Crisis alimentaria: regresa el holocausto olvidado

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Hace 60 años, en India, una hambruna mató a 6 millones de personas en las provincias de Bihar, Orissa y Assam bajo la férrea ocupación colonial inglesa. En 1943 el precio del arroz comenzó a incrementarse y en unos cuantos meses se cuadruplicó. Para 1945, 4 millones de personas habían perecido de hambre por el alto precio de los alimentos.

La historia económica de Bengala revela que mantuvo durante mucho tiempo un sistema productivo robusto, basado en la agrobiodiversidad, que exportaba excedentes y aseguraba alimentos para la población entera. Pero llegó la administración colonial inglesa y barrió con todo. En efecto, la hambruna fue provocada por la rapacidad de la Compañía de Indias y el cinismo del imperio inglés. Al amparo de sus políticas, se incautaron cosechas, se impulsaron las exportaciones para “no distorsionar los flujos de comercio” y se restringieron las importaciones por razones estratégicas. Para colmo, el avance japonés en el sudeste asiático y la ocupación de Birmania (Myanmar) convencieron a los ingleses de que los recursos de Bengala no podían caer en manos enemigas y aplicaron una política de tierra rasada que destruyó lo que quedaba de la agricultura campesina.

Las lecciones de ésta y otras hambrunas son relevantes para entender la crisis alimentaria mundial. La primera enseñanza es que el planeta es rico en biodiversidad y en recursos productivos. Pero hoy sólo 12 cultivos y 14 especies animales constituyen 80 por ciento de la oferta mundial de alimentos. La tendencia al monocultivo es uno de los principales peligros para la humanidad: la destrucción de agrobiodiversidad y la erosión de recursos genéticos son una catástrofe silenciosa que en el futuro provocará crisis frente a las que la hambruna de Bengala parecerá un picnic.

En el último siglo se ha ignorado este principio: la riqueza de la biodiversidad es la clave para enfrentar riesgos en el campo. Por eso la agrobiodiversidad es el mejor amigo de millones de productores independientes del mundo. Pero para la agricultura capitalista los sistemas de policultivo no son ideales para la rentabilidad, en parte porque son más intensivos en trabajo. En el espacio de la contabilidad capitalista, la homogeneidad y la tediosa uniformidad del monocultivo son esenciales.

La segunda lección es que los canales de comercialización, las agencias de intervención pública y una estructura saludable para la producción con pequeños productores independientes son los tres pilares para mantener un régimen de producción agrícola saludable. En Bengala esa tríada fue destruida con consecuencias catastróficas.

Desde 1982 los programas de ajuste y reformas estructurales dictados por los sabios del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio han perseguido los mismos objetivos que tuvo el régimen colonial inglés en India. Primero, destruir las bases de la producción de alimentos para “explotar las ventajas comparativas”. Segundo, perturbar las redes locales de comercialización para entregarlas a grandes conglomerados trasnacionales. Tercero, eliminar la intervención de agencias públicas que anteriormente permitía estabilizar precios mediante la administración de inventarios. El objetivo es claro: entregar el mercado mundial de alimentos a unos cuantos conglomerados trasnacionales. Hoy el saldo de la globalización es que 850 millones de personas están en peligro de morir de hambre, un holocausto que empequeñece al de Bengala hace 60 años.

Bajo los auspicios de Naciones Unidas se lleva a cabo en Roma una cumbre de jefes de Estado para analizar la crisis alimentaria. Mientras se reúnen, continúa la destrucción de la agricultura mundial. La pérdida de recursos genéticos se acelera con los monocultivos comerciales a nivel planetario. Los oligopolios en el mercado de semillas y productos agrícolas obtienen ganancias obscenas, pero Pascal Lamy hace llamados para concluir la Ronda Doha, como si la OMC no tuviera responsabilidad en el desastre. Y la aportación del Banco Mundial y las Fundaciones Rockefeller y Bill Gates es promover más de lo mismo en África. Mientras tanto, los grupos corporativos que dominan el comercio agrícola en el mundo se protegen en el mercado de futuros de Chicago, presionando todavía más los precios al alza.

Los participantes en la cumbre de Roma deben tomar en cuenta las lecciones de la historia. El enemigo es uno de los invitados de honor en su misma sala de juntas.

Fuente: La Jornada

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