Argentina: la docena sucia, una preocupación de todos

Idioma Español
País Argentina

Los contaminantes orgánicos persistentes son sustancias tóxicas para los humanos y la vida silvestre, ya que interfieren directa e indirectamente en su bienestar

Argentina se comprometió a encarar acciones tendientes a eliminar su producción, uso y disposición final, ya que hay evidencias científicas suficientes de que perjudican la salud y el ambiente.

Una vecina despreocupada y desinformada sobre las consecuencias de su accionar, respecto de su salud y la del ambiente que la rodea, quemaba su basura en el fondo de la casa, para evitar que se acumulara durante más tiempo y fuera un lugar propicio para la proliferación de roedores. Desconocía que el humo que surge de la incineración de los residuos contiene sustancias tóxicas que contaminan la atmósfera. De igual manera, los basurales a cielo abierto que proliferan en nuestra ciudad y las quemas que se realizan producen igual efecto nocivo.

En materia de contaminación ambiental y en cuanto a los perjuicios que causa a la salud de la población hay sobrados ejemplos, desgraciadamente. Muchos productos que se utilizan para la producción agrícola o en campañas sanitarias (como plaguicidas o pesticidas) también contienen sustancias que causan daños irreversibles en la salud de las personas o en la de su descendencia, y también, al ambiente.

No obstante, como comunidad debemos saber que es posible comenzar a revertir estas situaciones para prevenir el riesgo que trae como consecuencia la producción, intencional o no, de estas sustancias químicas tóxicas.

El Centro de Protección a la Naturaleza (una organización no gubernamental que trabaja desde hace 30 años en nuestra ciudad) ha sido designado centro para la zona de actividades de apoyo al Plan Nacional de Aplicación del Convenio de Estocolmo sobre Compuestos Orgánicos Persistentes, los denominados COPs o POPs (por sus siglas en inglés).

Por este motivo, recientemente organizó el Encuentro de Capacitación del Plan Nacional de Aplicación del Convenio de Estocolmo sobre Compuestos Orgánicos Persistentes (COPs), en el auditorio del Centro Perinatológico del hospital Iturraspe de nuestra ciudad.

Por mandato de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación y del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la ONG ofreció esta capacitación como una introducción a los graves problemas que representan los COPs para la salud humana, el ambiente en general y las economías regionales. Dicha capacitación consistió en intercambiar información y sensibilizar a la población a través de los sectores dirigenciales, docentes, investigadores y comunicadores, acerca del Plan de Aplicación del Convenio de Estocolmo sobre COPs, en particular, los generados a partir del incorrecto manejo de los residuos.

En la oportunidad, disertaron los Ing. Carlos Martín y Eduardo Lorenzatti, Intec-Conicet-UNL; la Ing. Diana Carrero, especialista ambiental de la UTN que trabajó en la Asociación Argentina de Médicos por el Medio Ambiente, y Jorge Rabey, integrante del Centro de Protección a la Naturaleza.

Apuesta de todos

El Convenio de Estocolmo es un tratado internacional firmado por nuestro país el 2 de mayo de 2001 y aprobado por la ley 26.011, sancionada el 16 de diciembre de 2004. Entró en vigencia el 17 de enero de 2005, cuando fue publicada en el Boletín Oficial. Tiene categoría constitucional, motivo por el cual es obligatoria para los gobiernos nacionales y provinciales. Hasta la fecha, son 152 los países que firmaron este convenio (en Internet: www.pops.int).

Pretende terminar con la producción y el uso de las sustancias químicas que se encuentran entre las más dañinas del mundo. Actualmente, el convenio genera la obligatoriedad legal para con la legislación internacional sobre doce sustancias químicas, a la que se conoce como docena sucia o venenos sin fronteras. No obstante, otras con características similares pueden ir siendo incorporadas, tras la revisión de un comité de examen de los Contaminantes Orgánicos Persistentes.

Es el primer instrumento mundial legalmente vinculante que apunta a proteger la salud humana y el ambiente, controlando la producción, el uso y la disposición de sustancias químicas tóxicas, de cuyos efectos potencialmente negativos en los seres humanos se tiene cada vez más evidencias firmes. Esto se encaró teniendo en cuenta el criterio de precaución (o principio precautorio) consagrado en el principio 15 de la Declaración de Río sobre Medio Ambiente y Desarrollo.

Por este motivo, se debe advertir que la mayor parte de las sustancias químicas peligrosas (especialmente, los COPs) ha demostrado producir daños serios e irreversibles a la salud humana y el ambiente.

Evidencias de toxicidad

La docena sucia son toxinas que han sido relacionadas con el cáncer y el daño del sistema inmune y reproductivo de las personas. También son tóxicas para la vida silvestre, dañan ecosistemas y amenazan a especies enteras.

Argentina es uno de los países que recibió fondos para desarrollar Planes Nacionales de Implementación que permitirán, con el tiempo, detener la producción de estas sustancias dañinas y limpiar depósitos de químicos peligrosos obsoletos. En nuestro país existen esos depósitos de agroquímicos prohibidos obsoletos, que el Senasa está relevando.

