Argentina: agricultores sin semillas
Históricamente, el proceso de selección y mejora de variedades agrícolas estuvo en manos del agricultor. Pero el proceso de manejo de la propia semilla por parte del productor ha cambiado, especialmente en Gualeguaychú y en toda la provincia como en el resto del país
Desde los tiempos inmemorables, el hombre aprendió que su relación con la semilla es clave para su desarrollo e incluso para su identidad: dado que la soberanía alimentaria es parte de su patrimonio cultural.
La semilla es para el agricultor la base de todo su sistema productivo. Desde el fondo de la historia ha sido una necesidad la búsqueda de su mejora. Al principio, ese saber fue transmitido de padres a hijos, luego fue un sistema de intercambio entre los vecinos. Pero, ya se sabe que la apropiación del conocimiento popular siempre es un objetivo comercial para muchos empresarios. En la vida contemporánea y de la mano de ciertas técnicas de ingeniería genética, estas empresas detentan casi monopólicamente ese saber.
Históricamente, el proceso de selección y mejora de variedades agrícolas estuvo en manos del agricultor, quien guardaba e intercambiaba con otros productores las semillas para las siguientes estaciones. Pero el proceso de manejo de la propia semilla por parte del productor ha cambiado, especialmente en Gualeguaychú y en toda la provincia como en el resto del país.
El proceso comenzó con las semillas híbridas. Su éxito inicial se basó en que solamente la empresa es la que conoce las líneas parentales que permiten tener un mayor rendimiento y así el agricultor se veía obligado a comprar la semilla todos los años para asegurar su cosecha. Ahí empezó a trasladar parte de su renta a manos de esas compañías dueñas del manejo del material genético.
El éxito en la hibridación comercial monopolizó la producción del maíz, girasol, sorgo, arroz, trigo y soja. Así como en el siglo pasado fueron los híbridos, en el actual las nuevas “estrellas” de alta respuesta ofrecidas a los productores son las semillas transgénicas. Desarrolladas por unas pocas compañías que se pueden contar con los dedos de una mano, detentan casi el 35 por ciento de la producción alimenticia mundial y el 85 por ciento del mercado global de agroquímicos. Justamente, el mercado de los agroquímicos es parte del control absoluto que tienen de la producción y el abastecimiento.
No es casual que Argentina sea el segundo productor mundial y en superficie ocupada con cultivos transgénicos, y sea simultáneamente el país donde más fallas se detectan en el control del circuito comercial de las semillas y los agroquímicos.
El tema es muy preocupante, máxime si se tiene en cuenta que -según datos de Naciones Unidas- en los próximos años en el mundo aumentará la cantidad de personas directamente con hambre y desnutrición crónica.
La ingeniería genética produce transformaciones profundas en el mundo, muchísimo más trascendente que la informática. En la actualidad se trabaja y se manipula sobre la vida misma… y sin controles eficientes.
Los gobiernos tienen la obligación de mirar siempre más allá de la coyuntura, protegiendo los intereses del ciudadano a largo plazo. Ese concepto debería traducirse en hechos concretos y debería implicar políticas de Estado. Pero ya lo enseñó Séneca cuando dijo que:
“No hay vientos favorables para el que no sabe cuál es el rumbo”.