Comida y arte para ser felices
"Se trata de defender la diversidad agroalimentaria y artística en beneficio de la buena salud orgánica, cultural e intelectual. Una alimentación homogénea nos enferma. Necesitamos de un gran diversidad de nutrientes para hacer funcionar nuestro organismo".
Por Esther Vivas
¿Cómo se puede cocinar un buen plato de arte, escena y activismo alimentario? ¿Es posible tal mezcla? ¿Cómo se come? Aunque a primera vista la combinación de ingredientes nos parezca extraña el resultado es un guiso que permite despertar todos nuestros sentidos. Lo vimos en una propuesta cocinada a fuego lento en las calles de Barcelona. Aquí, algunas reflexiones del encuentro “gastro-cultural” en el festival Escena Poblenou.
Intersecciones:
Desde lo que podríamos llamar “activismo alimentario”, denunciamos la mercantilización de la comida y del derecho a la alimentación: de cómo en el marco de un sistema capitalista que transforma necesidades esenciales en negocio, los alimentos tampoco escapan a la lógica usurera y avariciosa del capital, de su obsesión por el dinero.
Del mismo modo que sucede con el acceso a una vivienda digna y a una educación y a una sanidad pública y de calidad, convertidas hoy en objetivo de business.
Al mezclar en un mismo plato el mundo de la agroalimentación y de la escena vemos que las interesecciones y los símiles son múltiples. La mercantilización que se hace de la comida se da también en el arte. No solo nos sirven día sí día también platos “chatarra”, insípidos y uniformes, que nos llevan ya no a hablar de alimentos sino de productos alimentarios que de comida tienen más bien poco; asimismo en el mundo de la cultura, entendiendo la cultura en sentido amplio, se apuesta desde determinados ámbitos por un producto cultural mainstream que más que apelar a nuestra acción apela a nuestra “desconexión”.
El capitalismo agroalimentario no solo nos conduce a una alimentación “indigesta” en muchos sentidos sino que también prescinde de aquellos que siempre nos han dado de comer: campesinas y campesinos. El negocio alimentario reside en desvalorizar dicho trabajo, menospreciarlo y precarizarlo, convirtiendo la apuesta por vivir dignamente del campo en una misión casi imposible. Lo mismo podríamos decir de la creación artística, donde a menudo quien menos cuenta es justamente quien la hace posible: el artista. La inestabilidad y la precariedad son elementos que caracterizan dicha esfera. Y el poco valor social dado a la creación nos resta colectivamente. Las cosas del comer y del ser deberían de tener el lugar primordial que merecen en nuestras vidas.
La ilusión de la diversidad y de la libertad en la práctica del consumo alimentario, se da también en la del consumo cultural. Compramos comida creyendo que escogemos entre una gran variedad de productos, vamos al supermercado y nos dan la bienvenida como “librecomprador”. Sin embargo, todo es mentira. En cada uno de los distintos centros comerciales, encontramos siempre las mismas marcas. En el supermercado, nuestra compra no solo viene determinada por la ingente cantidad de publicidad que vemos en casa sino porque en estos establecimientos todo está pensado para que gastemos cuanto más mejor. Asimismo, nos venden una cultura mainstream que de diversa tiene muy poco y que para nada nos hace más libres.
‘Cultus’:
Ante la lógica del dinero, desde el activismo alimentario y artístico se busca la esencia de la comida y del arte, huyendo de un producto “fast food” y “low cost”. Una apuesta donde consumidores y productores, ya sea de alimentos del cuerpo o del alma, son los auténticos protagonistas. De aquí la importancia de abogar por circuitos cortos de comercialización, por una relación directa que evite grandes intermediarios.
Se trata de defender la diversidad agroalimentaria y artística en beneficio de la buena salud orgánica, cultural e intelectual. Una alimentación homogénea nos enferma. Necesitamos de un gran diversidad de nutrientes para hacer funcionar nuestro organismo. Del mismo modo, nuestro intelecto y espíritu necesita de la diversidad creativa para avanzar y crecer. En definitiva, solo el “buen comer” y el “buen arte”, tomando prestada la propuesta del “buen vivir” de los pueblos originarios de América Latina que defienden una vida plena en armonía con la naturaleza, nos harán más felices.
El origen etimológico de la palabra cultura nos indica el camino. Cultura proviene del latín cultus, que significa cultivo, cultivado/a, y da lugar a palabras como agricultura y culto/a.
Porque en definitiva no solo se trata de cultivar la tierra sino de cultivar también el cuerpo, la mente y el alma. El arte como la agricultura no es solo cosa de artistas ni de agricultores, nos incumbe a todos.
*Un artículo dedicado a la artista Ada Vilaró y a todo su equipo del festival Escena Poblenou por apostar por el arte, la escena y la comida “slow” y de km0.
Fuente y foto: Esther Vivas