Codicia e hipocresía en la Cumbre de Copenhague
La primera década del siglo XXI ha terminado de la peor manera. Pasados quince días aún resuena el cachetazo que los principales líderes del mundo aplicaron a la humanidad con el estruendoso fracaso de la 15ª Cumbre de la ONU sobre cambio climático.
Podrá decirse que era un final anunciado, que muchas voces se habían alzado para alertar que no se llegaría finalmente a ningún acuerdo significativo. Podrá argumentarse que las expectativas de último momento que algún compromiso se alcanzara con la reunión del presidente Obama y el primer ministro Wen Jiabao no eran más que esperanzas vanas.
Probablemente sea así pero es inocultable que nadie, al menos hasta donde este cronista está informado, había presentido que al cierre de esta cumbre la situación sería peor que al inicio. Más aún que hoy el mundo esté por detrás de los acuerdos del Protocolo de Kyoto, firmado en 1997.
Hasta promediar la cumbre numerosas reuniones de científicos, de expertos en distintas especialidades,
de miembros de ONG's debatían sobre los porcentajes necesarios de reducción de emisiones de gas carbono o cuales eran los plazos para mitigar los efectos nocivos de estos gases; cómo debían integrarse los organismos internacionales de control y su necesaria autonomía de los Estados. Se discutía sobre los montos necesarios para promover la reconversión en los sistemas de producción para controlar la emisión de gases carbono, la deforestación creciente o el uso excesivo de recursos hídricos escasos. Si además existe un problema norte-sur, habida cuenta de que son los grandes países del norte quienes más contaminan y los del sur los que sufren las consecuencias y por lo tanto hay que establecer algún tipo de indemnización, claro sin olvidar que Brasil y Sudáfrica también aportan lo suyo al cambio climático. Si los bonos de carbono ayudarían a mitigar las emisiones o serían un nuevo producto financiero, finalmente tan tóxico como los propios gases.
Cumbre de desacuerdos
Sin embargo a medida que los principales líderes del mundo comenzaron a llegar a la Cumbre lo único que se redujo fue el nivel de las discusiones, las negociaciones se estancaron y comenzaron a primar los desacuerdos políticos. Los grandes países del norte mostraban dificultades para firmar un documento que pusiera metas y plazos concretos, esta negativa también llegó a desconocer su deuda histórica con los países del sur.
Numerosos países de menor desarrollo amenazaron con retirarse de la cumbre, otros plantearon que si no había posibilidades de un nuevo documento mejor sería ratificar los acuerdos de de Kyoto, nunca suscriptos por EEUU pero que al menos eran algo. Por el contrario EEUU insistió en anular este acuerdo, bajo el argumento que China e India ya son tan emisores de gases contaminantes como ellos.
Pero el centro de las diferencias estaba al interior del G-2. EEUU rechaza compromisos que impliquen una reducción sustancial de sus emisiones, China no acepta la obligatoriedad de las reducciones que se acuerden, mucho menos que resulten controladas por un organismo internacional autónomo. Como era de esperar tampoco hubo acuerdo en el monto de los fondos y su financiamiento para la reconversión de los procesos productivos en los países menos desarrollados.
Hipocresía y codicia
Hay en todo esto una enorme hipocresía. Los grandes contaminadores reconocen su responsabilidad pero no aceptan reducciones significativas en sus emisiones o que las metas que se acuerden sean obligatorias Cuando se aceptan metas no se aceptan controles ni verificaciones, por el contrario China, ¿con el apoyo de Brasil? propone la autorregulación de las emisiones por parte de los estados.Los países desarrollados que volcaron una enorme cantidad de dinero a los mercados para frenar la crisis financiera se niegan a aportar cifras mucho menores para financiar la reconversión productiva de los países pobres, estimada en unos 300 mil millones de dólares. A último momento EEUU ofreció un aporte al fondo de reconversión industrial, claro que de solo 30 mil millones hasta el 2012 y 100 mil millones al 2020, supeditado a que se informen y se verificaran las medidas que adoptaran cada Estado, obviamente no desconocía que China rechazaría este condicionamiento, por lo tanto el ofrecimiento resultó solo "cartón pintado".
Casi en paralelo a esta discusión el Congreso de los EEUU le aprobaba a su presidente y reciente Premio Nobel de la Paz, un presupuesto de guerra del orden de los 680 mil millones de dólares para el 2010. Una caricatura de Obama recibiendo el premio apoyado en una bomba muestra esta hipocresía mejor que mil palabras.
En los inicios de la crisis económica que azota al mundo no se cansaron de acusar y responsabilizar a la especulación desenfrenada, a la desmedida ambición de los banqueros y financistas, a esa loca idea de hacer dinero desde el propio dinero sin pasar por la traumática experiencia de la producción. La palabra de moda era codicia, se intentaba ocultar así la verdadera razón de esta crisis. Una crisis del sistema capitalista como tal, de sobreproducción y sobreaumulación de capitales, que ha dejado ya mayores índices de desocupación, pobreza y exclusión social en el mundo.
Por el contrario codicia ahora ha desaparecido del léxico de los presidentes. No se vincula el cambio climático con la lógica de la acumulación y reproducción de capitales, con la exacerbación del consumo inducido por la necesidad de maximizar la tasa de ganancia de los capitalistas a cualquier costo, sin tener en cuenta daños ecológicos ni degradación ambiental.
Solo los movimientos sociales, en lo que puede ser la revitalización del movimiento alterglobalización, fuertemente reprimidos por la policía danesa con el aporte de colegas de otras naciones europeas, pusieron el tema en debate: "Salven al clima no al sistema" "El problema es el capitalismo y su modelo productivo", consignas que fueron llevadas al palacio de las deliberaciones por los presidentes Chávez y Morales. Este último propuso un referéndum mundial para tratar el cambio climático.
Minimalismo ambiental
Sobre el final de la cumbre, y casi en tiempo de descuento, se informó de un acuerdo alcanzado a urtadillas por EEUU, Brasil, China, India y Sudáfrica. Se trataría de un acuerdo mínimo cuyo contenido no fue dado a conocer oficialmente, aunque trascendió que su objetivo es no superar un incremento de 2 grados centígrados en la temperatura global.
Ignorando el clamor de un grupo de 43 países, las llamadas islas/Estado, que albergan unos 40 millones de personas, que ya habían planteado que superando 1,5 grados centígrados corren el riesgo de desaparecer bajo las aguas en los próximos 20 años.
El documento es solo declarativo, no cuantifica ni pone plazos a la reducción de las emisiones ni establece mecanismos de control, no tiene el consenso del resto de los países, tanto es así que los firmantes se han dado un plazo hasta febrero para concitar adhesiones. Sin embargo fue presentado en EEUU como un triunfo, "Es insuficiente pero un paso adelante" dijo Obama que, conviene recordar, no cuenta con el aval del Congreso de su país para modificar la política ambiental del gobierno Bush.
La realidad es que el fracaso ha sido estruendoso, la irresponsabilidad de los principales líderes y países del mundo es inocultable, pero también la actitud de las corporaciones multinacionales que someten a esos estados y a sus líderes a sus necesidades de maximizar tasas de ganancia.
Una vez más ha quedado expuesto que es el sistema del capital la principal traba para resolver los problemas que el propio capital provoca en nuestras sociedades.
Apesar de todo amanece, que no es poco. Felicidades a todos y todas.
Eduardo Lucita, integrante del colectivo EDI-Economistas de Izquierda
Fuente: AnRed