Los contaminantes agrícolas: una grave amenaza para el agua del planeta
La contaminación del agua por prácticas agrícolas insostenibles plantea una grave amenaza para la salud humana y los ecosistemas del planeta, un problema que a menudo subestiman tanto los responsables de las políticas como los agricultores, alerta un nuevo informe publicado.
En muchos países, la mayor fuente de contaminación del agua es la agricultura -no las ciudades o la industria-, mientras que, a nivel mundial, el contaminante químico más común en los acuíferos subterráneos son los nitratos procedentes de la actividad agrícola, advierte el informe Más gente, más alimentos, ¿peor agua? Un examen mundial de la contaminación del agua de la agricultura, presentado por la FAO y el Instituto Internacional para el Manejo del Agua (IVMI) en una conferencia que se celebra en Tayikistán ( 19-22 de junio).
La agricultura moderna es responsable del vertido de grandes cantidades de agroquímicos, materia orgánica, sedimentos y sales en los cuerpos de agua, dice el informe.
Esta contaminación afecta a miles de millones de personas y genera costes anuales que superan miles de millones de dólares EEUU.
“La agricultura es el mayor productor de aguas residuales, por volumen, y el ganado genera muchas más excreciones que los humanos. A medida que se ha intensificado el uso de la tierra, los países han aumentado enormemente el uso de pesticidas sintéticos, fertilizantes y otros insumos”, señalan Eduardo Mansur, Director de la División de Tierras y Aguas de la FAO, y Claudia Sadoff, Directora General del IWMI, en su introducción al informe.
“Si bien estos insumos –añaden- han ayudado a impulsar la producción alimentaria, también han dado lugar a amenazas ambientales, así como a posibles problemas de salud humana”.
Los contaminantes agrícolas más preocupantes para la salud humana son los patógenos del ganado, plaguicidas, nitratos en las aguas subterráneas, oligoelementos metálicos y los contaminantes emergentes, incluidos los antibióticos y los genes resistentes a los antibióticos excretados por el ganado.
El nuevo informe representa el examen más completo de la dispersa literatura científica sobre el tema realizado hasta la fecha, y tiene como objetivo colmar lagunas de información y diseñar soluciones a nivel de políticas y de las explotaciones agrícolas en una única referencia consolidada.
Cómo afecta la agricultura a la calidad del agua:
El auge de la productividad agrícola mundial que siguió a la Segunda Guerra Mundial se logró en gran parte a través del uso intensivo de insumos, como plaguicidas y fertilizantes químicos.
Desde 1960, el uso de fertilizantes minerales se ha multiplicado por diez, mientras que desde 1970 las ventas mundiales de plaguicidas pasaron de cerca de 1 000 millones de dólares EEUU anuales, a 35 000 millones de dólares al año.
Mientras tanto, la intensificación de la producción pecuaria -el número mundial de cabezas de ganado se ha más que triplicado desde 1970- ha visto surgir una nueva clase de contaminantes: antibióticos, vacunas y promotores hormonales del crecimiento que viajan a través del agua desde las granjas a los ecosistemas y al agua que bebemos.
Al mismo tiempo, la contaminación del agua por materia orgánica procedente de la ganadería está hoy mucho más extendida que la contaminación orgánica derivada de las áreas urbanas.
Y otro sector en auge, la acuicultura (que se ha multiplicado por veinte desde 1980) está ahora liberando cantidades cada vez mayores de excrementos de peces, piensos no consumidos, antibióticos, fungicidas y agentes antiincrustantes en las aguas superficiales.
¿Qué puede hacerse?
La contaminación del agua por parte de la agricultura es un desafío complejo y su gestión eficaz requiere diversas respuestas, según el estudio Más gente, más alimentos, ¿peor agua? (“More People, More Food, Worse Water? A Global Review of Water Pollution from Agriculture”).
La forma más eficaz de mitigar la presión sobre los ecosistemas acuáticos y rurales es limitar la emisión de contaminantes en el origen, o interceptarlos antes de que lleguen a los ecosistemas vulnerables. Una vez fuera de las explotaciones, los costes de reparación aumentan progresivamente.
