Tierras en manos de mujeres
La historia de la mujer rural colombiana ha estado marcada por la desigualdad y la discriminación. Ellas han recibido la peor parte en la guerra y han estado sometidas al dolor sin reparación. Ahora ven una esperanza con los acuerdos de paz, pues allí están plasmadas la mayoría de sus necesidades.
Si las mujeres agricultoras tuvieran el mismo acceso que los hombres a la tierra, el número de personas con hambre del mundo podría reducirse hasta en 150 millones, dice el Programa Mundial de Alimentos. El hambre y la pobreza que han vivido las gentes en los campos se debe, en gran parte, a la desigualdad de género. El gran problema que ha tenido la mujer, sobre todo la campesina, es que nunca ha sido propietaria de tierras.
La ONU estima que el 60% de las personas con hambre crónica son mujeres y niñas. Y en el contexto colombiano, 110 mujeres de entre 20 y 59 años de edad viven en familias rurales pobres por cada cien hombres.
“Esta discriminación influye significativamente en su posibilidad de asistir a la escuela, planificar sus familias y sobrevivir al parto, y se suma a la carga que representa el cuidado de la familia y la búsqueda de agua y combustible, entre otras tareas, así como a un menor acceso a los servicios básicos”.
Hagamos un recuento de cómo la mujer rural en Colombia ha estado invisibilizada durante décadas y las batallas que ha librado para ganarse una mínima posición en la sociedad.
Leyes agrarias que niegan a la mujer
En 1961 se crea la ley 135 donde nace el Instituto Colombiano de Reforma Agraria. Allí no se hace diferencia entre hombres y mujeres jefes de hogar. Los hombres son los titulares y propietarios de las pocas tierras que tienen como campesinos. Todos los beneficios son para ellos.
Sólo en 1984 se hace una política nacional para la mujer campesina. En sus objetivos define impulsar acciones que le propicien una posición más equitativa, como parte del mejoramiento del nivel de vida familiar.
En 1986 nace la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas e Indígenas de Colombia, Anmucic, con el fin de “impulsar el empoderamiento y la autonomía de las mujeres para la defensa y la exigibilidad de sus derechos, la protección de la seguridad humana y el fortalecimiento de los procesos de participación política, social y cultural en Colombia”.
En 1988 hay otra reforma agraria, la ley 30, que mantuvo el espíritu de la del 61. Empieza a aparecer la mujer. Participan asociaciones de mujeres campesinas en el Incora. Se crea la oficina de Mujer Rural en el Ministerio de Agricultura. Se reconocen mujeres en situación de desprotección, viudas y abandonadas.
Ya en 1991 se da la igualdad entre géneros en la Constitución. En el 93 se reconoce a la mujer como cabeza de hogar. En el 94 hay mayores puntajes si la mujer está en condiciones de desprotección social y económica por hechos relacionados con el conflicto armado. En el 95 se crea la Dirección Nacional para la Mujer. Y en el 2002 se da la ley 731, que es la columna vertebral del trabajo de las mujeres rurales.
Ahora, con el acuerdo de paz entre las FARC y el Gobierno, la mujer está incluida en casi todos los puntos, asunto que no tiene antecedentes en ningún proceso de paz en el mundo. “El acuerdo de enfoque de género es el más completo del mundo. Nosotras estamos avanzadas. Los que se oponen están atrasados. 114 veces aparece la frase equidad de género. No le crean a la basura de la ideología de género. No existe”, afirma Luz Imelda Ochoa, secretaria de las mujeres de Antioquia, en el encuentro nacional de mujer rural que se realizó en Medellín el 18 de octubre.
Violencia que estanca la vida
Colombia no ha avanzado de manera uniforme ni sostenida hacia una nueva ruralidad, porque la guerra retrasó el desarrollo del campo. A pesar de que las mujeres ganaron algunos reconocimientos, no han podido ser propietarias, a pesar de que las leyes le hayan abierto esa posibilidad. Pues fueron otros (los más ricos del país) quienes se adueñaron. Además las tierras han quedado desoladas, minadas, sangradas, sembradas por monocultivos o cultivos de uso ilícito.
“El conflicto ha afectado a la mujer, arrebatándole sus hijos, llevándoselos a la guerra. Ha sido desplazada de sus territorios, se ha perdido el tejido social, se desintegra su familia porque le han asesinado a su marido. Llega a la ciudad a vivir en condiciones deplorables, tiene que someterse a trabajar en una cocina, a lavar, a atender a otros o a pedir en las calles”, dice Ligia Granda de la Coordinación Nacional de Mujeres en Marcha.
Por otro lado, muchas mujeres son violadas o acosadas sexualmente en el campo sin posibilidad de denunciar, porque son amenazadas o intimidadas. Beatriz, una campesina de Ituango, Antioquia, cuenta que su padre la violaba desde que tenía doce años. Le contó a su mamá y ésta le pegó y la castigó “por estar inventando chismes”. Le contó a una hermana y tampoco le creyó. Pero a la misma hermana le tocó vivir la situación cuando un día el papá llegó borracho y empezó a tocarlas a las dos. Ahí sí creyeron lo que le había pasado a Beatriz, pero treinta años después. Ahora tiene 50. “Toda la vida cargando con ese dolor, porque él no paró de hacerlo”.
La vida en el campo
La mujer en el campo es la primera en levantarse y la última en ir a dormir. Desde tempranas horas está preparando el desayuno, ordeñando las vacas, atendiendo a sus hijos, esposo y trabajadores de la finca. Luego en su huerta, las gallinas, los marranos, el aseo de la casa. Poco tiempo le queda para ir a la junta de acción comunal, estudiar, encontrarse con las amigas, visitar a las vecinas o descansar.
Es decir que ella trabaja más horas al día sin ser remuneradas. El hombre pasa más horas fuera del hogar, pero tiene garantías y le pagan por las actividades que realiza. Las que están solas tienen el doble de carga de trabajo. Y ahora es común ver que muchos hombres han dejado el campo por otras actividades. Se vuelven conductores, mecánicos, albañiles, etc. Es la mujer la que está quedando sola en el campo.
Una mujer que es propietaria, es autónoma, toma sus propias decisiones. “Las mujeres debemos seguir construyendo el futuro del país. Es a través de las asociaciones campesinas que se va a tomar el rumbo de la nueva ruralidad”, afirma Luz Imelda.
La guerra y la desigualdad solo se deben quedar en el recuerdo de las mujeres. “Las mujeres campesinas soñamos con un país diferente, en igualdad de condiciones. Que podamos acostarnos sin ningún temor, viendo nacer un sol sin ninguna preocupación, sino disfrutando el amanecer, trabajando de la mano con nuestros compañeros, que las cargas sean distribuidas”, termina diciendo Ligia.
Fuente: Prensa Rural