Argentina: mujeres indígenas reactivan economía local
La región de la Puna, en el extremo noroeste de Argentina, se constituyó en un laboratorio de administración financiera comunitaria, manejado por mujeres
Tienen pequeños bancos, dirigen préstamos de inversión y de salud, estabilizan el precio de sus mercancías y reactivan la economía para beneficio de toda la comunidad.
Las mujeres rurales organizadas de la Puna lograron con un buen manejo del crédito lo que no consiguieron los proyectos gubernamentales basados en subsidios no reembolsables: emprender proyectos exitosos y capaces de generar sus propios recursos.
Con más de 13.000 habitantes, la localidad de Abra Pampa es la capital de la Puna, la ciudad más poblada de un verdadero desierto frío de 35.500 kilómetros cuadrados que se extiende por el norte y oeste de la provincia de Jujuy, 1.800 kilómetros al noroeste de Buenos Aires.
En 1999, la Fundación Warmi Sayasjunqo (en quechua "mujeres perseverantes") realizó un diagnóstico de la situación de 79 comunidades de la nación kolla, que vivían de la agricultura y la ganadería de subsistencia en los alrededores de Abra Pampa, muchas de ellas en los valles y cerros que rodean el altiplano.
"Hacía falta mejorar los campos, cercarlos para preservar las pasturas para animales propios, comprar reproductores para mejorar el ganado, comprar semillas, aprender a hacer huertas, invernaderos, granjas para la cría de animales pequeños y ayuda para aprovechar la lana", describió a IPS Florinda Condorí, integrante de la fundación.
Con base en ese diagnóstico, la Fundación Avina, una organización internacional que apoya proyectos de desarrollo sostenible en América Latina, ofreció un fondo para entregar microcréditos en la zona.
Según Raúl Lloveta, economista y coordinador de la fundación Avina en Jujuy, las mujeres de la Puna lograron el desafío de armar una red de bancos comunitarios que otorga créditos a bajo costo en un territorio amplio donde la población está muy dispersa. Y ahora tienen una organización que se sustenta sola.
"La Warmi creó un sistema distinto al de la banca tradicional de créditos pequeños, porque además de usar el crédito como palanca para producir, aquí se usan como instrumento para quebrar el círculo vicioso de la pobreza", explicó a IPS Lloveta, especialista en economía comunitaria y desarrollo.
Las comunidades piden créditos para mejorar la producción y conquistar mercados, pero también para comprar un antibiótico para un niño que está enfermo.
Estos últimos préstamos van de uno a 300 pesos --0,30 centavos de dólar a 100 dólares-- pagaderos en uno o tres meses, por ejemplo.
La Warmi comenzó por convocar a las comunidades para que eligieran delegadas y brindarles capacitación. "Las líderes debían ser mujeres. Algunas familias no aceptaban y venían hombres. Pero nosotras les decíamos que si no lo encabezaban las mujeres no les podíamos dar los créditos", relató Condorí.
Durante un año las mujeres recibieron asistencia técnica para la producción y capacitación en manejo financiero.
Posteriormente, se asignaron los créditos, cuyos montos se estimaron en función de las necesidades y la capacidad de devolución de cada comunidad.
Hasta el momento se han otorgado 2.500 microcréditos a unas 3.000 familias de la Puna, según cálculos de Avina.
Cada una de las 79 comunidades de la región tiene su propio "banco comunitario" coordinado por un "quipu" --una suerte de secretario de hacienda en lengua quechua-- que administra los préstamos.
"Algunas comunidades con 20 socios reciben 1.500 pesos --unos 500 dólares-- y otras con 180 socios pueden acceder a 6.500 pesos --2.200 dólares-- para repartir", explicó Condorí. Hay comunidades que manejan hasta 50.000 pesos --16.000 dólares-- para préstamos.
Hoy, las comunidades movilizan un millón de pesos (333.000 dólares), que es mucho más de lo que tenían como capital inicial, y las condiciones de producción mejoraron, incluso más que las de sus vecinos de la zona urbana.
