Retejer la trama agroalimentaria desde las comunidades locales
"¿Qué hay para hacer? Por empezar poner el tema a debate, discutir y plantear concretamente qué rol le asignaremos al alimento en las vidas de nuestros hogares, barrios y nuestras comunidades; qué energías destinaremos a recuperar y co-construir entramados agrícolas locales que efectivamente produzcan alimentos sanos accesibles para las mayorías; qué límites como sociedades le pondremos a la batería de productos de consumo cotidiano, ya extensamente probado, que enferman nuestros cuerpos; qué mecanismos generaremos para alentar a más agricultores a lanzarse a modelos agroecológicos; cómo desalentaremos las regulaciones diseñadas por grandes empresas para convertir en ilegales a productores artesanales; qué transiciones sociales estamos dispuestos a hacer para que la trama agroalimentaria".
Un ensayo a propósito del Día de la Alimentación.
De la historia al presente, de lo global a lo local.
Ensayar algunas reflexiones sobre el Día de la Alimentación lleva a una primera pregunta ¿qué entendemos por alimento hoy en día? Y ahí, una respuesta sensata y crítica no puede más que exhibir la profunda crisis de sentido que atraviesa al alimento, ‘crisis de comensalidad’, dice Patricia Aguirre, que incluye además a la agricultura. En definitiva crisis de la alimentación como nudo clave de un sistema global que ha desvirtuado los fundamentos culturales de estos tópicos. Si desde hace más de diez mil años, las agroculturas tuvieron como locus de su existencia abastecer regular y satisfactoriamente de alimentos a las comunidades locales, y la alimentación fue una práctica que a lo largo de la historia tuvo un sentido colectivo, este presente exacerba los peores rasgos de prácticas marginales (en tiempo y espacio) en la larga y extensa historia humana. La resolución individual de la alimentación no ha sido la norma. El hambre construida políticamente tampoco ha sido la norma, por más que la cultura eurocéntrica nos haya legado esas imágenes como dominantes. Si estas formas hubieran predominado no hubiésemos llegado hasta aquí. Pero por el mismo motivo habría que preguntarse por qué por primera vez se habla con fundamentos de la posibilidad cierta de un futuro cercano sin humanidad, frente a la grave crisis ecológica que atravesamos producto de las formas de socialidad hegemónica actual. Algo de este patrón civilizatorio que habitamos y nos habita no parece marchar bien.
Estudiar en detalle la historia de grandes hambrunas y sus revueltas sociales, sus contextos económico-políticos y escenarios ecológicos es un ejercicio por demás pertinente para dimensionar la aberración a la que asistimos como sociedades en la actualidad, donde lo marginal devino estructural y sistémico. Ya lo han dicho hace demasiado tiempo, entre otros, Karl Polanyi, el médico brasileño Josué de Castro o el geógrafo anarquista Kropotkin, el hambre como sistema masivo y perpetuo tiene la marca de origen del colonialismo y el capitalismo, como dos reversos de un mismo patrón. El alcance actual en términos socio-espaciales no tiene punto de comparación. ¿Cómo nos explicamos hoy que se sucedan y convivan noticias que hablan de exportaciones agrícolas históricas, alimentos que viajan alrededor del mundo, centenares de millones de hambrientos crónicos, centenares de millones de obesos, desperdicio de alimentos creciente, destrucción inédita de soportes ecológicos, y afecciones sanitarias masivas todo derivado del propio modelo agroalimentario? Un esbozo de respuesta implica ir a la raíz del problema, lo que significa explicitar que el alimento, la fuente de energía para la vida y núcleo cultural de las comunidades, ha sido vaciado. Una segunda conclusión se deriva: dentro de este sistema no hay solución de fondo.
Estamos frente a una brutal expropiación inédita en la larguísima marcha humana: la mayoría de las personas no sabemos qué ingerimos cada día para nutrir nuestro cuerpo. Y ese dato no es inocuo. Alergias y resistencias a ciertos alimentos son las respuestas menos graves que dan los organismos dentro de un amplio abanico de enfermedades que pasan a formar parte del día a día. ¿Qué hay para hacer? Por empezar poner el tema a debate, discutir y plantear concretamente qué rol le asignaremos al alimento en las vidas de nuestros hogares, barrios y nuestras comunidades; qué energías destinaremos a recuperar y co-construir entramados agrícolas locales que efectivamente produzcan alimentos sanos accesibles para las mayorías; qué límites como sociedades le pondremos a la batería de productos de consumo cotidiano, ya extensamente probado, que enferman nuestros cuerpos; qué mecanismos generaremos para alentar a más agricultores a lanzarse a modelos agroecológicos; cómo desalentaremos las regulaciones diseñadas por grandes empresas para convertir en ilegales a productores artesanales; qué transiciones sociales estamos dispuestos a hacer para que la trama agroalimentaria, esa urdimbre que ni más ni menos hace que nuestros cuerpos se sostengan cada día, vuelva a cobrar una dimensión humana, es decir se haga carne y emoción en nuestros imaginarios cotidianos. Como ha sido costumbre en la historia de la humanidad, sujeto, comunidad y naturaleza, entreverados en el alimento, indefectiblemente deben ir de la mano si es que anhelamos cuerpos sanos, sociedades dignas, y territorios habitables.
Fuente: El Marco