Escasez de agua y alimentos: comunidades mayas muestran los efectos de la palma africana en Chiapas
De acuerdo con una investigación de la Universidad Autónoma de Chiapas, “la expansión del cultivo de palma acentúa las desigualdades sociales, degrada los recursos naturales y debilita los sistemas locales de provisión de alimentos”.
Cuenta un comunero del pueblo Maya Chol que vio desaparecer la pequeña laguna que tanto atesoraba su familia. Quedaba junto a la casa de sus padres y para Federico Méndez era un paraíso protegido por la espesura de la Selva Lacandona en México. Recuerda el comunero que el problema comenzó el día que llegó la palma africana a su municipio, llamado Salto de Agua, entonces los cultivos empezaron a cercar poco a poco ese rincón idílico de la familia Méndez y de pronto fueron testigos de cómo bajaba el nivel del agua mientras las palmeras ganaban altura.
“A 30 metros establecieron una plantación de cinco hectáreas de palma africana. A partir de los cinco años se acabó el agua”, narra el comunero Chol, Federico Méndez.
Hoy esas palmeras miden más de 15 metros y la laguna está seca. Federico se pregunta entonces si valió la pena, sobre todo cuando le cuentan que en los últimos cuatro años el precio del fruto de la palma ha caído.
Esta es una de las tantas historias que cuentan los habitantes de la comunidad La Concordia y que se repiten una y otra vez en la región indígena conocida como Tulijá, al norte de la Selva Lacandona, en el sureste de México. El agua hace falta y los beneficios económicos de la palma africana no son los que les prometieron, tampoco los que esperaban.
Esto se ha traducido en una escasez de alimentos en muchas comunidades, incluso hay un investigador mexicano que ha utilizado el término “hambruna” para describir la situación de la población de Tulijá —que abarca siete municipios y alberga a 4800 habitantes— compuesta por etnias mayas Tseltal y Chol casi en su totalidad.
El inicio
La palma africana se instaló masivamente en el norte de la Selva Lacandona allá por 1994, cuando estalló la rebelión indígena zapatista. Esto hizo que muchos propietarios huyeran raudos de la zona abandonando sus tierras, que aparecieran nuevos actores para apropiarse de esos territorios y que producto de la repartición de los terrenos se formaran nuevos ejidos o tierras comunales.
“Del 94 para acá invadieron muchos ranchos la gente por esta región y otros rancheros comenzaron a vender sus tierras. El gobierno comenzó a comprar para darle a la gente vía fideicomiso y vía subsidio”, cuenta Feliciano Arcos, habitante de la comunidad de Las Vegas, en Salto de Agua.
Así es como recuerda Arcos el inicio de un cambio radical en la vida de su región. “Así se formaron los ejidos por toda esta carretera. Pasaron años y comenzó a llegar la Secretaría del Campo de Chiapas para decir que es bueno trabajar con la palma”, agregó el campesino.
A partir de 1995, el paisaje en aquella región selvática comenzó a transformarse. Federico Méndez lo vivió cuando vio desaparecer su pequeña laguna.
Los cultivos de autoconsumo fueron disminuyendo y la agricultura industrial apareció en la zona como una promesa de cambio para las familias de las comunidades indígenas.
Para entender el nuevo escenario de Chiapas en los noventa, hay que mirar el contexto actual. En México existen hoy nueve plantas procesadoras del fruto de la palma africana: ocho de ellas están en Chiapas y, de este grupo, dos en la región norte de la Selva Lacandona.
Bárbara Linares, investigadora del Colegio de la Frontera Sur, un centro público de investigación científica mexicano, ha seguido de cerca el caso de Tulijá y explica así los efectos de la palma africana en las comunidades: “Es una región que históricamente ha vivido del autoconsumo y desde la llegada de la palma africana y la mecanización del cultivo, el medio ambiente, el uso del territorio y el tejido social han sufrido cambios drásticos”.
Al inicio, cuenta la experta, se establecieron viveros extensos y las empresas palmicultoras les dieron trabajo a las mujeres, niños y hombres. El panorama era novedoso y el futuro lucía prometedor para las comunidades del Valle de Tulijá. El éxito lo medían entonces por el flujo de dinero.
Pero también se podía empezar a constatar el crecimiento del negocio de la palma con las miles de hectáreas de selva que iban desapareciendo año tras año. Feliciano Arcos da fe de ello.
Arcos recuerda que el comentario de una empresa de la zona era: si trabajas la palma, te va a mejorar la vida. Fue así como miles de familias entraron en una dinámica de industria y mercado, y comenzaron a depender del dinero para poder adquirir sus alimentos.
Pero cuentan los comuneros a los que Mongabay Latam entrevistó para este reportaje, que no entendían entonces el daño que le estaban causando a la tierra. Dicen que nadie se lo explicó. Estaban contentos porque tenían un buen trabajo. Ahora, como sus ingresos han disminuido, producto de la caída del precio de la palma, muchos han optado por migrar hacia Estados Unidos.
La entrevista a Federico Méndez —habitante del ejido Arroyo Encantado, del municipio Salto de Agua— se realizó en un paraje del ejido Santa María que antes de la siembra de palma africana conservaba superficies pantanosas en ambos lados de la famosa carretera de la Ruta Maya.
Ahora el suelo es duro, las mesas y sillas están cubiertas de una capa de polvo, y en los parajes aledaños se observa una intensa actividad de jornaleros que cosechan los racimos del fruto de la palma y lo acarrean a orillas de carretera. Allí se detienen los camiones para recoger la carga y llevarla a los centros de acopio.
Mongabay Latam realizó varios intentos por contactar a las autoridades ambientales competentes —Secretaría del Medio Ambiente de Chiapas y Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales del gobierno nacional— pero hasta el cierre de esta edición no recibimos respuesta alguna. En esa búsqueda, una fuente de la dependencia de Chiapas señaló que por tratarse de administraciones que recién han asumido sus cargos, no tienen conocimiento suficiente ni “interés” por tratar este tema con los medios de comunicación.
Los problemas denunciados por algunas de las comunidades indígenas de Chiapas guardan relación con los resultados de algunas investigaciones. De acuerdo con una de la Universidad Autónoma de Chiapas, publicada en 2012, “la expansión de este cultivo acentúa las desigualdades sociales, degrada los recursos naturales, utiliza mucha energía fósil, impulsa la concentración de la tierra, debilita los sistemas locales de provisión de alimentos y reduce los márgenes del valor generado en la cadena agroalimentaria para los pequeños productores”.
Fuente: Animal Político