Argentina: dos cortes y una quebrada en la frontera

Idioma Español
País Argentina

En Colón y Concordia, además de sostener la crítica a la instalación de pasteras, formularon duras denuncias sobre la situación ambiental en sus ciudades. Las argucias tragicómicas que algunos usan para intentar pasar

Partidarios del gobernador Jorge Busti impidieron que se concretara el corte del puente internacional Concordia-Salto que, sumado a los de Gualeguaychú y Colón, hubiera cerrado totalmente la comunicación por tierra con Uruguay. En Colón, en cambio, se efectuaron cortes en la madrugada y la tarde de ayer, que así se sumaron al que Gualeguaychú sostiene desde hace 15 días. Tanto en Colón como en Concordia, los asambleístas, además de sostener la crítica a la instalación de pasteras en Uruguay, formularon duras denuncias sobre la situación ambiental en sus propias ciudades. En Colón, Página/12 escuchó a los activistas dialogar con los automovilistas y supo de las argucias tragicómicas que algunos usan para intentar pasar: “Los peores, los más soberbios son los argentinos que vienen de Punta del Este”. Se enteró también de la historia de las cloacas a cielo abierto y las napas inmundas en Colón, y escuchó el reclamo, compartido con Gualeguaychú, por “la licencia social: el derecho de los habitantes a aceptar o no la instalación de industrias que modifican compulsivamente el modelo social”.

“No a las papeleras”, dicen las lunetas de las cuatro por cuatro que se pavonean por el centro de Colón, pero ninguna de ellas está presente en el corte. La infantería mecanizada de estos vecinos está compuesta por unos autos viejísimos, derrengados, los mismos que muchos de ellos usan en los trabajos de electricistas, pintores de casas, con los que sobreviven. La Asamblea Popular Ambiental Colón Ruta 135 de Colón hace cortes programados, y éste empezará en la medianoche del viernes justo, justo antes del puente a Paysandú, a unos 50 metros del puesto de Gendarmería. A las 23.15 llegan los primeros asambleístas. Poco tránsito de autos a esta hora.
Lejos, hacia el este, puntos de luz amarilla dibujan el arco perfecto del Puente Internacional. Los asambleístas son unos ocho.

Al saber que el cronista viene de Concordia, preguntan: ¿habrá corte allí el sábado? ¿Lo hará el Chelo Lima? (ver nota aparte) “Mejor que no esté, puede traernos problemas a todos”, dicen. Se han reunido en círculo, comentan las últimas preocupaciones: “Van a poner en Fray Bentos fábricas de cloro y de ácido, para la papelera”; “En Villa Elisa (próxima a Colón) estaban contentos porque les dieron un premio al mejor arroz del mundo: si se instala la papelera, no van a poder seguir”; “Cuando empiece la contaminación, va a ser terrible”.

Han empezado a preparar las maderas y los fierros para el corte, los carteles: “Sí a la vida, no a las papeleras”. Se preocupan por aclarar cómo es la relación con los automovilistas que quieren pasar: “Los más problemáticos son los argentinos”, dice Poli Echevarría, a quien en la ciudad consideran referente de esta asamblea –una de las cinco que actúan coordinadamente en Colón–. Y se desencadenan las anécdotas. Una es la del que, viniendo en su auto desde Punta del Este, presentó certificado de clínica diciendo que debía estar internado: él venía manejando 500 kilómetros pero no iba a poder resistir una hora más, argumentaba su mujer: “Mi marido se muere”. “Bueno, ya le traemos un médico, señora.” “Ah no, ¿se cree que me voy a dejar atender por cualquiera?” Otro argumento de argentino en vacaciones es el de la abuela muerta: “Dejá el cajón abierto una hora más porque nos están demorando”, decía uno por el celular, recuerdan los asambleístas.