Se consideran particularmente peligrosas debido a las características que comparten: son tóxicas para los seres humanos y la vida silvestre:

Persistentes: permanecen intactas en períodos extensos, resistiendo su degradación. Orgánicos: poseen alta solubilidad en grasa, se acumulan en el cuerpo de los seres humanos, animales marinos y otro tipo de fauna silvestre. Se encuentran en altas concentraciones en las partes más altas de la cadena alimentaria, lo que se conoce como bioacumulación. Contaminantes: pueden tener consecuencias serias en los sistemas nervioso, inmunológico y reproductivo, además de ser causa de otros desórdenes y cáncer.Además de producir daños irreversibles en la salud de las personas, estas sustancias tienen la capacidad de unirse a las materias grasas y, por esto, se acumulan en las cadenas alimentarias, pasando de un ser viviente a otro. Por ejemplo, de las plantas a los animales herbívoros y a los carnívoros, como nosotros, los humanos. Además, dada su estructura química, resisten a la degradación y pueden viajar largas distancias acompañando al viento y a las corrientes de agua.Las primeras doce sustancias que entran en la categoría descripta y que han sido seleccionadas por el convenio son: aldrín, endrín, dieldrín, clordano, DDT, toxafeno, mirex, heptacloro, hexaclorobenceno, bifenilos policlorados (PCB), dioxinas y furanos.

Prevenir el daño

El principio precautorio implica un proceso abierto, democrático, en el que puede y debe participar toda la población. De esta manera, la regulación sobre los productos químicos no debe recaer sólo en manos de los científicos, la industria química y las sustancias públicas.

Además, las personas tienen derecho a participar en el proceso de toma de decisiones que afectan a su salud y el ambiente; a decidir por ellas mismas qué productos químicos necesitan y cuáles no. Esto no significa que la gente obtenga toda la información sobre los daños potenciales que una sustancia química implica para la salud y el ambiente.

El sistema actual de manejo de productos químicos asume, automáticamente, la necesidad de dichos productos y ha puesto en extremo peligro la vida de todo nuestro planeta, incluidos los seres humanos. En este sentido, el principio precautorio sugiere que tenemos que revalorizar la "necesidad de las sustancias químicas sintéticas, es decir, evaluar la necesidad del producto químico antes de que salga al mercado". El beneficio que el producto químico traiga a la gente debe ser razonablemente claro y, más importante que ello, el riesgo potencial. La principal preocupación debe consistir en prevenir el daño más que en definir qué cantidad de daño es aceptable. Esto es fundamental en los países en desarrollo, donde no siempre se cuenta con los recursos necesarios para evaluar y manejar los riesgos.

Algunos obsoletos

En mayo de 2005 se realizó la primera reunión de los países firmantes del Convenio de Estocolmo, que intenta regular la producción, intencional o no, la utilización y el desecho de estos contaminantes persistentes o los materiales que los contienen. La meta consiste en reducir a un mínimo la producción y emisión a la atmósfera de productos contaminantes, todos persistentes, para el año 2020.

Otro de los puntos importantes del Convenio de Estocolmo apunta a la eliminación de una serie de contaminantes como el DDT y otros plaguicidas (llamados obsoletos) que contienen cloro. Esta situación plantea dos actividades concretas: hallar los depósitos en los cuales estos productos fueron almacenados para tratarlos adecuadamente, sin producir más contaminación, y generar alternativas tanto en las campañas sanitarias como en las actividades agrícolas. Aunque existen asimetrías entre los países participantes del convenio con respecto a las posibilidades de dejar de utilizar estos productos, es cierto que las propuestas concretas -viables desde el punto de vista económico, y sustentables ambientalmente- existen y su implementación puede ser efectivizada si se toman decisiones políticas y se asignan recursos monetarios.

Los productos en cuestión

Integran la docena sucia las siguientes sustancias tóxicas

Aldrín: se fabricó y comercializó desde 1950 y se utilizó en todo el mundo, hasta principios de 1970, para controlar plagas del suelo, como el gusano que ataca las raíces del maíz, ciempiés, gorgojo del arroz y la langosta. También se ha utilizado para proteger de termitas la madera. Es tóxico para los seres humanos y la dosis letal para un adulto ha sido estimada en unos 80 mg/kg de peso corporal. Endrín: se utilizó desde 1950 contra una gama amplia de plagas agrícolas, sobre todo, en el algodón, aunque también en arroz, caña de azúcar, maíz y otros cultivos. Asimismo, ha sido empleado como raticida. Es muy tóxico para los peces, invertebrados acuáticos y fitoplancton, y su toxicidad es mayor en animales de laboratorio. Dieldrín: apareció en 1948, después de la Segunda Guerra Mundial. Se propició su uso para controlar insectos del suelo, tales como gusanos de la raíz del maíz, ciempiés y oruga nocturna. Tanto el aldrín como el dieldrín afectan principalmente el sistema nervioso central. Clordano: apareció en 1945 y fue utilizado principalmente como insecticida para combatir cucarachas, hormigas, termitas y otras plagas domésticas.
Se trata de una sustancia de la que se registran evidencias de efectos perturbadores del sistema endócrino en un organismo intacto y, posiblemente, carcinogénicos en los seres humanos. DDT: apareció durante la Segunda Guerra Mundial para controlar insectos transmisores de la malaria, el dengue y tifus, pero posteriormente fue utilizado con profusión en distintas variedades de cultivos. Ha demostrado tener actividad similar al estrógeno y posible actividad carcinogénica para los seres humanos.

