Argentina: la inundación que viene, por Jorge Cappato
La falta de previsión y la desidia estatales fueron más
dañinas que las aguas desbordadas del Salado. Cómo evitar
el próximo desastre
Los desastres como el de Santa Fe no son casuales,
responden a una fórmula. A una receta infalible:
incapacidad de aprender de los errores (propios o
ajenos); desinterés por la información científica y falta
de preparación para interpretarla; percepción incompleta
de la realidad (ambiental y social); y una dosis variable
de soberbia y desidia en la función pública. En el caso
de esta catástrofe hicieron falta unos ingredientes más
todavía: la sordera ante las advertencias, la increíble
falta de velocidad de reacción y un inconcebible abandono
de la masa cautiva de votantes pobres que sostiene al
mismo sector político en el gobierno de la ciudad desde
hace veinte años.
Santa Fe podía no estar preparada para un terremoto, para
una erupción volcánica o para la caída de un meteorito.
Pero es absolutamente inaceptable lo sucedido en una
ciudad que desde siempre ha sido azotada por las
inundaciones. Después de la crecida histórica del Paraná
de 1905, la generación actual padeció crecidas
extraordinarias en 1983, 1992 y 1998. Y siempre en el
otoño e invierno.
La caída del símbolo de la ciudad, el Puente Colgante, en
la crecida del '83 a causa de una ruta construida a modo
de terraplén transversal a las aguas dejó enseñanzas muy
claras que hacían ahora evitable los problemas derivados
del mal diseño de la Autopista Santa Fe - Rosario. Para
citar sólo un ejemplo. Este desastre es también el fruto
de una larga sumatoria de reiterados errores. Quienes
echan la culpa a una lluvia extraordinaria o a la
"naturaleza" deben saber que esas razones irritan a la
opinión pública.
Después del desastre anunciado
Lo que viene ahora es un largo invierno. El más duro
desde que Juan de Garay fundó la ciudad en 1573. La ayuda
oficial se dirige principalmente a los 40.000 afectados
que se hacinan en los centros de evacuación. Pero hay
todavía unos 100.000 autoevacuados que siguen refugiados
en casas de parientes o amigos. Están bajo techo pero
perdieron todo. No son pocos los que peregrinan buscando
ropa, comida y medicamentos. Muchos eran cuentapropistas
que perdieron sus medios de trabajo.
Cuando lleguen los créditos del Banco Mundial habrá que
ver. Si van como siempre a grandes empresas para hacer
terraplenes dejando a la gente con los techos de sus
casas a una altura por debajo del nivel del agua en las
crecidas. Si serán destinados a reconstruir la ciudad con
nuevos criterios. O si además los fondos se destinarán a
un plan consistente para mitigar "la inundación que
viene", la de una extrema pobreza y desocupación. No sea
que veamos planes de reasentamiento para llevar a los
afectados a barrios recién construidos pero sin trabajo y
sin trama social. Repitiendo la triste experiencia de los
reasentados de Federación o de Yacyretá.
Una lección para todos
La tragedia de Santa Fe, el mayor desastre evitable de la
historia argentina, debe servir de lección para todos.
Definitivamente: no pueden librarse a su suerte a
poblaciones en zonas de riesgo. Cuando una maestra recibe
una alarma de bomba en su escuela, saca los chicos a la
calle. Después chequea la veracidad del alerta. Es lo que
aquí hizo falta. Usar el sentido común. Si hablamos de
amplias zonas vulnerables hay que tomarlo en serio.
El "Día Después", o sea mañana, los gobiernos de las
ciudades y Estados del litoral fluvial deben comenzar a
escribir (o, mejor, a preparar con los mejores expertos)
los imprescindibles planes de contingencia y los manuales
de emergencia. También un sistema de monitoreo y alerta
temprana. Deben informar, educar, capacitar y entrenar a
la gente y a los líderes sociales para que todos sepan
exactamente qué hacer y hacerlo a tiempo.
En cada zona de riesgo hídrico, sísmico, químico o
nuclear -y Argentina los tiene todos-, deben hacerse
simulacros de alerta y evacuación, entrenando a la
población vulnerable.
La terrible lección del Salado debe hacer también que los
organismos de gobierno decidan mirar de frente al gran
coloso: el río Paraná y su cuenca. La Cuenca del Plata,
la segunda en importancia en Sudamérica después del
Amazonas y la cuarta a nivel mundial. Convocando a la
cooperación internacional frente el riesgo que
representan para el país, y especialmente para las
poblaciones del litoral fluvial, sus graves amenazas. Que
no sólo son el cambio climático y El Niño, sino la
deforestación, monocultivos insustentables, obras
públicas y planes de desarrollo mal planificados.
Esta región, que incluye el mayor cordón poblacional de
Argentina, recoge las aguas de 3.000.000 de kilómetros
cuadrados donde se agotan los suelos y se arrasa la
"esponja vegetal" absorbente. Las fotos satelitales
muestran la devastación en los Llanos bolivianos, en todo
Paraguay y en Estados brasileños del tamaño de España
como Mato Grosso do Sul y Mato Grosso -que lleva el
récord de incendios intencionales de bosques en los
últimos años. Más agua y más rápido para las inundaciones
del futuro.
Si, como propone Carlos Reutemann, hay que "refundar
Santa Fe", también hay que "refundar el Estado". Crear
mecanismos para que los más capaces ocupen los puestos
vinculados a la seguridad y la vida de miles de personas.
Terminar con el divorcio entre el sector científico-
tecnológico y los tomadores de decisión. Tampoco habrá
reconstrucción viable si no es entre todos. La generación
de políticas públicas realmente eficaces frente a los
desafíos sociales y ambientales es imposible sin
participación social. Se debe planificar con la gente,
implementar con la gente, cuidar con la gente.
Parafraseando a Barbara Ward, podemos hacer trampas con
la moral. Podemos mentir en política. Podemos engañarnos
a nosotros mismos. Pero no hay bromas posibles con el
cambio climático, el aumento de la pobreza, el manejo del
agua y las inundaciones".
*Coordinador de Amigos de la Tierra - Argentina; director
de la Fundación Proteger; y Premio Global 500 de Naciones
Unidas, 1992. (www.proteger.org.ar)
Revista NOTICIAS, Argentina, 10-5-03