El Convenio de Diversidad Biológica y los impulsores genéticos
El ritmo tan acelerado y alarmante que ha venido alcanzando la pérdida de la biodiversidad en todo el planeta condujo a que más de 160 países reunidos en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, Brasil, en junio de 1992, aprobaran el Convenio de Diversidad Biológica (CDB) de las Naciones Unidas, el instrumento internacional más importante que el mundo haya acordado para proteger, conservar y utilizar de manera sostenible los ecosistemas, recursos genéticos, especies y demás componentes de la Naturaleza, así como para garantizar una participación justa y equitativa de los beneficios que se obtengan de su acceso y utilización.
La Conferencia de las Partes, órgano rector de este Convenio que se convoca cada dos años, concluyó recientemente su última reunión (COP15) en Montreal, Canadá, entre los días 7 al 19 de diciembre de 2022, después que se pospusiera varias veces por la pandemia del coronavirus en la ciudad china de Kunming, sede original de esta reunión, que debió celebrarse en octubre de 2020. Las negociaciones en el seno de la COP15, consideradas las más importantes realizadas hasta ahora sobre la biodiversidad de nuestro planeta, culminaron con la aprobación del “Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal” que, entre cosas, contiene el acuerdo de asegurar mínimamente la protección y conservación para el año 2030 del 30% de la superficie terrestre y marina de la Tierra; reducir la contaminación a niveles no dañinos para la biodiversidad; gestionar de manera sostenible las especies silvestres; otorgar un financiamiento de los países ricos a los pobres, ofreciendo más recursos para la biodiversidad; el compromiso de salvaguardar los derechos indígenas; así como reducir los subsidios e incentivos que dañen la biodiversidad.
Pese a la euforia que entre algunos consiguió la aprobación de este pacto en la COP15, lo cierto es que aun cuando se le reconocen algunos avances, no es ni cerca el acuerdo histórico sin precedentes que se esperaba, fuera el fruto principal de estas negociaciones. Comprometerse a proteger solo el 30% del planeta significa, ni más ni menos, dejar desprotegido al restante 70% y eso, de ningún modo, puede interpretarse como positivo. Para detener la pérdida creciente de la biodiversidad en el mundo es necesario, en lo fundamental, identificar las causas reales de este proceso y adoptar sin menoscabo alguno las medidas y mecanismos concretos que pongan un freno. Y eso pasa por impedir que sean los intereses de las corporaciones y su afán de lucrar con la biodiversidad los que decidan en estos cónclaves los alcances y las metas que deban ser discutidas y aprobadas, con el fin de garantizar el mantenimiento de sus actividades destructivas, a través de falsas soluciones y de lo que se ha dado en llamar “maquillaje verde”.
Es asombroso como viene creciendo la presencia de representantes de empresas mineras, petroleras, de agronegocios, finanzas y otras, que temen que en esas reuniones se adopten medidas perjudiciales a sus intereses económicos. En la COP15, según la oficina de prensa del CDB, se acreditaron unos mil representantes de empresas privadas, una cifra muy superior a las reportadas en eventos anteriores; y eso que, para el PNUMA, el capital privado solo representa el 17% de las inversiones totales que se realizan en la naturaleza.
Uno de los principales problemas que amenazan a la biodiversidad en todo el mundo está representado por algunos adelantos de la biotecnología moderna. Todo inicia en 1983 con la aparición de los llamados organismos genéticamente modificados (OMG) y los cultivos transgénicos, donde a través de las tecnologías del ADN recombinante se insertan e intercambian genes o fragmentos entre plantas, animales, bacterias y otros organismos vivos.
La mayor parte de la manipulación genética que se realiza en el mundo está en manos de grandes corporaciones que tienen como propósito fundamental lucrar con los resultados de sus investigaciones. A ellas poco o nada le interesan las preocupaciones o necesidades de las personas, de la sociedad y del ambiente. No están, por tanto, regidas por criterios de orden ético o moral. Pero tienen en sus manos la posibilidad de alterar, a través de las técnicas del ADN recombinante, cualquier organismo vivo que se encuentre en la Naturaleza, produciendo teóricamente uno distinto, al menos en la expresión de uno o varios de sus rasgos. También tienen la posibilidad y la capacidad de desarrollar organismos peligrosos para la Humanidad. Es evidente que estas técnicas en manos equivocadas pueden convertirse en armas poderosas.
Por otra parte, las fuentes principales de resistencia que las grandes corporaciones multinacionales vienen impulsando en el desarrollo de plantas transgénicas, diseñadas exclusivamente para la agricultura industrial, están basadas en la resistencia a los plaguicidas que cada una de ellas produce y en el uso de los efectos nocivos del Bacillus thuringiensis sobre algunas plagas agrícolas. Asimismo, hoy se cuenta con suficientes evidencias sobre la gran inestabilidad estructural que vienen experimentando las plantas transgénicas que han sido liberadas al mercado.
