Entrevista a Jorge Rulli, de militante de los setenta a dirigente ecologista

Idioma Español
País Argentina

“La Argentina es un laboratorio humano” El autor del libro Pueblos fumigados denuncia que “vivimos en una burbuja contaminada de veneno que llega por aire, agua, tierra, fruta y verdura que provocó que el cáncer se haya convertido en una epidemia en miles de localidades argentinas”.

El fundador de las Fuerzas Armadas Peronistas comanda ahora el Grupo de Reflexión Rural.

La oficina de Jorge Eduardo Rulli está ubicada a una cuadra de la Casa Rosada y a pasos de la Plaza de Mayo. Paradójicamente, Rulli cuenta que se siente cada vez más lejano al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y cada vez más extraño con respecto a esa generación de la que fue parte y copó la Plaza cuando muchos de ellos tenían 15 años. Hoy tiene 70, y muchas historias para contar. Integró la fundación de la Juventud Peronista en la etapa de la resistencia, fue juzgado por el consejo de guerra y encarcelado en el contexto del Plan Conmoción Interna del Estado (Conintes), en la época de Frondizi. Organizó, junto a otros, las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), cayó preso en la última dictadura, sufrió torturas, hasta que en 1981 escapó y logró exiliarse en Suecia. Allí tomó contacto con el auge del movimiento verde. El camino desandado hizo que pasara de la política a la ecología, pero nunca las pudo separar. Es uno de los creadores el Grupo de Reflexión Rural (GRR), coordinador de la campaña Paren de Fumigar, co-conductor del programa radial Horizonte Sur y autor de varios libros, entre ellos Pueblos fumigados, junto a Inés Aiuto, con quien materializó un completo informe sobre casos y zonas afectadas por el uso de agrotóxicos, y que acaba de ser publicado por la editorial Del Nuevo Extremo. Actualmente, Rulli se ha convertido en uno de los referentes de la pelea contra lo que él llama el “modelo agrario biotecnológico impuesto por las grandes corporaciones y la complicidad política”.

–¿Cómo fue su paso de la política a la ecología?

–Un año después del golpe, caí preso y fui torturado. Estuve cinco años en la cárcel, hasta que en 1981 me dieron prisión domiciliaria y me escapé. La embajada de Italia me brindó un pasaporte y salí del país. Estuve exiliado primero en España y luego en Suecia, porque ahí estaba una de las mejores clínicas del mundo para torturados. Me puse en contacto con grupos latinoamericanos que vivían el auge de lo alternativo, del contrapoder, y trabajaban con tecnologías apropiadas. Compartí experiencias con pueblos aborígenes y descubrí una nueva mística.

–¿Cuándo y por qué volvió?

–Volví en 1987 porque una de mis hijas tenía problemas con la droga. Me radiqué en Marcos Paz, en una casa abandonada que convertí en granja –en la que todavía estoy trabajando–, y me sorprendió la crisis de la hiperinflación. Entonces pude poner en práctica los saberes que había incorporado en el exilio, sobre todo conocimientos ecológicos. Se fueron uniendo los viejos sentimientos del peronismo de la resistencia de Rodolfo Kusch, el de la América Profunda, con las prácticas alternativas que aprendí en Andalucía haciendo huertas. En una época en que la Argentina estaba desfondada y sin posibilidades, pude armar estrategias de supervivencia.

–¿Cuál fue el punto de encuentro con lo transgénico que denuncia en su libro?

–Fue por equivocación. Empecé a trabajar en la Secretaría de Agricultura, en cuestiones de biodiversidad, y decidieron enviarme al exterior como respaldo de la delegación argentina ante la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación). Hasta que un día se equivocaron. Siempre iba a Roma pero me mandaron a Montreal a un encuentro del Compromiso de Cartagena sobre organismos genéticamente modificados, tema del que no sabía nada. Ahí no sólo me informé, sino que también vi que las prácticas de los funcionarios de la Secretaría de Agricultura estaban totalmente cooptadas por las empresas. Cuando volví, realicé un informe y nunca más me dejaron viajar.

–¿Allí comenzó a trabajar en contra de esas prácticas?

–Corría el año 1996 y ya en nuestro país se había implantado el monocultivo de soja, primero convencional y luego transgénica. Por ese entonces ya estaba conociendo a otros compañeros activistas. Comenzamos a armar asambleas con los trabajadores del Estado en mi oficina y fuimos conformando el Grupo de Reflexión Rural (GRR). El tiempo fue pasando, pero nuestra lucha sigue y hoy lo que tenemos es un proyecto de país que aquí se ignora pero que ya está establecido: la producción de biocombustible, respaldado por un modelo encantado llamado agronegocio en complicidad del Ministerio de Ciencia y Tecnología, que va de la mano de los convenios de las universidades con las corporaciones y el silencio del Gobierno.

–¿Es la necesidad de cortar con las complicidades y silencios lo que lo llevó a pensar el libro?

–El libro surge como un informe producto de la campaña “Paren de Fumigar” que se lleva adelante desde principios de 2006, luego de relevar centenares de pueblos afectados por los plaguicidas en zonas sojeras y conectarnos con víctimas de la fumigación con tóxicos. Ahora la editorial Del Nuevo Extremo ha publicado 4.000 ejemplares que están circulando por todo el país. Lo hicimos llegar hasta la Corte Suprema como prueba de la Asociación de Abogados Ambientalistas que presentaron un recurso de amparo, y estamos trabajando con una sociedad de juristas que nos respalda. Además, tenemos filmados testimonios y hemos entregado desde videos a la ex ministra de Salud Graciela Ocaña hasta un primer informe a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, por respeto a su investidura. Pero no obtuvimos respuesta alguna. No quiero culpar a Cristina Kirchner, porque esta invisibilización no sólo es culpa de la Presidenta sino que viene acompañada por una mentalidad que lamentablemente la infunden mis compañeros setentistas, que son incapaces de renovar el pensamiento y entender los crímenes que se comenten en nombre de la globalización.

–¿Cuáles son esos crímenes?

–La contaminación con agrotóxicos. Lo dice claramente Andrés Carrasco, investigador de la UBA y del Conicet, el glifosato daña las células embrionarias, y los chicos nacen con taras y malformaciones. Por ejemplo, si en las dos primeras células se contamina una, los niños pueden nacer sin un brazo o una pierna. Cuando las taras son muchas, el organismo tiene una especie de control de calidad y cuando las malformaciones superan cierto límite, aborta. Lo que señalo tiene que ver con los resultados de los experimentos de Carrasco en su laboratorio. El aborto no es un mal más, es el límite de toda la situación porque expresa un monstruo que la naturaleza evitó que naciera. La Argentina se transforma en un laboratorio con población adentro, con aspersión de venenos constantes.

–¿Cuáles son esos venenos?

–Los patrones agroquímicos son siempre los mismos, el herbicida total como el glifosato (la marca comercial es Roundup, de la compañía Monsanto), el hormonal: 2,4-D y el insecticida endosulfán. La Argentina cuenta con 18 millones de hectáreas sembradas de soja transgénica y consume entre 180 y 200 millones de glifosato por año. Vivimos en una burbuja contaminada de veneno que llega por aire, agua, tierra, fruta y verdura que provocó que el cáncer se haya convertido en una epidemia en miles de localidades argentinas.

Fuente: Crítica Digital

Temas: Agrotóxicos

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