Condorí sacó un préstamo de 5.000 pesos (1.600 dólares) para cercar los 1.000 metros de su campo. Fue al inicio del programa. "El rollo de alambre costaba 45 pesos (unos 15 dólares) y el poste tres pesos (un dólar). Ahora, por la mayor demanda, el rollo aumentó a 200 pesos y el poste a 12 pesos", indicó.
El alza de precios es una señal de que la economía se reactivó. "Antes nadie compraba porque no tenía dinero. Ahora sí hay dinero y por eso aumentan los precios", explica la representante de la organización Warmi. El crédito también le sirvió para mejorar su huerta, adquirir semillas, acceder a un tractor y comprar ganado reproductor.
Con la lana del ganado camélido también se generó un polo productivo. Cada llama puede dar hasta dos kilogramos de lana por año. Los dueños de las barracas (almacenes) de Abra Pampa compraban a 0,10 centavos de dólar el kilo, pero luego el producto se vendía en Buenos Aires casi cinco dólares el kilo.
"La Warmi" abrió su propia barraca y comenzó a pagar más que sus competidoras. "Se llegó a pagar hasta ocho y 10 pesos el kilo a los productores", contó Condorí. Sin proveedores, los dueños de las barracas privadas debieron subir también los precios. Ahora se estabilizó el precio en cuatro pesos, más de 10 veces el valor tradicional.
La Fundación contactó a tiendas de Buenos Aires y de la capital de Jujuy que vienen a la barraca que funciona en la Puna a comprar tejidos característicos de la región: suéteres, ponchos, guantes, medias, colchas.
Las mujeres también piden créditos para instalar criaderos de chinchillas, conejos, gallinas, truchas. Se capacitan y reciben ayuda para montar invernaderos, donde diversifican sus cultivos. Adquieren máquinas de hilar y de tejer o para procesar la sal, un producto que abunda en el sur de la Puna.
Ellas no desaprovechan ninguna oportunidad de capacitación y de inversión del crédito.
Un potencial que no parece ser reconocido por el gobierno comunal. "Aquí la gente no tiene tradición microemprendedora o de asociarse. Hay mucha desconfianza", dijo a IPS la jefa del Departamento de Acción Social de Abra Pampa, Silvia Alanis.
"Después está el drama de la falta de mercado. No hay a quién venderle y terminan vendiéndose entre ellos", agregó Alanis, cuyo programa de subsidios, dirigido a las mujeres de la ciudad de Abra Pampa, no ha tenido éxito.
La funcionaria informó que en los últimos años, el gobierno nacional envió fondos para 30 proyectos del programa Manos a la Obra, destinado a fomentar pequeñas actividades productivas mediante fondos para herramientas. Cada proyecto entrega 15.000 pesos (5.000 dólares) en forma de subsidio, sin el compromiso de devolución.
Pero apenas dos de esos proyectos prosperaron. "Recibían las herramientas para producir artesanías, compraban algunos insumos para mejorar el campo, pero en lugar de mejorar el ganado se compraban los animales entre ellos. Parecía que les bastaba tener lo suficiente para subsistir", interpretó Alanis.
En opinión de Lloveta, la clave está en la confianza. "La Warmi apunta a recrear el espíritu de cooperación que se basa en la confianza entre los miembros de la comunidad". En cambio los subsidios que otorga el Estado provienen de instituciones desprestigiadas en los últimos años, como son las gubernamentales, agregó.
"Los vecinos que reciben los subsidios sienten que se trata de una oferta 'clientelar' como tantas otras, y perciben que aun cuando nadie se los pida a cambio deberán entregar su voto o sumisión", interpretó el economista de Avina.
En cambio, "la Warmi" rechaza los subsidios porque considera que "le restan dignidad a quien los recibe", y trabaja para generar un sistema independiente de la asistencia, un sistema sustentable.