Argentina: prospección minera y bioprospección
Resumen de la disertación de Javier Rodríguez Pardo, en Lago Puelo, Chubut (Argentina), jornadas de unidad contra el saqueo, organizadas por la Asamblea Coordinadora Patagónica Por la Vida y el Territorio
La prospección minera avanza amparándose en leyes que entregan los recursos naturales, minerales críticos y estratégicos, pero muy pocas veces nos referimos a la prospección que descubre activos biológicos en millones de especies animales, vegetales y variedades genéticas, que mayoritariamente abundan en ecosistemas y regiones de África, sudeste asiático y Sudamérica. El 75% de la biodiversidad existente en el mundo se concentra en estas regiones: el Norte agotó sus recursos, caladeros, bosques nativos, humedales.
Estados Unidos tomó la delantera, dividió el mapamundi de la biodiversidad, incluyendo a nuestro país, uno de los más importantes en biodiversidad templada-fría, en siete equipos técnicos ubicados en siete estados norteamericanos donde sus universidades y laboratorios codifican los datos. La Universidad de Georgia se ocupó de la región maya; Virginia se dedicó a Madagascar y Surinam; los de Minessota coparon Camerún y Nigeria y otras universidades concentran datos de Perú, Vietnam o Laos mediante mano de obra científica barata. Argentina y Chile, por ejemplo, cayeron en las garras de la Universidad de Arizona utilizando al Instituto Nacional de Tecnología Agrícola (INTA), la Universidad Nacional de la Patagonia, el Cenpat, la Universidad Pontificia Católica de Chile y la Universidad Nacional Autónoma de Méjico. Bosques nativos, selvas y océanos guardan más de cien millones de especies y organismos desconocidos, hongos, plantas vasculares, insectos, etc.
La recolección al azar es uno de los tres métodos de bioprospección; la quimiotaxonómica en cambio permite recoger plantas que responden a familias de especies de las que se conocen moléculas claves. El tercer sistema de bioprospección es más ventajoso: consiste en atrapar el conocimiento de los pueblos originarios oculto en plantas curativas ancestrales. El gobierno de los Estados Unidos recurre a legislaciones que impuso previamente, sometiendo a las poblaciones locales con proyectos de ayuda e intercambio tecnológico, sin hacerlos participar de los beneficios de este cuantioso y dominante negocio. En 1995, el valor de mercado previsto para “derivados farmacéuticos de la medicina tradicional de pueblos indígenas representaba en todo el mundo 43.000 millones de dólares”, tal como publica Joaquín Jiménez Heau en “ICBG: Laboratorio global o negocio redondo”.
Muchas organizaciones de derechos humanos intentan defender la titularidad de estos conocimientos, pero las comunidades indígenas no son consideradas sujeto de derecho; las empresas farmacéuticas, sí. El contrato entre el INTA de Argentina y la Universidad de Arizona, por ejemplo, exige recoger cien especies por año durante cinco años. Se envían a Estados Unidos para ser investigadas y patentadas, y luego su gobierno controla el mercado de los medicamentos reteniendo un porcentaje de las patentes.
Es habitual leer en informaciones periodísticas cómo antropólogos, paleontólogos, arqueólogos se llevan piezas de nuestros territorios, a pesar del tráfico ilegal y frecuente decomiso de fósiles. El catálogo del saqueo, incluye a plantaciones de transgénicos con el cuento de que “si queremos un agro competitivo, necesitamos de la biotecnología”. Devastamos nuestro agro y degradamos los suelos. Casi un millón de hectáreas de Benneton en la Patagonia, son vestidas con especies exóticas de rápido crecimiento, en pos del negocio de los bonos verdes y de las papeleras. Curiosamente, el agua que escasea en el Norte y que nosotros tenemos en abundancia, es el agente promotor de nuestras desgracias porque las plantas de celulosa necesitan muchísima agua. En el mundo, por ejemplo, hay áreas cubiertas de minerales que no se pueden explotar por escasez de agua.
Hace 500 años se exploraban minerales a ojo, hoy con satélites. En 1900 Estados Unidos obtenía cobre 5% de ley; hoy a penas llega al 0,4% de ley. El planeta colapsa y el imperio no afloja continuando con mayor derroche; cada habitante norteamericano consume por año 19 toneladas de minerales. Padecemos las invasiones mineras porque descubrieron la manera de extraer los minerales de baja ley, minerales críticos y estratégicos que faltan en el Norte, y que abundan en el Sur, a los que se accede a tajo abierto, pulverizando rocas, destruyendo glaciares, expulsando a comunidades y contaminando ecosistemas con una sopa química en las nacientes de los cursos de agua. Cuanto más baja es la ley del mineral, más cantidad de dinamita, mayores volúmenes de agua, más energía para movilizar equipos y plantas; cuanto más baja ley, más cianuro y ácido sulfúrico, más voladuras y más escoria arrumbada en los alrededores. Cada anillo de oro produce 20 toneladas de escombros. Mientras tanto, las transnacionales mineras pagan lo que quieren con declaraciones juradas y aunque se les aumente el canon, no podremos evitar este crucial panorama, miles de proyectos que dejan un pasivo ambiental perpetuo. No es una, son cientos de mineras. Pueblo minero, pueblo mísero; axioma de nuestros mayores. La gente nos pregunta si el gobierno desconoce esto, si no hay forma de evitar tanto perjuicio. Estamos aquí, frente a ustedes e insistimos con este discurso, a veces ante funcionarios que vienen a escucharnos tildándonos de fundamentalistas o de terroristas, pero giran la mirada cuando denunciamos que siguen vigentes las mismas leyes de Bush, de Menem y de sus secuaces, como el Tratado Binacional de Implementación Conjunta Argentino Chileno, que origina un tercer país en la cima de los Andes, arrasando con parques y reservas de biosfera como la de San Guillermo, en San Juan. Este es el saqueo del que hablamos aquí, de la prospección minera y de la bioprospección, 500 años después, tal como hicimos en septiembre de 2002 en Esquel al advertir: vienen por el oro, vienen por todo.