo tenía 6 años. Mi padres empiezan a focalizar su trabajo en los pueblos originarios y en la ecología. A pesar de que nos llevábamos bastante mal en esa época, me calaron muy profundo sus enseñanzas.” Si bien su padre regresó al país, ella se quedó en Suecia con su madre. Luego iría a Chile, España y finalmente Holanda. Sin embargo, después de los sucesos del 19 y 20 de diciembre de 2001 en la Argentina, resolvió regresar. Así, se incorporó al GRR, al que considera “un grupo visionario y que está un poco adelantado a la realidad, y eso lo hace no tan accesible a la gente”. Junto a Els Winstra –una joven holandesa que adoptó la Argentina como país propio y que impulsaba en su país talleres de violencia de género– se instaló en La Plata.
En la granja ecológica del predio platense, donde funciona el proyecto de Producción de semillas para la producción local en modelos autosostenidos, las jóvenes trabajan la tierra. Tarea que no resulta fácil cuando no hay muchos recursos humanos. Por eso, ambas piden que las personas que rechazan los agrotóxicos, que buscan una vida natural y libre de transgénicos, se sumen para formar un colectivo. “Mi sueño sería vivir en el campo, en grupo y poder seguir investigando y trabajando a nivel de comunicación. También me gustaría activar un movimiento más crítico ecologista en las calles y que cada vez más jóvenes se sumen.”
En la búsqueda de la América Profunda del filósofo Rodolfo Kusch, Javiera se sumergió durante seis meses en una comunidad kolla del Norte del país. “Ahí me di cuenta de que el estudio de biología no me aportaba mucho y que tenía que aprender sobre agricultura, porque no podés ir a diagnosticar a un lugar y después cerrar la puerta y te vas.” Precisamente, el apellido del filósofo, amigo de Jorge Rulli, fue lo primero que pronunció Javiera antes de papá o mamá. Hoy, la obra de Kusch cruza la vida de los Rulli.
Una de las últimas acciones que realizó el grupo fue en la Cumbre de los Pueblos de Mar de Plata. Allí, Javiera y otras jóvenes de la agrupación desplegaron en pleno estadio una pancarta de 8 metros de largo que señalaba al presidente venezolano, Hugo Chávez, y a todos los asistentes que: “Con soja no hay ALBA”. “La intención era advertir que en el marco de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) no deben estar incluidos los monocultivos industriales de transgénicos, como la soja.”
Otra de las observaciones de la joven es el cambio climático provocado por la deforestación, explotación de recursos naturales y contaminación ambiental. “El protocolo de Kioto sobre impacto ambiental es un tema urgente. Y cada vez será peor.
Tiene un impacto muy fuerte en nuestra vida porque la agricultura no puede sustentarse cuando hay un clima impredecible. Si de repente estás cultivando y cae un granizo, se te reventó la cosecha; y si tenés una sequía y después tenés una inundación, también. Entonces, todos estos eventos climáticos impredecibles, como en Nueva Orleans, también van a implicar migraciones y una nueva clase de refugiados. Los refugiados del cambio climático serán millones.”
A través del programa Horizonte Sur, por Radio Nacional, Javiera también acompaña a su padre en el mensaje ecológico. “De grande le tenía mucho miedo al activismo y descreía de los partidos políticos. Yo crecí viendo los impactos que ocasionó la dictadura en mi familia, me traspasaron esos fantasmas, nunca me quería poner a militar por terror de que me pudieran llevar presa o me torturaran, como a mis padres.
Hasta que en un momento me decido y me sumo a los reclamos ambientales de activistas en Europa. Yo no había venido a la Argentina desde los 14 años. Estaba en Holanda cuando ocurrió lo del 2001. Me entusiasmé con el surgimiento de todos los movimientos sociales. Cuando vine, en el 2002, me chocó mucho ver que todo lo que yo estaba hablando sobre la dominación de corporaciones, y sobre todo a nivel de agricultura y transgénica, estaba ocurriendo acá, en mi propia tierra.”