Paraguay: A la deriva en el mar de soja
Una ráfaga mortal invade nuestras fosas nasales mientras navegamos por un mar verdoso y desolado en Ytororó, Paraguay. En el horizonte solo divisamos un sinfín de plantas de soja; simétricamente alineadas como un ejecito de mudos guerreros. Estamos a la deriva, flotando en altamar bajo una lluvia letal de químicos; amenazados por el avance arrollador de las trilladoras mecánicas.
El desasosiego se apodera de nuestros cuerpos y la balsa gira sin rumbo fijo por el mar de soja. Débiles, tratamos de retomar el rumbo y regresar a tierras aptas para la vida. De repente, entre espejismos y el verde rechinante de las hojas, divisamos un oasis donde podríamos saciar nuestra sed. Remamos con ansias y encallamos en la orilla desierta con las últimas fuerzas que nos quedaban.
Un saludo de bienvenida se escucha a lo lejos y a nuestro encuentro viene una señora con pasos desesperados junto a sus pequeños hijos. Una sutil sonrisa, una mirada profunda y un llanto incontrolable fue su reacción inmediata al saludarnos. El dolor que siente es profundo al contarnos su historia de supervivencia; de repente toma un respiro profundo, y mirando al suelo con lágrimas en el rostro, nos enseña una foto de su pequeña hija de 12 años; reciente víctima mortal de esa ráfaga agrotóxica que nos ha venido envenenado a todos lentamente.
Nuestra visita llena de ilusión a esta pequeña familia campesina al borde de la extinción. Nos ven como un medio a través del cual podrán ventilar sus dolencias y pedir ayuda para no morir ahogados en la marea verde; nos ven con ojos cansados mientras compartimos un tereré helado bajo la sombra de un moribundo árbol de mango. Hablamos, compartimos vivencias y nos comprometemos a luchar en contra de ese monstruo transgénico que se expande sobre las comunidades campesinas.
El tiempo es relativo en vísperas del verano y por primera vez en esta larga travesía estamos bien compartiendo en comunidad, sin embargo, sentimos como la muerte es una amenaza latente con cada bocanada de aire que tomamos. Debemos irnos de este último oasis de vida silvestre a través de un pequeño corredor de bosque nativo que aún resiste en el olvido. Atrás dejamos a la señora y sus hijos en su implacable lucha contra la extinción; ellos se quedan aferrados a su pedacito de tierra, a su origen y dignidad campesina a esperas de que nosotros divulguemos su mensaje de resistencia.
Por el camino de regreso, vemos con rabia la engañosa publicidad turística de Monsanto y Syngenta invitándonos descaradamente a disfrutar de las supuestas maravillas de su mar muerto. Al llegar a tierras libres, vemos como la marea verde sube e inunda sin piedad las planicies donde otrora crecían plantas nativas de yerba y mandioca. Familias campesinas enteras huyen a la ciudad y las pocas que quedan luchan incesantemente por su derecho a la vida, la tierra y el trabajo digno. Nosotros mientras tanto regresamos a nuestra selva de cemento como consumidores consientes para librar la batalla apremiante por la soberanía alimentaria de todos los pueblos.
Texto & Foto: Oscar Barajas, Solidaridad Suecia - América Latina
DATOS: Hoy la soja y el maíz transgénicos ocupan el 85% de las tierras cultivadas del Paraguay. En total se usan 60 millones de litros de veneno para fumigar los monocultivos de trasgénicos.
Fuente: Latinamerika Grupperna