Argentina: fuente de energía VS. soberanía alimentaria
Los combustibles de origen orgánico son presentados como la solución a un mundo sediento de petróleo. Pero esta ecuación sólo cierra a riesgo de una intolerable insustentabilidad ¿Cuál es el rumbo a seguir? Comencemos por el final: los biocombustibles son una fuente de energía renovable -condición necesaria pero no suficiente- ya que su producción y uso puede ser fuertemente insustentable
En términos económicos, la tonelada de aceite de soja se vende aproximadamente a 450 dólares, mientras que la tonelada de biodisel de la misma oleaginosa cuesta unos 650 dólares; esta sencilla ecuación ha provocado que la mayoría de los productores de aceite de soja de varias provincias del país se encuentren montando plantas para transformar ese aceite en biodisel. Plantas sumamente automatizadas, según sus fabricantes, tal que la promoción de empleo de las mismas es prácticamente nula.
La estructura de precios de los combustibles en nuestro país hace que sea inviable, bajo la ecuación actual, que los mismos vayan a ser utilizados en el mercado local bajo estas circunstancias, incluso a pesar de la puesta en marcha de la ley de biocombustibles.
En este contexto, el “negocio” de los biocombustibles se podría encuadrar en la idea de que esencialmente representa un incremente en las ganancias de las empresas del sector, con la de que este incremento se transformará en una nueva presión sobre los territorios, de manera de seguir extendiendo la frontera agrícola. Sólo el salvavidas que representaría que el Senado de la Nación apruebe la Ley de Presupuestos Mínimos de Protección del Bosque Nativo, y nuestros funcionarios apliquen la norma, impediría que se extienda a expensas del poco monte que aún queda en pie.
Por otra parte -para completar el cuadro- el Gobierno de la provincia de Buenos Aires anunció que las empresas que produzcan biocombustibles van a quedar exentas de la totalidad de los impuestos pertinentes. Por lo cual, aquellas logren alcanzar una ganancia diferencial por cuestiones de mercado, o sea que han aprovechado una oportunidad de “negocio”, adicionalmente se les eliminan todos los impuestos.
Recordemos que sólo entre 1998 y 2002 se perdieron en la región pampeana el 30 por ciento de los establecimientos agropecuarios, esto significa aproximadamente 60.000 establecimientos a manos de un fuerte proceso de concentración de la tierra agudizado por un fuerte proceso de extranjerización.
Ahora bien, los biocombustibles pueden considerarse técnicamente una fuente renovable de energía y podrían aportar a un desarrollo más limpio. Pero esto no es algo intrínseco del producto biocombustible, depende de su uso, del cómo, del para qué y del para quién.
Existen muchos datos que dimensionan la situación actual en torno a la producción de biodisel en Argentina, muchos de los cuales ni siquiera son tenidos en cuenta a la hora de hablar de la problemática, por ejemplo, que si toda la producción mundial de aceites vegetales se transformará en combustibles sólo se lograría reducir el consumo de petróleo en un 3 por ciento. O el hecho de que la cantidad necesaria para fabricar combustible para llenar el tanque de una camioneta alcanza para alimentar a una persona durante un año, o que en muchos casos y para ciertos productos la ecuación energética nos diga que necesitamos poner más energía que la que obtenemos del biocombustible, son sólo datos que muestran la locura de intentar abastecer un modelo de desarrollo mundial petroadicto con vegetales.
Más allá de los discursos políticos, la realidad muestra que la antinomia “energía o alimentos” existe; y se consolida con fuerza en países donde la influencia capitalista es más fuerte, donde la presión de Estados Unidos por utilizar mayor cantidad de maíz para la producción de etanol ha impulsado un incremento del precio del grano con un fuerte impacto sobre algunas economías latinoamericanas que basan su dieta fundamentalmente en ese cereal de origen americano.
Hablar de la antinomia “energía o alimentos” nos obliga a atender a dos cuestiones fundamentales: en primer lugar, contraponer el actual modelo agroindustrial, generador de pobreza en el campo y de riqueza en las grandes empresas y expoliador de nutrientes con el concepto de soberanía alimentaria, entendido este como el derecho de los países y los pueblos a definir sus propias políticas agrarias, de empleo, pesqueras, alimentarias y de tierra social, económica y culturalmente apropiadas para ellos y sus circunstancias únicas. Esto incluye el verdadero derecho a la alimentación y a producir los alimentos, lo que significa que todos los pueblos tienen el derecho a una alimentación sana, nutritiva y culturalmente apropiada, y a la capacidad para mantenerse a sí mismos y a sus sociedades.
Por otro lado, como plantean las doctoras Elizabeth Bravo y Mae Wan Ho, la dificultad es que, sencillamente, no hay suficiente tierra arable en la cual cultivar todos los productos necesarios para satisfacer el voraz apetito de los países industrializados. Estos ponen su mirada en el Tercer Mundo para alimentar su adicción, aquí la tierra y la mano de obra son baratas y los daños ambientales de las grandes plantaciones se producen lejos de sus territorios.
De acuerdo a la organización Oilwath –Red de Resistencia a las actividades petroleras en los países tropicales- el siglo XX ha sido la centuria del envenenamiento y de la muerte masiva de la gente y de la vida del planeta.
Este envenenamiento es el producto no sólo de los desechos producidos durante la extracción de crudo, sus derrames por tierra y mar. Son además consecuencias de los agroquímicos, los contaminantes orgánicos persistentes, los combustibles, los hidrocarburos policíclicos aromáticos, los fármacos, los desechos hospitalarios y otros compuestos que se producen a partir del petróleo y que se descargan y se acumulan en el planeta y están matando la Tierra y a sus habitantes.
En definitiva, se constituyó una sociedad que basó su desarrollo y acumulación en la adicción al petróleo y dio lugar a que éste literalmente invada los campos, las mentes, la estética, las calles, el aire, los mares.
Si ante la amenaza del cambio climático y el agotamiento de los recursos hidrocarburíferos se pretende sostener este mismo modelo, pero ahora a costa de combustibles vegetales, esto es físicamente imposible.
El debate no debería ser biocombustibles si o no, el debate es para qué los queremos, qué tipo de producción queremos tener, qué modelo de transporte vamos a alimentar, cuál debería ser la forma de su producción. Con qué otras fuentes de energía se puede diversificar la matriz energética, de manera de disminuir las emisiones de efecto invernadero.
Terminemos por el principio, los biocombustibles son una fuente de energía renovable, condición necesaria pero no suficiente, ya que su producción y uso puede ser fuertemente insustentable y así se perfila en esta parte del mundo.
Escrito por Pablo Balleto
El Mercurio Digital, España, 27-09-07