Mercaderes del mar
"La economía, efectivamente, aprueba la colonización y el saqueo de los continentes y desde hace unas décadas, además, promueve y lidera la conquista de los océanos. Los propósitos de tal ambición amenazan, de hecho, al noventa y siete por ciento de los seres vivos cuyo habitat es el mar."
Vertedero industrial
La economía contemporánea desconoce las múltiples interrelaciones que existen entre los diversos sistemas que albergan la vida en nuestro planeta. No obstante, las consecuencias que se derivan de sus actividades demuestran permanentemente que también las destruye. Certeza suficiente para defender la urgencia de fijar límites a sus prácticas y al abuso de la tecnología y construir, al mismo tiempo, una alternativa a la errónea concepción del mundo que las fundamenta. La economía, efectivamente, aprueba la colonización y el saqueo de los continentes y desde hace unas décadas, además, promueve y lidera la conquista de los océanos. Los propósitos de tal ambición amenazan, de hecho, al noventa y siete por ciento de los seres vivos cuyo habitat es el mar.
Como efecto de la actividad industrial en los continentes, los mares del planeta reciben cada día nueve millones de toneladas de sustancias contaminantes a través de los ríos o corrientes subterráneas; emisiones de dióxido de carbono y otros gases que acidifican el agua; residuos que contienen mercurio y plomo y restos de basura de las playas. El aumento de la temperatura del mar a causa del cambio climático, por otra parte, podría causar la extinción de miles de especies. Hay que sumar, además, la contaminación por hidrocarburos que genera el tráfico marino, tomando en cuenta que el noventa por ciento del comercio mundial se transporta por vía marítima.1 El reciente aumento de la exploración y explotación de gas y petróleo en el océano se añade a los factores anteriores, tal como demostró el derrame petrolero ocurrido en abril de 2010 en la plataforma Deep Water Horizon de la empresa British Petroleum (BP) en el Golfo de México; considerado el mayor desastre ecológico que ha tenido lugar en los Estados Unidos, vertió al mar entre 60 mil y 100 mil barriles diarios de crudo afectando costas, playas, manglares y la vida marina en general. En la exploración y explotación de yacimientos en aguas marinas los riesgos medioambientales suelen subestimarse, dados sus elevados costos económicos; así, pues, otros países podrían enfrentar en el futuro catástrofes similares. Empresas en Brasil, por ejemplo, han descubierto durante los últimos años enormes campos petrolíferos conocidos como yacimientos del presal, una estructura geológica que se encuentra en profundidades de hasta cinco mil kilómetros bajo el suelo marino; el país suramericano pretende convertirse en un importante productor petrolero y proyecta construir estructuras de perforación y producción ancladas en alta mar.
Pescar sin límites
Desde finales del siglo pasado la pesca comercial se ha concentrado cada vez más en las especies de aguas profundas, debido a la sobreexplotación del ochenta por ciento de las zonas pesqueras del mundo. La flota mundial se calcula en un millón de embarcaciones aproximadamente, de las cuales unas trescientas se dedican a la llamada pesca industrial de arrastre, fuente de muchos y nuevos problemas en el mar.2 Pueden navegar bajo bandera de conveniencia de países como Panamá, Liberia, Bahamas o Chipre, aunque en su mayoría pertenecen a Rusia, Nueva Zelanda, España, Portugal, Noruega, Estonia, Dinamarca, Lituania, Francia, Islandia y Letonia. Suman en conjunto hasta el noventa y cinco por ciento de las capturas anuales realizadas con redes de arrastre, correspondiendo a la Unión Europea el sesenta por ciento del total y sólo a España el cuarenta por ciento a nivel mundial.
