Mercados bajo tensión
El precio medio de los alimentos se triplicó en los últimos doce meses. Según la FAO, comparado con los gastos en alimentos, el dinero destinado a armamentos lo superó ¡191 veces! Además de esa desproporción brutal entre lo que se invierte en la muerte (armas) y lo que se aplica a la vida (alimentos), la crisis del petróleo eleva el precio de los alimentos. En los últimos 50 años se industrializó la agricultura, lo que aumentó un 250 por ciento la cosecha mundial de cereales. Pero eso no significó que se pusieran más baratos y llegaran a las bocas de los hambrientos.
La agricultura pasó a consumir petróleo en forma de fertilizantes, pesticidas, máquinas agrícolas, sistemas de irrigación y de transporte.
La agricultura industrializada consume 50 veces más energía que la agricultura tradicional, pues el 95 por ciento de los productos alimentarios exige la utilización de petróleo. Sólo para criar una vaca y ponerla en el mercado se consumen seis barriles de petróleo.
La suba del precio del petróleo abre un nuevo y vasto mercado para los productos agrícolas. Antes ellos eran destinados al consumo humano. Ahora son empleados también para alimentar máquinas y vehículos. El precio del petróleo aumenta el de los alimentos sencillamente porque si el valor del combustible de una mercancía excede su valor como alimento, se convertirá en agrocombustible. ¿Quién va a invertir en la producción de azúcar si con la misma caña se obtiene más ganancia generando etanol? Es obvio, el azúcar no desaparecerá de los estantes del supermercado. Pero será ofrecido como artículo de lujo a fin de compensar las inversiones de quien dejó de producir agrocombustible.
No se trata de ponerse contra el etanol, sino de ponerse a favor de la producción de alimentos de modo que sean accesibles a la renta media de la población. Algunas empresas de producción de etanol obligan a sus trabajadores a recoger hasta 15 toneladas de caña al día y les pagan no por las horas trabajadas sino por la cantidad recogida. Según especialistas, tal esfuerzo causa serios problemas de columna, calambres, tendinitis y enfermedades en las vías respiratorias debido al hollín de la caña, deformaciones en los pies por el uso de gruesos zapatos y daños en las cuerdas vocales por tener el cuello torcido durante el trabajo.
En la cosecha los trabajadores están empapados de sudor debido a las altas temperaturas y al excesivo esfuerzo. Para cortar una tonelada de caña hay que dar mil machetazos. Los salarios pagados por producción son insuficientes para garantizarles alimentación adecuada, pues, además de los gastos de alquiler y transporte desde sus lugares de origen hasta el interior de San Pablo y de Minas, envían parte de lo que ganan a sus familias.
El actual régimen de trabajo reduce el tiempo de vida útil de los cortadores a unos 12 años. En 1850, en que el tráfico de esclavos era libre y la oferta de mano de obra abundante, la vida útil de esos trabajadores era de entre 10 y 12 años. A partir de la prohibición de importar a negros, el trato mejor dispensado a los esclavos amplió su vida útil a entre 15 y 20 años.
Si el gobierno federal desea promover el crecimiento económico con desarrollo sustentable, sin antagonizar esas dos metas de nuestro proceso civilizatorio, es preciso evitar los males apuntados, además de hacer la reforma agraria, de modo que se multipliquen las áreas destinadas a la producción de alimentos, balanceándolas con las que hoy día están ocupadas por el agrocombustible.
Fuente: Página 12