Una forma de hacerlo es desarrollar políticas e incentivos que alienten a las personas a adoptar dietas más sostenibles y limitar los aumentos en la demanda de alimentos con gran huella ambiental, por ejemplo, a través de impuestos y subsidios.
A nivel del consumidor, puede resultar útil reducir el desperdicio de alimentos. Un estudio incluido en el informe estima que la contaminación por nitrógeno a partir del desperdicio de alimentos suma hasta 6,3 teragramos por año.
Los instrumentos normativos “tradicionales” seguirán siendo también una herramienta clave para reducir los productos contaminantes agrícolas. Estos incluyen estándares de calidad del agua; permisos de vertido de contaminantes; mejores prácticas obligatorias; evaluaciones de impacto ambiental para ciertas actividades agrícolas; zonas tampón alrededor de las explotaciones; restricciones a las prácticas agrícolas o la ubicación de las granjas; y límites en la comercialización y venta de productos peligrosos.
Sin embargo, el informe reconoce que principios bien conocidos para reducir la contaminación, como “el que contamina, paga”, son difíciles de aplicar a la contaminación agrícola no puntual, ya que identificar de los verdaderos responsables no es fácil ni barato.
Eso significa que las medidas que promueven la “aceptación” por parte de los agricultores son fundamentales para abordar la contaminación en la fuente, como exenciones tributarias para la adopción de prácticas que minimicen la emisión de nutrientes y plaguicidas o pagos para el “mantenimiento del paisaje”.
A nivel de las granjas, existen diversas mejores prácticas que pueden reducir la emisión de contaminantes a los ecosistemas circundantes, por ejemplo: minimizar el uso de fertilizantes y pesticidas, establecer zonas de amortiguación lo largo de los cursos de agua y los lindes de las granjas, o mejorar las instalaciones de control del drenaje.
Otra herramienta útil es el manejo integrado de plagas, que combina el uso estratégico de variedades agrícolas resistentes a plagas con la rotación de cultivos y la introducción de depredadores naturales de las plagas más comunes.
En las actividades ganaderas, se necesitan técnicas tradicionales como la restauración de pastizales degradados y una mejor gestión de la alimentación de los animales, de los aditivos para los piensos y las medicinas, mientras que también se debería hacer más con las nuevas técnicas y tecnologías de reciclaje de nutrientes, como biodigestores de los residuos agrícolas.
Contaminación del agua agrícola: datos destacados
- El riego es el mayor productor mundial de aguas residuales por su volumen (en forma de drenaje agrícola).
- A nivel mundial, las tierras agrícolas reciben anualmente cerca de 115 millones de toneladas de fertilizantes nitrogenados minerales. Alrededor del 20 por ciento de estos insumos de nitrógeno terminan acumulándose en los suelos y la biomasa, mientras que el 35 por ciento acaba en los océanos.
- El medio ambiente es rociado cada año a nivel global con 4,6 millones de toneladas de plaguicidas químicos.
- Los países en desarrollo representan el 25 por ciento del uso mundial de plaguicidas en la agricultura, pero suman el 99 por ciento de las muertes derivadas de su uso en el mundo.
- Cálculos recientes indican que el impacto económico de los plaguicidas en las especies no objetivo (incluidos los seres humanos) es de aproximadamente 8 000 millones de dólares EEUU anuales en los países en desarrollo.
- El agotamiento del oxígeno (hipoxia) resultante de la sobrecarga de nutrientes provocada por el hombre afecta un área de 240 000 km2 a nivel global, incluyendo 70 000 km2 de aguas continentales y 170 000 km2 de zonas costeras
- Se estima que un 24 por ciento de la superficie irrigada en el mundo está afectada por la salinización.
- Actualmente, están catalogados como presentes en el medio acuático europeo más de 700 contaminantes emergentes, sus metabolitos y productos de transformación.
Fuente y foto: FAO