Valentía: Estamos convencidas de que ninguna de nosotras es tan fuerte como todas juntas
El norte del Cauca es una región en disputa. Actores económicos, armados e incluso del mismo Estado se pelean el control de la tierra, el oro, los ríos y otros recursos naturales. Allí estamos los pueblos afrodescendientes e indígenas que hemos vivido en esta región por siglos y que luchamos todos los días para protegerla del despedazamiento. En esta lucha, las mujeres afrodescendientes de la región hemos sido fundamentales.
En los noventa, la construcción de la represa La Salvajina dejó nuestras tierras inundadas y nuestros cultivos, arruinados. Fue ese ‘golpe’ el que nos impulsó, en 1997, a conformar la Asociación Municipal de Mujeres de Buenos Aires (Asom), una iniciativa comunitaria que reúne varios grupos de mujeres, de diferentes veredas, con el objeto de reivindicar nuestros derechos étnicos y nuestras prácticas económicas, como las fincas tradicionales y la minería ancestral.
Decidimos resistir porque antes, como ahora, queremos ser, hacer y estar en nuestras casas. Por eso, nos volvimos a reunir.
Pero nuestro impulso se vio afectado por culpa del conflicto armado. Durante la ocupación paramilitar de nuestro territorio fuimos obligadas a interrumpir nuestras actividades: no nos podíamos reunir porque era prohibido, nuestras lideresas fueron amenazadas y muchas otras salieron desplazadas.
Las mujeres que logramos quedarnos pasamos de ser campesinas y mineras productivas a tener que estar encerradas en casa para proteger a nuestros hijos del reclutamiento y a nuestras hijas del acoso y la violencia sexual. Aun así, no nos rendimos. Las madres comunitarias protegían a los niños y niñas de los actores armados y las mayoras crearon un grupo de música tradicional para evitar su reclutamiento. Por su parte, las mujeres que fueron desplazadas por la violencia se volvieron a encontrar con ella, en las ciudades, disfrazada de otras formas. Por ejemplo, como única salida económica muchas tuvieron que recurrir al trabajo doméstico, en donde sufrieron acoso y violencia sexual, racismo y violación de sus derechos laborales.
Aunque sentíamos miedo porque persistía la presencia de actores armados en el territorio, alrededor del año 2005 retomamos nuestras actividades. Decidimos resistir porque antes, como ahora, queremos ser, hacer y estar en nuestras casas. Por eso, nos volvimos a reunir, nos hemos capacitado y seguimos vigentes en la defensa de los derechos humanos, étnicos y territoriales. Desarrollamos y preservamos nuestras prácticas ancestrales.
Actualmente, con el apoyo del Proceso Nacional de Comunidades Negras, de la Asociación de Consejos Comunitarios del Norte del Cauca (Aconc) y de la Universidad del Valle, estamos liderando la Escuela de Mujeres Constructoras de Paz a partir del conocimiento de sus derechos. El propósito es contribuir a su empoderamiento para que nuestras acciones sean más efectivas.
Por nuestra labor y nuestra lucha seguimos enfrentando riesgos: hemos recibido llamadas amenazantes, hemos sido declaradas objetivo militar y hemos sido víctimas de actos de hostigamiento e intimidaciones de diferentes grupos armados. El ataque más reciente, que resonó a nivel nacional, ocurrió el pasado 4 de mayo en una reunión en la que estábamos varios líderes y lideresas afrodescendientes de la región.
Estamos convencidas de que ninguna de nosotras es tan fuerte como todas juntas. Somos voces valientes dispuestas a seguir luchando y exigiéndole al Estado colombiano que proteja las organizaciones de mujeres, étnicas, rurales y campesinas como Asom, así como a las lideresas y líderes que históricamente hemos trabajado en la reivindicación de los derechos de nuestras comunidades y territorios.
Fuente: El Tiempo