“Al principio, nos conmovíamos y los dejábamos pasar –cuenta Poli–. Y varias veces pasó que, cuando ya se iban, se reían y nos hacían este gesto”, el del dedo mayor que emerge obsceno. “Entonces, ya nadie les cree nada.
Igual, si necesitan algo urgente del otro lado, pueden pasar caminando y venir a buscar el auto cuando termina el corte; nosotros les pedimos remises, les cuidamos el auto.”

Justo a la medianoche, sacan a la ruta maderas, fierros y pancartas. “Es una cuestión de vida o muerte. No a las papeleras.” Llegan más autos viejos y los disponen cruzando el camino. Ya hay 20, ya hay 30 asambleístas.

Sacan sillas plegables, circula el mate. La noche está fresca. Varios han traído abrigos y Poli tose y vuelve a toser. Desde un auto suena una chamarrita entrerriana: “El Uruguay no es un río, es un cielo azul que pasa”. El que canta es Miguel Martínez, “padre de una compañera del piquete”, puntualizan. “No cantes más, torcacita, que llora sangre el ceibal.”

“¿Que si hay problemas ambientales en Colón? Muchos –contesta Poli Echevarría–. En el barrio Tiro Sur hay una planta de decantación de líquidos cloacales, a cielo abierto. Es en medio del barrio, donde juegan los chiquitos. El olor es insoportable. Desde una asociación de ambientalistas de Colón habíamos pedimos que por lo menos plantaran alrededor pinos, que ayudan a que el olor vaya hacia arriba, por eso se los pone en los cementerios; pero, como salía más barato, la municipalidad puso sauces llorones y las ramas se mecen, tocan la caca.” Hay más ejemplos: “Hace poco se hizo una carrera de natación en el río Uruguay, desde Liebig (cerca de Colón): varios participantes terminaron con diarreas y otros problemas, porque desde el lado argentino se largan aguas cloacales al río”. Y más: “En los alrededores de Colón hay muchos pozos, hechos para sacar agua, que quedaron en desuso y la gente los aprovecha como pozos negros: se están contaminando las napas; no hay inspecciones municipales y tampoco conciencia social de que eso no se puede hacer”. Y más: “El viejo camino San José está lleno de basura que tiran los vecinos. Tampoco hay separación ni recuperación de basura: hace años que se habla de una planta de reciclado pero no se hace”. Y todavía más: “Por el desarrollo desordenado del turismo, para construir se talan especies autóctonas y se están perdiendo especies de pájaros, los cardenales, las tacuaritas”.

“Hay gente que dice que, si tenemos tantos problemas, por qué no nos ocupamos de eso y no de las pasteras. Pero, si empiezan a funcionar las pasteras, por la lluvia ácida, por la poca profundidad y corriente del río, todo va a ser peor”, afirma Echevarría.

A las 12 y 25 llega un auto con dos ciudadanos brasileños. Quieren pasar a Uruguay. Se les dice que no, está cortado. Se les sugiere ir por Concordia, a 125 kilómetros. “Uma volta muito grande”, se queja el conductor, pero termina aceptándolo. Después cae un joven con una chica en un auto nuevo, argentino. Se baja, airado: “¿quién es aquí el responsable?”. Le contestan que no hay un responsable, que es una asamblea, horizontal. “¿Quién es el vocero, entonces?” Vocero es quien, en cada momento, hable, le contestan. El joven va hacia el puesto de Gendarmería, habla un rato con los agentes y vuelve sin haber logrado que intervengan. Se queja, ahora, de que no le hayan entregado nada, ningún panfleto donde se explique por qué están cortando la ruta. Está bien, le contestan. Buscan y le entregan un volante que dice: “Sí a la licencia social: es el derecho que deben tener los habitantes a aceptar o no la instalación de industrias que modifican compulsivamente el modelo social proyectado para la región. El modelo social son los distintos proyectos económicos, turismo, agropecuario, lechero, apícola, ganadero, generados y desarrollados a través del tiempo por los habitantes de una región”.

Página 12, Argentina, 10-12-06

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