La tecnología y las subvenciones públicas son los dos pilares en los que se apoya esta actividad. Los grandes barcos están dotados con sistemas de ecosondas que permiten localizar con gran precisión bancos de peces a gran profundidad; cuentan, además, con motores más potentes, instrumentos de cartografía digital y utilizan enormes redes en forma de bolsa, fabricadas con materiales sintéticos y livianos que pueden tener 170 metros de diámetro y alcanzar dos kilómetros de profundidad. Las pesquerías industriales utilizan también largas líneas con miles de anzuelos, llamadas palangres, que matan miles de tiburones, tortugas y otras especies marinas; algunas utilizan asimismo dinamita para recoger los peces muertos flotando en la superficie, o cianuro que permite la captura de peces vivos cuyo precio en el mercado es diez veces superior al pescado muerto o congelado. La pesca industrial, de hecho, sería un negocio muy vulnerable sin el apoyo de las subvenciones públicas que se utilizan cada vez más para pagar el acceso a las aguas territoriales de países en África, el Caribe o en el Pacífico y controlar así el comercio pesquero internacional. Algunas estimaciones indican que las subvenciones suman 20 mil millones de dólares al año en la Unión Europea, cantidad equivalente aproximadamente al veinte por ciento de los ingresos de la industria pesquera mundial.3
La pesca de arrastre constituye también una gran amenaza para los ecosistemas. Las redes devastan el fondo del mar y destruyen grandes extensiones de arrecifes de coral que pueden tener hasta ocho mil años de antigüedad, junto a las especies que habitan en él. La captura indiscriminada, por otra parte, implica el descarte de casi el noventa por ciento del contenido de las redes; es decir, unas 3 mil toneladas de pescado de escaso valor comercial y peces pequeños que mueren antes de llegar a la etapa reproductiva. Sin embargo, cuando la población de una especie valorada comercialmente empieza a escasear, la captura se orienta hacia aquellas que antes se descartaban. El veinticinco por ciento de la pesca, además, se destina a la producción de harina de pescado y piensos para animales y no al consumo humano directo. Siguiendo esta absurda lógica, la industria pesquera vacía el mar al exceder la capacidad de supervivencia biológica de las especies. Tal como sucede con la agricultura, la economía se apodera así de antiguas palabras y llama “pesca” a una labor que constituye, en realidad, una guerra contra la biodiversidad cuyo fin último es el lucro y no la subsistencia humana.
Fábricas flotantes: ¿es sano comer salmón?
El modelo industrial de la alimentación que pretende dominar la agricultura y la cría de animales, ha atravesado también las fronteras del mar. El Banco Mundial y los gobiernos de China y Japón, por ejemplo, están financiando en la región de Madang, en Papúa Nueva Guinea, diez fábricas para exportar grandes cantidades de atún principalmente a la Unión Europea, a pesar de las protestas de la población por las posibles consecuencias sociales y medioambientales de la sobreexplotación.4 Forma parte del mismo modelo el sistema de monoproducción intensiva de especies como el camarón, el langostino y el salmón, semejante al de las granjas donde se hacinan cerdos y aves. Este es, en efecto, el sector de la producción industrial de alimentos con mayor crecimiento a nivel mundial; China lidera la actividad con el sesenta y ocho por ciento del total de la producción, aunque ésta se ha expandido notablemente durante los últimos años en América Latina y África.
En Ecuador, los organismos financieros internacionales promovieron la industria durante los años de gobiernos neoliberales, financiando la construcción de instalaciones para la crianza de camarón blanco y langostinos, localizadas principalmente en las provincias de El Oro, Guayas y Esmeraldas. Desde el 2006, la empresa española Pescanova posee plantas de procesamiento y congelación de langostinos en Mozambique, México, Guatemala, Honduras y Nicaragua. Chile, por otra parte, es el primer productor mundial de truchas cultivadas y el segundo de salmón, después de Noruega. Allí, multinacionales españolas, noruegas y japonesas desarrollaron durante las últimas décadas del siglo pasado la industria salmonera, principalmente