Semillas y árboles
En Brasil, en 2006, durante la reunión mundial del Convenio sobre la Diversidad Biológica, estuvieron a punto de legalizarse las semillas apodadas Terminator, manipuladas genéticamente para que el cultivo nazca, pero no pueda reproducirse. Una tecnología que intentaba terminar para siempre con la libre selección, intercambio y siembra de las semillas más preciadas en ciclos posteriores.
Este artículo forma parte de la revista Biodiversidad, sustento y culturas #112
Durante esa reunión, las mujeres de La Vía Campesina encabezaron la acción definitiva que prohibiría para siempre las también llamadas semillas suicidas. Pancha Rodríguez, dirigente chilena, nos cuenta:
Nos angustió enormemente conocer las consecuencias que para la vida, para nuestros cultivos y pueblos tendrían las semillas Terminator. Al saber que contienen una toxina que mata la semillita en un momento de su desarrollo, sentimos que estábamos ante una amenaza total a la agricultura campesina, y dejar que esto pasara era como dejar que ocurriera nuestro propio suicidio.
Entonces nos apostamos en los estacionamientos a donde llegaban los representantes de los gobiernos del mundo. Sosteníamos banderas y pancartas en varios idiomas, y abordábamos a quienes llegaban explicándoles el error de legalizar esta tecnología agrícola.
Después nos organizamos para entrar en la sala de reunión plenaria en el momento en que se iba a votar la legalización de las semillas suicidas.
Planeamos la entrada sigilosa, cargando mantas dobladas y velas para encender.
Habíamos decidido que sería una acción totalmente silenciosa. Entramos, desdoblamos nuestras pancartas y encendimos las velas. Nuestra presencia fue tan impactante que el presidente de la reunión le pidió a la policía que no nos tocara. Dijo que estábamos expresando nuestra opinión sobre el tema. Pidió a todos los expertos del mundo que reflexionaran su voto, que tuvieran presente el mensaje que estábamos entregando.
“El silencio habló”, dijo una compañera.
Después, en medio de una estremecedora ovación, abandonamos el recinto. Ganaron las semillas campesinas contra las semillas industriales suicidas.
Las mujeres de La Vía Campesina no usaron palabras, no presentaron argumentos técnicos, ni estadísticos, ni monetarios. Y lograron revertir una tecnología genocida.
El movimiento de mujeres Chipko, en el norte de India, inició en 1973 y no se ha detenido. Las mujeres, gestoras de los acahuales y montes de su región, en una época de mucha emigración de hombres y de generalización de los trabajos pagados con dinero, se dieron cuenta de que si permitían la tala de sus bosques, además de empeorar las inundaciones y deslaves durante las lluvias, para vivir dependerían totalmente del salario de los hombres, ya que no podrían recolectar frutos, fibras, leña, cazar, o llevar animales a pastar, o elaborar medicinas a partir de lo que había en sus bosques. Entonces decidieron enfrentar las máquinas desmontadoras abrazándose a los árboles.
Los hombres les decían "¡Qué tontas son!".
¿Saben lo que valen los árboles? La madera representa ganancias. La respuesta de las mujeres, fue:
"Los bosques traen agua, cuidan los suelos y mantienen el aire puro. Sustentan la Tierra y todo lo que da".
A la vuelta de los años, el movimiento Chipko ha establecido cooperativas para guardar los bosques vecinales y organizar la producción de forraje sin perjudicar los árboles.
Las mujeres dirigen proyectos de rotación de cultivos, han reforestado tierras degradadas, repoblado rincones, y establecido viveros de las especies que ellas seleccionan, para repartir en todo su país, y han reducido la emigración de sus jóvenes. Mostraron que querían liberarse no solamente del dinero que les llevaran sus maridos, sino que todos los pueblos deberían liberarse de la opresión que les obliga a vender la fuente misma de su sustento.
Para imponer el sistema económico presente, basado en la explotación de la naturaleza y las personas, fue crucial quebrar la fuerza de las mujeres. En los siglos XV y XVI, en Europa y en América, esto tomó la forma de la llamada “cacería de brujas”. En esa época, era muy importante introducir el uso de dinero en las comunidades campesinas, y los latifundistas, comerciantes y gobernantes comenzaron una campaña para desprestigiar toda labor que no se monetizara, porque lo que había que generalizar era el trabajo pagado con dinero. Comenzó la campaña contra la agricultura familiar, contra la fabricación de ropas, la atención de la salud y en general la economía de los cuidados. Todas estas actividades las ejercían principalmente las madres, las hijas, las abuelas, en sinergia con los hombres, manteniendo el tejido y fuerza comunitarios.
Una forma segura de romper esos tejidos y lograr que toda la gente dependiera únicamente del trabajo pagado, fue desprestigiar hasta tal punto los cuidados, que fueron estigmatizados como brujería. Fomentar el sometimiento de las esposas a los maridos, de las comunidades al dinero, y romper la natural mutualidad entre hombres y mujeres.
Fue un paso crucial en el dominio del dinero sobre el campo y sobre la vida y la cultura de todos.
Por eso, casos como las mujeres de La Vía Campesina contra Terminator y las mujeres del movimiento Chipko son claves para reconstruir la soberanía de los pueblos y para regenerar el planeta que nos sustenta a toda la gente.
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