Toxafeno: ha estado en uso desde 1949 como insecticida no sistémico con cierta actividad acaricida, principalmente en algodón, granos de cereal, frutas, nueces y hortalizas.

También fue utilizado para controlar extoparásitos del ganado tales como piojos, pulgas y garrapatas, además de ácaros causantes de sarna. Es carcinogénico en ratones y ratas, por lo que representa un riesgo para los seres humanos. Mirex: comenzó a ser utilizado en fórmulas plaguicidas a mediados de la década del 50, principalmente, para controlar la presencia de hormigas.

Es un retardante de llama en plásticos, hule, pintura, papel y bienes eléctricos. También es utilizado para hacer referencia a carnadas hechas con maíz granulado, aceite de soya y el propio Mirex. Hay evidencia de que es potencial perturbador del sistema endocrino y posible carcinogénico para los seres humanos. Heptacloro: es utilizado principalmente contra insectos del suelo y termitas, aunque también contra insectos tales como la langosta, el mosquito transmisor de la malaria e invasores del algodón. Se dispone de poca información con respecto a sus efectos sobre los seres humanos. Los estudios aún no llegan a una conclusión sobre la relación entre heptacloro y cáncer. Hexaclorobenceno (HCB): fue introducido originalmente en 1945, como funguicida en el tratamiento de semillas para cultivar granos, así como para la fabricación de fuegos artificiales, municiones y hule sintético. En la actualidad, es ante todo un subproducto de la producción de gran cantidad de componentes clorados, particularmente bencenos, solventes y varios plaguicidas.

El HCB se emite a la atmósfera en el flujo de gases que generan las instalaciones incineradoras de desechos e industrias metalúrgicas. Causa enfermedades del hígado en los seres humanos y se clasifica como posible carcinógeno para los seres humanos. PCB (Bifenilos policlorados): fueron introducidos en 1929. Se produjeron en distintos países bajo diferentes marcas comerciales. Son químicamente estables y resistentes al calor, y fueron utilizados en todo el mundo como aceites en transformadores y condensadores, fluidos hidráulicos y para intercambio de calor, aunque también como lubricantes y aceites aislantes. Son carcinógenos en animales de laboratorio y, probablemente, para los seres humanos. Han sido clasificados como sustancias de las que hay evidencia de efectos perturbadores en el sistema endocrino en organismos intactos. Dioxinas y furanos: son subproductos que resultan de la producción de otras sustancias químicas y de la combustión a baja temperatura así como de procesos de incineración. No se sabe que tengan alguna utilidad. Entre sus posibles efectos se incluyen toxicidad dérmica, inmunotoxicidad, efectos reproductivos y teratogenicidad, así como perturbadores del sistema endocrino. Son carcinógenos. A la fecha, el único efecto persistente asociado con la exposición a dioxinas en los seres humanos es el cloracné. Los grupos más sensibles a estas sustancias químicas son los fetos y los neonatos.

Para tener en cuenta

- Las aplicaciones frecuentes y el uso de varios plaguicidas pueden aumentar la toxicidad.

- Cuando se usan éstos en espacios cerrados, aumenta el riesgo de exposición a esa sustancia por inhalación.

- El envenenamiento con pesticidas puede llegar a afectar a 2.000.000 de personas anualmente, de las cuales fallece el 2 %. Cerca del 75 % de los casos fatales ocurre en los países en desarrollo, donde unas 28 personas se intoxican con plaguicidas cada 10 minutos y, cada 17 minutos, una de ellas muere.

- Los plaguicidas también pueden introducirse al organismo a través de la piel.

CENTRO DE PROTECCIÓN A LA NATURALEZA

Belgrano 3716- Sta. Fe - Arg. Te. 0342-4531157 -Pers.Jur. 275/79 -

Coordinación 2006/07 de la RENACE (Red Nacional de Acción Ecologista)

Integrante de: FOROBA (Foro del Buen Ayre) *Coalición Ciudadana Antiincineración de la R.A.; *Coalición Cuidado de la Salud sin Daño; *GAIA

Observador Acreditado a la Conferencia de las N.U.de C.Climático.

Edita en papel y por C.E. la revista mensual "El Ambientalista".-

El Litoral Vespertino, 20-3-07

Comentarios

25/06/2010
saludar, por belkysº
gracias muy buena informacion