Ecuador: el mito de la Jatropha
En los años recientes todos los países de América Latina han adoptado políticas para promover de manera acelerada cultivos para la producción de agrocombustibles con justificaciones ligadas a garantizar la soberanía energética y/o enfrentar el cambio climático, y como una respuesta a la crisis del agro que viven muchos países del Tercer Mundo.
La crisis alimentaria mundial, que se evidenció con más fuerza en el 2007, ha obligado a revisar estos planteamientos, pues es imposible no asociar las variaciones en el precio de los alimentos con el uso de granos en la producción de etanol y agrodiesel.
Como respuesta a estos hechos, en varios círculos se ha empezado a promover las llamadas “tierras marginales”, en las que aparentemente no hay agricultura, para producir agrocombustibles. De esta manera se estaría reactivando la economía local sin afectar la producción de alimentos, porque esas zonas son improductivas.
Entre las especies propuestas se destaca la jatropha o piñón . Muchos mitos se han levantado alrededor de esta planta: que no requiere suelos fértiles para crecer, ni de grandes cantidades de agua, o que no existen plagas conocidas que la ataquen. Se ha llegado inclusive a decir que es un árbol con vocación tercermundista, porque abrirá fuentes de trabajo para los campesinos y mercado para sus productos. El planeta se beneficiará porque se frenará el calentamiento global, así como los ecosistemas porque las plantaciones de jatropha mejorarán las calidad del suelo. Antes cabe preguntamos si esas áreas llamadas “tierras marginales” son en realidad improductivas, o son simplemente zonas que no se han insertado a la agricultura industrial. Tomemos como ejemplo lo que está pasando en dos provincias ecuatorianas que son víctimas de este modelo: Manabí y Loja.
Estas son zonas donde se conserva una biodiversidad agrícola muy bien adaptada a las condiciones áridas, en donde prevalecen variedades endémicas, y donde las poblaciones han desarrollado sistemas productivos armónicos con los bosques secos, como la extracción de productos del bosque como la lana de ceibo, plantas medicinales y frutas silvestres, y la cría de chivos. Las comunas del sur de Manabí son descendientes de los pueblos donde se han registrado los más antiguos indicios de agricultura en América del Sur, y hasta nuestros días mantienen sistemas de manejo ancestrales de agua como son las “albarradas”.
Aunque se dice que la jatropha es ideal para zonas semiáridas, en las plantaciones que varias empresas han promovido en estas provincias, se ha visto que cuando las lluvias faltan, el fruto produce una sola semilla, en lugar de tres, que es el promedio. Por eso se necesita usar agua proveniente de carros cisterna cuando la lluvia es escasa, lo que pone a las plantaciones de jatropha en competencia con las humanas en esta zona donde el acceso al agua potable es crítico.
Si bien las empresas no ocupan directamente la tierra de las comunas, han firmado contratos por 20 y 25 años con los comuneros para que planten jatropha y les vendan la producción. Las empresas reciben además bonos de carbono por la captación de CO2, a partir de las tierras y el trabajo de unas comunidades que no tienen responsabilidad en el calentamiento global ni relación con el negocio de los bonos de carbono. Estos contratos de largo plazo bajo criterios completamente ajenos a las comunidades significan en la práctica la pérdida de control sobre su territorio.
Dado que el piñón no es un cultivo como tal, sino una planta que está en proceso de domesticación, la producción de aceite es muy variable y depende mucho de las condiciones climáticas, que son muy variantes en la zona. Sin embargo, los contratos establecen que la producción errática y las pérdidas serán responsabilidad de los comuneros, lo que puede llevarles al endeudamiento con la empresa e incluso a la pérdida del territorio.Se desconocen los efectos de estas plantaciones a gran escala en los suelos, que por definición son pobres. Los comuneros necesitarán añadir fertilizantes, y plaguicidas, porque las plagas y enfermedades emergerán eventualmente, como ocurre con cualquier monocultivo.
El modelo jatropha que se está generalizando apunta ya a un cambio radical en la forma de vida imperante en la zona. Aunque en un principio se generen más ingresos monetarios, si estos proyectos prosperan, se estaría poniendo en peligro la supervivencia de las comunidades que han tenido la más larga presencia continua en el Ecuador.
La nueva Constitución del Ecuador incorpora como un eje del modelo económico el “buen vivir” que es un concepto que viene de la cosmovisión andina (en kichwa, sumak kawsay ) que establece un nuevo modelo de “relacionalidad” de las comunidades entre si, y de éstas con la naturaleza, con base en los ejes de la racionalidad andina: la “relacionalidad”, la correspondencia, la complementación, y la reciprocidad.
¿Empata el modelo jatropha con el sumak kausay o el buen vivir? Creemos que la respuesta es NO.
Fuente: La Jornada