La ingeniería genética, de la cual la tecnología del ADN recombinante forma parte, comprende una serie de técnicas muy imprecisas para llamarla ingeniería y está fundada en bases que cada día se tambalean. Los resultados del Proyecto del Genoma Humano demostraron cuán endebles resultaron ser los fundamentos de estas técnicas. La creencia generalizada de que un gen determina una característica en un organismo vivo no es completamente cierta, cuando se trata de organismos complejos o pluricelulares como los seres humanos. Las propias técnicas de insertar un gen para que exprese una característica en otro organismo vivo no están completamente controladas, y el grupo de bacterias que más se utiliza para realizar ese trabajo resultan ser la más resistentes a los antibióticos más poderosos conocidos por el ser humano.
Precisamente, las preocupaciones sobre los riesgos potenciales sobre el ambiente y la salud de los seres humanos, que levantaron la liberación y comercialización de los organismos genéticamente modificados, o como gusta definirse en el seno del CDB, organismos vivos modificados, dio como resultado que en el año 2000 se aprobara como acuerdo complementario el Protocolo de Cartagena sobre Seguridad de la Biotecnología del Convenio de Diversidad Biológica, con el objetivo principal de prevenir los posibles daños que puedan causarse con la manipulación, transferencia o utilización de los productos biotecnológicos.
El mismo año en que se aprobó el Protocolo de Cartagena (aunque entró en vigor en septiembre de 2003), el Convenio de Diversidad Biológica tomó una decisión de gran trascendencia para proteger la biodiversidad, al establecer una moratoria contra una tecnología que amenazaba la tradición ancestral de agricultores y campesinos de guardar semillas de sus cosechas para las próximas siembras. La tecnología del adaptador (tecnología genética de la restricción del uso o GURTS), llamada también por el Grupo ETC como “Terminator”, fue desarrollada y promovida activamente por corporaciones multinacionales, que venían preparándose para desafiar la moratoria que de hecho se había logrado en la Convención sobre la Diversidad Biológica (CBD). La tecnología del adaptador -tecnología de la esterilización del gen- había sido ya condenada universalmente debido a sus impactos potenciales para los agricultores, los pueblos indígenas, para toda la biodiversidad, principalmente para la biodiversidad agrícola.
En un mundo donde más del 70% de los pobres son mujeres, esta tecnología apunta a una agudización mayor de la feminización de la pobreza. El adaptador no tiene ninguna ventaja para los agricultores, ya que fue diseñado para maximizar beneficios de la gran industria semillera, aumentando así los costos de la producción e impidiendo la reutilización de la semilla cosechada. Esta tecnología amenaza los sustentos de más de una cuarta parte de la población mundial y que en el caso de países como Panamá, la de cientos de miles de familias, que tienen como fuente primaria y, en muchos casos como única, las semillas obtenidas de sus siembras.
Las grandes corporaciones de la biotecnología industrial que defienden esta tecnología aseguran que el adaptador se podría utilizar para detener la contaminación genética indeseada de las cosechas transgénicas. Sin embargo, la tecnología genética de la restricción del uso es demasiado compleja y no es confiable de que pueda prevenir el movimiento de genes. Además, tampoco podría ser comercializada como una herramienta de bioseguridad, ya que los propios genes del adaptador introducirían nuevos peligros, si alcanzasen las cosechas vecinas vía el polen de la primera generación.
De ocurrir esto último, los agricultores recogerían semillas de variedades contaminadas que no germinarían, lo que se traduciría en pérdidas considerables. En síntesis, el movimiento de genes estériles podría conducir a una catástrofe ecológica sin precedentes en el planeta. Por eso un movimiento de organizaciones sociales, científicas, ecologistas, indígenas y campesinas de todo el mundo han rechazado este tipo de tecnología que prioriza el lucro en desmedro de la biodiversidad, el conocimiento tradicional y de la agricultura al servicio de los pueblos.
Pese a los continuos intentos de la gran industria semillera y de algunos países por violar en los últimos veinte años la moratoria internacional sobre la tecnología de las semillas suicidas, está prohibición hasta ahora ha sido respetada casi en su totalidad. Es posible que esta situación esté en gran parte determinada, porque muchas de las transnacionales de la biotecnología moderna han comenzado a desconfiar de la precisión y virtudes de los transgénicos y porque creen haber encontrado desde el 2014, en los llamados impulsores genéticos (gene drives) o “reacción mutagénica en cadena”, una forma más barata, fácil, masiva y más rápida de alcanzar los mismos fines que esperaban lograr con la transgénesis y la tecnología Terminator.
