México: "Esos árboles están ahí desde que nació el mundo"
Esos árboles están ahí desde que nació el mundo, dice como si cualquier cosa Crisanto Lechuga, cuidador de las antenas de radio y telefonía en el cerro más alto de la zona, en uno de los bordes de la rotunda Sierra Madre Oriental, amenazada hoy desde varios flancos, siendo uno el del fin de sus proverbiales bosques. Para muchos, es sólo preludio a la verdadera devastación: la extracción de gas y petróleo que se anuncia inminente y brutal (intensiva, gracias a la llamada reforma energética del gobierno peñista) en la sierra norte de Veracruz (y de Puebla) y las tierras bajas de las siempre codiciadas Huastecas.
El punto que señala Lechuga, guardabosques y electricista, queda al fondo del horizonte, una montaña intensamente verde de pinos originarios como el ayacahuite, encino y cedro blanco. Más allá, el territorio de Hidalgo. Las semidesérticas tierras bajas, llamadas la sombra de la sierra, se ven rodeadas de bosque ya muy ralos y campos de cultivo. No bastando los dos mil 800 metros de altura que aquí son muchos, trepamos a una torre vigía que a pesar de la bruma permite ver muy lejos las puntas de los cerros sobre un blanco océano de nubes.
Después que cortan los bosques ya no crece nada, sentencia el guardián del paraje. Esto admite matices. Lo que los madereros y las autoridades llaman reforestación vuelve a poblar vicariamente las extensiones taladas con un monocultivo de pinos que no sirven ni para árbol de Navidad. Por añadidura, desaparecen cientos de especies vegetales y animales que vivían allí cuando los bosques se conservaban. Y no porque no sea una región con tradición maderera, sino porque se perdió la racionalidad de un equilibrio entre explotación y conservación que las comunidades indígenas y mestizas practicaron durante décadas.
Alfredo Zepeda, coordinador de Radio Huaya –la radiodifusora comunitaria más antigua del país que en 2015 cumple medio siglo–, quien radica en la región desde los años 80, destaca “el incremento brutal de la tala; el arrasamiento del bosque es inmenso. En 1980 había dos motosierras en toda la región, hoy son miles, agrega. En la calle principal de Huayacocotla destacan al menos cuatro grandes almacenes especializados en motosierras suecas, chinas, estadunidenses. La soga en casa del ahorcado.
Consternado, Zepeda menciona que para los pobladores solía ser muy sentido el cuidado de sus bosques. El límite anual de extracción era de 18 mil metros cúbicos. Los nuevos permisos del gobierno son por 87 mil. Se habla de que van por los 500 mil. Tumban árboles de 40 y 60 años de edad, con la promesa de reponerlos, lo cual es falso, pero la avidez juega con las cifras.
Más preocupante es la creciente vulnerabilidad de las fuentes de agua que resguardan estas montañas para el caudal de los ríos que irrigan la Huasteca al norte y el oriente, como el Vinazco y el Chiflón. La deforestación amenaza los manantiales. En la estela del gubernamental Procede y la manga ancha de la Sagarpa, los bosques ejidales han ido cediendo. También las tierras de particulares, como sucede en Viborillas, cerca de la cabecera de Huaya. En dos años se robaron el paisaje, lamenta Zepeda. Antes, el mata ras (arrasamiento del bosque) se consideraba un crimen; hoy es práctica común. Se han corrompido los ejidos, pareciera que a nadie le interesa cuidar el bosque.
Otro recurso de la región son las minas de caolín, el mineral blanco. Su extracción también se acelera, entre otras empresas por Moctezuma (filial de Cemex). En el ejido Carbonero Jacales, donde hay minas, ahora se estableció una suerte de ciudad rural encima de los humedales que dan origen al río Chiflón. Los canales de desagüe de las minas y del nuevo poblado están contaminados, y los preciosos humedales se encuentran al borde de la extinción. Hoy que no quedan bosques, donde estuvo un aserradero pusieron una gran procesadora de caolín.
Zepeda advierte que “lo del petróleo y el gas, con el fracking en la región, repetirá lo que nos pasó con la madera: no sabemos prever lo que viene”. Y resume: Llegó el remolino neoliberal y nos alevantó.
Fuente: La Jornada