Argentina: algunas preguntas sin respuestas
El sector levantó la medida de fuerza, pero aún no se cerró el conflicto. Queda sin responder aún el gran interrogante ¿Los argentinos debemos pagar alimentos caros por culpa del crecimiento chino?
A pedido de la Corporación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (Carbap, representante de pequeños y medianos productores), el 1º de abril fue suspendido el lock out que los productores rurales impusieron al resto de la sociedad argentina a raíz del nuevo esquema de retenciones a las exportaciones agrícolas anunciados por el Palacio de Hacienda el 11 de marzo. En consecuencia, nos encontramos en un período de negociación, en un impasse, un stand bye, de aproximadamente un mes, tras el cual las cuatro organizaciones impulsoras del paro agrario podrían volver al desabastecimiento urbano si sus demandas no son satisfechas.
Si antes del inicio del lock out existían interrogantes, durante este período y tras su finalización quedarán otros sin responder. Nuestro punto de partida es que el paro fue impulsado por las grandes empresas agrícolas a raíz de que el Estado pretendió quedarse con una porción mayor de las superganancias que obtendrían gracias al espectacular aumento de los precios internacionales. Estas, a su vez, lograron el apoyo vital de los productores más chicos que atraviesan distintos problemas originados en diversas causas.
En principio, nos resulta llamativa una máxima que enuncian los productores agropecuarios: el Estado debe garantizarnos rentabilidad. Los manuales de Economía nos enseñan que el rol del Estado no es garantizar ganancias a un sector determinado, sino recrear las condiciones para que toda la economía crezca y se desarrolle. De esa “máxima” antes mencionada podemos inferir un principio que le da origen: el Estado debe garantizar rentabilidad porque su producción es vital para la población. Como se trata de alimentos –y de vuelta a la literatura económica- y estos satisfacen una necesidad básica de existencia, debe garantizarse su producción ¿Cómo? Al asegurarle al productor que por su dedicación obtenga ganancias, se garantiza que la población se alimente.
En resumen, el Estado debe garantizar la producción de alimentos. Pero los productores, que repiten en forma reiterada su máxima, ¿hacen caso al principio del cual emana, que le da origen? “… hemos demostrado (con este paro) que podemos desabastecer…” fue un ¿acto fallido? del presidente de la Federación Agraria Argentina (FAA), Eduardo Buzzi, cuando anunciaron el levantamiento de la medida de fuerza. Al menos durante veinte días no pareció importar. O se privilegió el interés particular en lugar de defender el principio que le da origen a toda una postura filosófica.
Hagamos un ejercicio del pensamiento. Imaginemos que no exista intervención del Estado alguna sólo en este sector. Ante la suba de los precios internacionales de las principales producciones nacionales (oleaginosas, cereales, carnes y lácteos) por el aumento de la demanda global en general y china en particular ¿qué harían los productores? Es muy fácil, venderían su producción donde se la paguen a mejor precio. En un contexto macroeconómico argentino donde se privilegia el tipo de cambio alto -donde un dólar significa tres pesos con diecisiete centavos y donde un euro son cinco pesos- y con alta demanda externa, el productor puede vender en el exterior sin mayores problemas a precios altos, y ofrecer en el mercado interno su producción… a precios internacionales. Porque sabe que lo que no coloque fronteras adentro va a ser bien recibido más allá de ellas.
Esta situación que definimos como ejercicio del pensamiento ¿se dio en algún caso? No sólo sucedió, sino que va a darse mientras la diferencia entre vender puertas adentro y hacia fuera sea tan importante. Un caso testigo es el de la carne vacuna, que los argentinos consumimos a razón de 60 kilos por habitante por año. La demanda externa es altísima, a lo que debe agregarse que los cortes argentinos son los de mayor calidad del mundo. Pero no toda la carne que se extrae de una vaca es la requerida por los comensales extranjeros, sino aquellos cortes que no contengan huesos (el lomo por ejemplo). Por lo cual quedarían para consumo doméstico los cortes con hueso (como el asado), los cuales deberían comercializarse a precios accesibles para la población local.
Vamos a alejarnos de las Ciencias Económicas y recurrir a una apreciación muy lejana de la Estadística. ¿El consumidor argentino pudo acceder a estos cortes desechados –y por ende, no demandados- por los consumidores foráneos a precios acordes a su ingreso? ¿La carne con hueso, que no tiene ninguna demanda externa y que sólo es demandada por el mercado interno, se ofrece a precios consecuentes? Sin recurrir a la Estadística, la respuesta es no. Desde hace algunos años cuando Argentina logró que se abriesen ciertos mercados que permanecían cerrados a su carne (como la Federación Rusa) se encuentra en discusión la entrada en vigencia de la comercialización de “trece cortes populares”, los que nunca terminan de definirse ¿Resultaría muy tendencioso afirmar que los productores ganaderos también quieren vender esos cortes a precios internacionales, cuando esto no exista como tal porque no hay demanda extranjera para esta producción?
Esta situación que hoy atraviesa Argentina no es única. Muchos países obtienen precios altos por lo que exportan y no por ello castigan al mercado interno. A mayor grado de desarrollo de una nación, vamos a encontrar menos abusos de estos que vemos por estas tierras. Tomemos como ejemplo al petróleo. Un barril de crudo se vende en el mercado internacional a unos 100 dólares, pero el costo de producción es mucho menor. Por ejemplo, es de entre cuatro y ocho dólares en Venezuela, de dos dólares en Arabia Saudita y hasta de cincuenta centavos en algunas zonas de Irak. En Argentina ronda los ocho dólares.
Según el razonamiento de los productores argentinos, las petroleras de los países árabes, de Venezuela, de Nigeria, México o Noruega venderían toda su producción al exterior, y en el mercado interno a quienes puedan pagar el precio internacional. Pero nada de esto ocurre, ya que de esta forma la suba de los precios internacionales sería una maldición para estos países. La nafta o gasolina es barata en los países árabes o Venezuela siempre.
Más aún, veamos qué pasa en Estados Unidos. Esta superpotencia es un gran productor de oro negro, pero es el mayor consumidor mundial de petróleo, por lo que debe importar grandes cantidades. Si aplicamos el razonamiento argentino, a los productores de petróleo estadounidenses les convendrían vender su producción a otras potencias que no producen nada (como Japón o Alemania) y que deberían pagar el precio internacional, y desatender el mercado interno…. Ni falta hace que hagamos comentario alguno.
Si definimos a los alimentos como producción vital, debemos ser consecuentes con este principio siempre. Si el Estado debe garantizar rentabilidad a los productores, estos deben proveer al mercado interno siempre y a precios relacionados con sus costos internos, no con lo que la tasa de expansión de China sugiera. Sino es así, que las entidades no golpeen las puertas de la Presidencia cuando las condiciones cambian drásticamente.
Pero Argentina tiene una historia de gatopardismo económico. Las clases ligadas al modelo agroexportador (1880-1930) han rendido pleitesía al librecambismo cuando este les convino, pero se han vuelto ultraproteccionistas cuando cambiaba el viento (1930-1950). Y la tendencia al subsidio fácil que tienen como solución las actuales autoridades de la Casa Rosada no nos permite abrigar la esperanza de un cambio en este sentido.