Los impulsores genéticos representan una peligrosa, ilimitada y poderosa tecnología, que utilizando la plataforma de edición génica CRISPR-Cas9, pueden interferir deliberadamente en los procesos evolutivos de los seres vivos, forzando con rapidez no solo cambios genéticos en una generación, sino también llevándolos en muy breve tiempo al colapso y exterminio como especie, mediante la incorporación en su genoma de un rasgo letal. El diseño de organismos con impulsores genéticos va dirigido en seres que se reproducen por la vía sexual a producir efectos permanentes por generaciones en las poblaciones afectadas, debido a que el rasgo o carácter introducido se heredará de manera dominante en el 100% de la descendencia.
Así es posible que un rasgo incorporado para causar la extinción de una población de insectos perjudiciales se transfiera naturalmente a insectos considerados beneficiosos para el ambiente. Por eso, es evidente que los riesgos que supone una vez liberados estos organismos en el ambiente son impredecibles, incontrolables y no podrán ser de ningún modo después revertidos ni mucho menos recuperados. Ellos no tendrán frontera alguna que respetar porque se moverán con libertad plena.
De allí que constituyan una gran amenaza para la biodiversidad del planeta, por sus consecuencias ecológicas desconocidas para la estabilidad de los ecosistemas, la agricultura y la salud humana. Dadas las grandes incertidumbres que despiertan, todo lo relacionado con esta tecnología debería examinarse con mucha cautela. Eso implica utilizar un enfoque de precaución y de evaluación de riesgos bien fundamentados, donde además de considerar normas de responsabilidad y el consentimiento previo de las poblaciones locales que puedan verse afectadas, es esencial que se elaboren para ellos nuevas medidas de bioseguridad y se resuelvan los problemas de carácter ecológico, legales, éticos, culturales y técnicos, que la liberación de organismos con impulsores genéticos generaría.
Como es natural, existen muchos en el mundo que defienden solamente los supuestos beneficios de los organismos con impulsores genéticos y prefieren subestimar o minimizar los riesgos que esa tecnología entraña. Destacan el extraordinario papel que, para la biología sintética, tienen sus investigaciones en la erradicación de plantas silvestres consideradas como “malezas”, en el mejoramiento de semillas de cultivos alimenticios, en vectores que son plagas agrícolas o que causan enfermedades humanas. De ese modo pretenden engañarnos, para que no consideremos las posibilidades de que los gene drives se puedan usar para fines no declarados, como destruyendo plantas de importancia cultural para algunos pueblos o puedan ser usados como armas biológicas liberando toxinas, enfermedades, así como afectando la producción de alimentos de un país o de una región entera. De allí su rechazo desde hace años a que se prohíban completamente las investigaciones, desarrollo, producción y liberación de organismos diseñados con impulsores genéticos.
No es extraño, entonces, que los que figuran como los principales inversionistas en el campo del desarrollo de organismos con impulsores genéticos sean el Ejército estadounidense a través de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA) y la supuesta fundación filantrópica de Bill y Melinda Gates que, entre otras actividades, estuvo muy involucrada en la pandemia del coronavirus y ha venido promoviendo el uso de transgénicos en la agricultura africana e impulsores contra la malaria. Hace algunos años se le descubrió a ésta última estar financiando el cabildeo en las reuniones del CDB para conseguir respaldos a esta tecnología y evitar su moratoria.
Lo que hoy se puede crear y producir con los impulsores genéticos está muy lejos de nuestra imaginación. No hay nada que suceda en el ambiente natural de este mundo que pueda comparársele. La introducción de organismos con impulsores genéticos, hará que la biodiversidad global sufra cambios insospechados e irreversibles. La moratoria que sobre esta peligrosa tecnología se viene exigiendo en el seno del CDB, desde la COP13 en Cancún, por organizaciones y grupos de la sociedad civil de todo el mundo, encuentra la feroz y agresiva resistencia de un lobby de las transnacionales interesadas, que solo les importa su afán por el lucro. En esta última reunión (COP15) de este Convenio, se volvió a exigir con más fuerza y más fundamentación la necesidad urgente de detener inmediatamente todo tipo de investigación, desarrollo y liberación de impulsores genéticos.
Esta tecnología coloca a todos los seres humanos en un momento crucial de reflexión como especie: de si tenemos todo el derecho de intervenir deliberadamente en los procesos evolutivos del mundo natural y alterar los equilibrios que le son inherentes y forman parte de sus ecosistemas o debemos de abstenernos de ejercer poder tan descomunal, por sus impredecibles consecuencias para toda la Humanidad, ya que, en este planeta, aunque algunos lo crean, ninguna “plaga”, “vector” o “maleza” sobra.
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