en las regiones australes de Los Lagos (Puerto Montt y la isla de Chiloé), Aysén y Magallanes; en la isla de Chiloé, en apenas 300 kilómetros se instalaron 600 factorías para cultivar unos 120 millones de salmones. La salmonicultura alcanzó en 15 años una tasa de crecimiento del quince por ciento anual, convirtiéndose en uno de los pilares del llamado “milagro económico chileno”, junto a la exportación de cobre y celulosa; las ventas a los Estados Unidos, Japón y la Unión Europea han llegado a alcanzar la cifra de 2 mil 500 millones de dólares al año. La “ventaja comparativa” del salmón chileno -cuyo costo de producción es aproximadamente 3 dólares por kilogramo y se vende a 8 dólares el kilogramo en el mercado internacional- se debe, entre otras cosas, a las difíciles condiciones de trabajo de miles de personas, la gran mayoría mujeres que laboran en instalaciones con bajas temperaturas, humedad, inseguridad y hacinamiento.5
Los efectos nocivos de la acuicultura, en realidad, son considerables, aunque sus productos se venden como símbolo de calidad y sana alimentación. Por una parte, destruye los medios tradicionales de vida de las poblaciones locales dependientes de la pesca tradicional; las piscinas industriales, por otro lado, albergan enfermedades y concentran los residuos de los peces, afectando el nivel de oxígeno de agua. En los cultivos de salmón en Chile, por ejemplo, a pesar del elevado uso de antibióticos, surgió en 2008 una grave crisis sanitaria que derivó en importantes consecuencias sociales, medioambientales y económicas. La empresa noruega Marine Harvest, la mayor productora de salmones de cultivo del mundo, reconoció que en sus factorías había surgido el virus de la anemia infecciosa del salmón (ISA, por sus siglas en inglés), que finalmente se propagó a otros centros en la región austral; el virus obligó a las empresas a cerrar las instalaciones para descontaminar el agua. A continuación, la producción se redujo casi el cincuenta por ciento y unas 25 mil personas perdieron su empleo, casi la mitad de los trabajadores. El gobierno de Michelle Bachelet otorgó apoyo a las salmoneras6 y en 2010, además, fue aprobada la Reforma a la Ley de Pesca de 1991 que las autorizó a hipotecar sus concesiones para obtener créditos bancarios y solventar así las pérdidas por la reducción de las exportaciones, medida que grupos ecologistas chilenos han rechazado porque ha favorecido la “privatización” del mar.7
El cultivo del langostino, por su parte, se considera la industria pesquera más insostenible del mundo. En Ecuador, ha destruido hasta el setenta por ciento de los manglares de Olmedo y Majagual, talados para instalar piscinas de cultivo; llamados bosques salados, protegen las costas de huracanes y maremotos y albergan gran diversidad biológica. Los ríos en la región han sido contaminados y muchas familias han tenido que emigrar; el sector, sin embargo, sigue contando con fuerte apoyo del gobierno de Rafael Correa. 8
Reservas y depredadores
La cronología del saqueo de los mares y océanos del planeta, sin embargo, no se limita a nuestros días. La destrucción del mar interior de Aral, considerado uno de los lagos más grandes del mundo, localizado entre Kazajistán y Uzbekistán en Asia Central, es solo una muestra.9 Durante los años sesenta comenzaron allí los trasvases de agua de dos de sus afluentes principales, con el propósito de desarrollar la producción de cereales y de algodón en la zona, siguiendo los planes económicos de la antigua Unión Soviética. En 1987, la disminución del volumen de agua dividió el lago en dos: el mar de Aral Norte y el mar de Aral Sur; sus ecosistemas quedaron prácticamente destruidos por la concentración de sal y la contaminación de sustancias tóxicas. En Canadá, por otra parte, a comienzos de los años noventa del siglo pasado la industria pesquera colapsó cuando desapareció el bacalao de sus costas a causa de la sobreexplotación; cerca de 40 mil personas perdieron su empleo y más de una década después la especie aún no se ha recuperado. En Argentina, asimismo, la pesca industrial ocasionó en apenas veinte años la disminución del ochenta por ciento de las poblaciones de merluza, ocasionando la desaparición de 20 mil puestos de trabajo en las comunidades costeras del país.
