¿Crisis del agua?
Conceder que estamos frente a una simple "crisis del agua" es una trampa porque en realidad estamos frente a la crisis capitalista del agua
La crisis del agua es real y grave. Se compone de una severa pérdida paulatina de un recurso que está dejando de ser renovable. De una pérdida alarmante de la capacidad de acceso de las comunidades a este bien. Incluso en regiones que no hace mucho eran de abundancia, como Chiapas. Pérdida por sequía, aunada a la sobreabundancia destructiva, y pérdida por contaminación y degradación galopante de la calidad del agua. Su injusta distribución se suma a lo anterior como uno de los problemas más graves.
Aun así, conceder que estamos frente a una simple "crisis del agua" es una trampa porque en realidad estamos frente a la crisis capitalista del agua. Resultado de la depredación que dispara la persecución de ganancias infinitas y su producción industrial masiva, la superpoblación que necesariamente requieren las manufacturas, el crecimiento salvaje de las ciudades y la depredación de agua de la revolución verde, como sustento del desarrollo fabril, demográfico y urbano. Consumo destructivo de agua que se sale de madre en el neoliberalismo, en virtud de las pautas antiambientales salvajes de esta forma de acumular.
Es verdad, el capital mundial está preocupado por el severo estado de destrucción en que se encuentra la base hídrica de su riqueza planetaria. Pero también está molesto por tener que asumir de alguna manera el proceso de reproducción de la vida humana y natural a largo plazo. Cosa que durante la bacanal del neoliberalismo olvidó por completo. Su enojo se explica porque tal crisis expone ante todos la incapacidad del capital para asegurar el desarrollo de la vida.
Pero el enojo, combinado con el sentido de oportunidad que caracteriza a las empresas y la paranoia de los grandes poderes políticos, ha trasmutado en un impulso privatizador del agua dulce y la biodiversidad del mundo, así como en una furia geopolítica por el control del recurso. Aprehensividad que se apuntala con la pulsión por la manipulación científico-técnica, como neutralización y maquillado de las catastróficas destrucciones ambientales y de la salud acumuladas en el siglo XX.
Cuando Alberto Cárdenas, ex secretario de Medio Ambiente, amenazó a los mexicanos advirtiendo que pagaríamos el agua hasta que doliera, expresó, tal vez sin saberlo, el enojo histórico que el capital tiene consigo mismo; pero a la manera transfigurada en un enfado paternal de tecnócrata empresario contra los ignorantes que no entienden la necesidad de privatizar el servicio.
La energía que el capital podría em-plear autocriticando su propio rumbo, la dilapida y oculta como inquina contra los que defienden al agua como bien común, y como enfado contra quienes exigen respeto al medio ambiente con base en el principio de precaución y en contra de la introducción precipitada de ciencias y técnicas riesgosas, sean mundialmente desprestigiadas y agotadas como las represas, o sean las innovaciones técnicas de actuales panaceas como la ingeniería genética y la nanotecnología.
Después de varios siglos de saqueo y desarrollo salvaje del planeta, la ira que el capital siente por el caos creado en su propio fundamento hídrico y biológico no puede aparecer a los ojos de la humanidad como la necesidad de autocrítica del mundo material creado por él, porque tal civilización, resultado de la dictadura del mercado, la ciencia y la tecnología, es sagrada y no se debe ni se puede cuestionar. Por ello, sólo logra hablar de crisis mundial del agua a secas.
Los objetivos generales del cuarto Foro Mundial del Agua son la preparación ideológica de los capitales y la población con vistas a la monopolización privada del recurso, la coordinación de múltiples expropiaciones rurales y urbanas con vistas al control del agua, la articulación de las inversiones y las políticas hídricas con las nuevas legislaciones de cada Estado nacional y el desarrollo técnico de punta en el control del recurso.
El peor problema de la actual crisis del agua es la forma en que las empresas trasnacionales, gobiernos e instituciones globales pretenden resolverla. Sin criticar las técnicas y políticas económicas e hídricas que responden a dinámicas en las que las empresas y estados se hinchan de ganancias y poder; sin tener en cuenta seriamente las formas colectivas y democráticas, tradicionales o nuevas, de reproducir y optimizar técnicamente, sin monopolización alguna, el aprovechamiento del agua.
Andrés Barreda es Director del Centro de Análisis Social, Información y Formación Popular (Casifop).
Fuente: La Jornada