Sobre el cambio climático: Tiquipaya II, predicar con el ejemplo
Han pasado cinco años desde la primera Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, y el Gobierno acaba de convocar a un segundo encuentro, del 10 al 12 de octubre en Tiquipaya.
En estos cinco años la situación ha empeorado dramáticamente. En 2010 en Cancún se aprobó un acuerdo de promesas voluntarias de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero hasta el 2020 que tendrá funestas consecuencias. Todos los países debieron haber acordado reducir las emisiones mundiales anuales a 44 gigatoneladas (gt) de dióxido de carbono (CO2) para 2020 en procura que la temperatura no suba más de 2º Celsius (C). Sin embargo, con las promesas de reducción de emisiones de Cancún llegaremos a 56 gt de CO2 o más en 2020.
Hoy nos aproximamos a una nueva cita en París para definir un nuevo acuerdo climático hasta 2030. Los principales países contaminadores ya han hecho llegar sus ofertas de reducción de emisiones, y el panorama es desolador: en vez de bajar las emisiones mundiales anuales a 35 gt de CO2 para 2030, estaremos por las 60 gt de CO2 al final de la próxima década. Esto significa un incremento de la temperatura de 4 a 8º C en este siglo.
Los gobiernos quieren mostrar que están haciendo algo, pero la realidad es que ningún Estado plantea hacer lo que la ciencia señala: dejar bajo el suelo el 80% de las reservas conocidas de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas). Las grandes transnacionales y los gobiernos adictos al oro negro se oponen totalmente a ello. En las negociaciones climáticas hablan de todo menos de acordar un límite a la extracción de combustibles fósiles.
Hace un par de semanas mil activistas climáticos detuvieron por un día Gelände, la principal mina de carbón de Alemania. Tiquipaya II tiene que tomar en cuenta esta realidad y mostrar con hechos que se es coherente con lo que se predica. En el caso de Bolivia esto pasa por reducir la deforestación, que es la principal causa de emisiones de gases de efecto invernadero en el país. Más de dos terceras partes de nuestras emisiones se deben a las quemas. Entre 2001 y 2013 hemos perdido 8,3 millones de hectáreas de áreas forestales, es decir, cerca del 14% de los bosques que teníamos a principios de siglo.
Bolivia no está entre los principales causantes del cambio climático, pero no por ello podemos permitir que sigan quemándose nuestros bosques de manera irracional. El Gobierno, siendo coherente con el punto 15.2 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, debe reducir a cero la deforestación para el 2020, preservando por lo menos 50 millones de hectáreas de bosques. Diferentes estudios muestran que una deforestación superior al 20% desencadena la muerte gradual de un bosque amazónico. Cuando la deforestación sobrepasa ciertos límites, se viola el derecho del bosque a preservar su capacidad de regeneración y se comete un crimen contra la Madre Tierra.
Si paramos la deforestación, el país dejará de enviar cada año a la atmósfera 80 millones de toneladas de CO2. Una cifra que es el doble de las emisiones de la planta de energía a carbón más grande de Europa: Belchatów, Polonia, 37 millones de toneladas de CO2 en 2013.
Además, existe otra serie de medidas que se deben adoptar en el país: incrementar en 25% la participación de la energía solar en la generación eléctrica para 2020; reducir los subsidios al diésel para la agroindustria transgénica, y destinar esos recursos a la agricultura campesina y ecológica que enfría el planeta; evitar las centrales nucleares peligrosas y las megarrepresas que aumentan la deforestación y los desastres naturales; y garantizar en los hechos los derechos de la Madre Tierra. En síntesis, Tiquipaya II tiene que predicar con el ejemplo de carne y hueso.
Fuente: La Razón