Mil millones de personas en las regiones del Sur, aún dependen de la pesca artesanal como fuente principal de proteínas en su alimentación. La creciente ola de piratería en las costas de algunos países africanos responde en parte, sin duda, a la actividad indiscriminada de los buques industriales que destruyen los medios de vida de las poblaciones locales. La intervención de las instituciones internacionales puede lograr efectos positivos, como el establecimiento de reservas marinas - en el marco del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) de 1992- y de cuotas de pesca reguladas por el Acuerdo sobre las Poblaciones de Peces Transzonales y Especies Migratorias de 1995. No obstante, son medidas que resultan insuficientes para enfrentar la magnitud de los problemas. La Coalición para la Conservación de los Fondos Marinos (DICC, por sus siglas en inglés), por ejemplo, ha solicitado a la Asamblea General de Naciones Unidas la moratoria inmediata para la pesca de arrastre, hasta que la comunidad internacional establezca regímenes vinculantes al respecto. Diversos grupos ecologistas, por su parte, proponen inclusive la protección mediante reservas marinas del cuarenta por ciento de los océanos, cifra superior al doce por ciento que ha establecido el CDB para el año 2012. En 2009, sin embargo, el Consejo de Gestión Pesquera del Pacífico Norte (NPFMC, por sus siglas en inglés), organismo de los Estados Unidos, resolvió proteger de la pesca industrial un área de 518 mil Km.2 en el Ártico, considerada una de las medidas preventivas más importantes que han sido tomadas en relación a la actividad pesquera. En marzo del mismo año, además, Venezuela fue el primer país del mundo en prohibir totalmente la pesca de arrastre en sus costas.
Muchos pueblos del mundo, a su vez, realizan enormes esfuerzos para construir iniciativas capaces de salvar el planeta de las “soluciones tecnológicas” y del cinismo y la irresponsabilidad de los líderes políticos. Plantean opciones a quienes creen, como el científico Stephen Howkins,10 que debemos abandonar este planeta moribundo y comenzar a pensar seriamente en colonizar otros espacios; o alternativas a la propuesta de Patri Friedman, nieto del famoso economista, que propone crear una sociedad libre de los límites que imponen los Estados y construir paraísos neoliberales flotantes en aguas internacionales. Asimismo, intentando responder al fracaso de la Cumbre sobre Cambio Climático celebrada en diciembre de 2009 en Copenhague, surgió el Acuerdo de los Pueblos en la Conferencia Mundial celebrada en Cochabamba, Bolivia, en abril de 2010.11 Acudiendo a la sabiduría ancestral, dicho Acuerdo sostiene que la Tierra es un ser vivo, una comunidad única, indivisible y autorregulada y, por tanto, sujeto de derechos; aseveración que la interesada ignorancia del pensamiento industrial ha pretendido inclusive ridiculizar. Los derechos de la Naturaleza, no obstante, tienen desde 2008 rango constitucional en Ecuador y han servido de base a la demanda interpuesta el 26 de noviembre de 2010 contra la empresa British Petroleum, acusada de violar esos derechos al permitir el derrame de millones de barriles de petróleo en el Golfo de México en abril. Entre los demandantes figuran líderes ecologistas y de organizaciones indígenas como Vandana Shiva, Alberto Acosta, Nnimo Bassey, Delfín Tenesaca y Blanca Chancoso. Un difícil aunque prometedor comienzo.
NOTAS
1 El impacto de la apertura del comercio en el cambio climático. Ver aquí
2 Marcos Sommer. Pesca industrial de arrastre. Aniquilación silenciosa; 14 de diciembre de 2004. En: EcoPortal
3 GRAIN. Costas vacías, mares estériles; enero de 2010.
4 Papúa Nueva Guinea: pesca industrial del atún amenaza ecosistemas; 26 de octubre de 2009. Ver aquí
5 Condiciones laborales en la industria del salmón: marejada en el sur; 7 de diciembre de 2005. Ver aquí
6 Bachelet oficializa ayuda a industria salmonera. Ver aquí
7 Chile: ¡No permitas la privatización de nuestro mar!. Ver aquí
8 Nina Wörmer. La cría industrial del langostino: una amenaza medioambiental y humana. Ver aquí
9 La catástrofe ecológica del mar de Aral. Ver aquí
10 “Según Stephen Hawking, la humanidad coloniza el espacio o desaparece” ver aquí.
11 Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra. Acuerdo de los Pueblos. Cochabamba, Bolivia, 22 de abril de 2010. Ver aquí
Mailer Mattié es Economista y escritora. Autora de Los bienes de la aldea (2007); La economía no deja ver el bosque (2007); y La sociedad inédita: los límites del marxismo y del progreso (Polanyi, Weil, Illich, Berry) (2010).
Fuente: Rebelión