¿Por qué agroecología?
La agroecología surge cada vez con mayor peso como la alternativa para superar la crisis alimentaria y ambiental mundial satisfaciendo las necesidades alimentarias de la población en compatibilidad con los recursos del planeta; esto ante el fracaso de la agricultura industrial altamente dependiente de insumos para acabar con el hambre y lograr un desarrollo sustentable.
Por Ian Pagán Roig | 9 de Mayo de 2014
Cuando nos planteamos la urgencia de desarrollar un sistema agroalimentario alternativo lo hacemos desde el reconocimiento del fracaso del modelo agrícola industrial actual. Se trata de un modelo que heredamos de la llamada “revolución verde” a partir de la Segunda Guerra Mundial cuando la economía de guerra había producido un excedente de productos químicos con fines bélicos que ahora serían utilizados para la agricultura. En contradicción con la noción ecologista del término “verde”, la “revolución verde” promovió la utilización masiva de insumos sintéticos tóxicos, el monocultivo de gran escala, las semillas híbridas patentadas y una alta dependencia de la mecanización. Esta tendencia que fue promovida por los países desarrollados ha agudizado la crisis ambiental y alimentaria del planeta y beneficiado solo a unas pocas empresas que se dedican al mercadeo de estos insumos agrícolas. Hoy, a más de medio siglo de un desarrollo agrícola industrial donde se incentivó fuertemente una agricultura dependiente de insumos externos, la evidencia científica pone en perspectiva el fracaso de este enfoque mal llamado “revolución verde”. Luego de más de 50 años operando bajo este modelo de producción, modelo que descartó el conocimiento agrícola tradicional, es cuando más personas hambrientas existen en el mundo. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) 1 de cada 7 habitantes en el planeta, cerca de 1,000 millones de habitantes, sufren de insuficiencia alimentaria. Con el descarte de la agricultura campesina y el desplazamiento de comunidades rurales alrededor del mundo para el desarrollo de latifundios de monocultivo se ha perdido también el conocimiento agrícola tradicional que fue acumulado a través de miles de años. Esta pérdida de conocimiento ha sido acompañado de una pérdida material incalculable, y es que se estima que se ha perdido cerca del 75% de la diversidad de cultivos del planeta quedando la humanidad entera dependiente de unas pocas variedades para sostener su alimentación. Esto resulta en una vulnerabilidad cada vez mayor ante las malas cosechas y el cambio climático (Khoury et al., 2014). La agro-biodiversidad constituye el más importante recurso para la perpetuidad y resiliencia de los sistemas agrícolas.
A pesar de las cantidades industriales de plaguicidas promovidas en la agricultura desde mediados del pasado siglo, cuyo efecto detrimental al medioambiente fue denunciado tempranamente por el libro “Silent Spring” de la autora Rachel Carson, los problemas de las plagas, muy lejos de ser resueltos, han empeorado. Las pérdidas de cosechas, debido al ataque de plagas, son en la actualidad mayores que a principios del siglo pasado cuando no existía una catálogo tan amplio ni tóxico de plaguicidas para su control. Las pérdidas de cosechas por ataque de plagas para el año 1904 fueron de 10% (Marlatt, 1904) mientras que las pérdidas para el 2006 fueron de 18% (Oerke, 2006). Esto es debido principalmente a desbalances en el agroecosistema provocados por la aplicación de pesticidas donde por un lado se eliminan indiscriminadamente los controles naturales y por el otro se producen plagas cada vez más resistentes. Muy lejos de lograr un manejo efectivo sobre las plagas, los plaguicidas sintéticos junto a la agricultura industrial han empeorado la situación de las plagas creando un círculo vicioso de invasión-insecticida sometiendo a los agricultores a la dependencia de plaguicidas.
El desarrollo agrícola convencional ha atentado contra la propia sustentabilidad de los sistemas de producción de alimentos . El Global Assesment of Soil Degradation (GLASOD), estudio a nivel mundial que intentó dar luz sobre el estado de degradación de los suelos de todo el globo terrestre, concluyó que cerca del 38% de los suelos del mundo poseen algún grado de degradación atribuido principalmente a las malas prácticas agrícolas (Oldeman et al., 1990). Si consideramos tan solo el Glifosato, el plaguicida más utilizado en la agricultura mundial, ingrediente activo del famoso herbicida Roundup y de un sin número de otros nombres comerciales de herbicidas, nos percataremos de la magnitud de la amenaza. Se ha demostrado que la utilización de este plaguicida tiene un efecto detrimental sobre la fertilidad del suelo disminuyendo significativamente la actividad microbiana beneficiosa (Busse et al., 2001; Andrea et al., 2003; Gómez et al., 2009; Tejada, 2009; Matthew et al., 2012) e impidiendo la absorción de nutrientes esenciales para las plantas (Huber, 2010). Igualmente componentes tan importantes para los suelos como las micorrizas y lombrices son afectadas negativamente por el uso de este compuesto (Turrini et al., 2004; Springett and Gray, 1992; Piola et al., 2013). El componente biológico del suelo es, aunque a menudo ignorado, de vital importancia en la fertilidad y productividad de los suelos aportando significativamente a la sustentabilidad del agroecosistema.
El fenómeno de la desaparición masiva de las abejas experimentado a nivel mundial ha sido asociado a los pesticidas en general, pero en especial, a una nueva generación de químicos llamados neonicotinoides (Gill et al., 2012; Krupke et al.,2012). La desaparición de las abejas, a su vez, pone en peligro la producción mundial de frutas y vegetales, por ser las abejas el polinizador más importante de muchos cultivos. La Unión Europea, reconociendo esta amenaza, ha decretado una prohibición de estos plaguicidas en todo el territorio. Un estudio realizado por el USDA y la Universidad de Maryland y publicado en el 2013 encontró 35 plaguicidas diferentes en colmenas de abejas (Pettis et al., 2013). En este sentido las abejas constituyen un indicador ambiental que pone en perspectiva la presencia en el ambiente de estos ingredientes tóxicos producto de un modelo agrícola altamente dependiente de estos químicos.
Al nivel del consumidor la agricultura industrial ha tenido igualmente un efecto alarmante, pues, según señalan los propios datos la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU., el 47% de los alimentos contienen residuos de plaguicidas (FDA, 2009). Muy al contrario de lo que nos dicen los vendedores del herbicida glifosato, quienes aseguran su rápida degradación, éste ingrediente activo ha sido encontrado desde en soya genéticamente modificada para resistir aplicaciones de glifosato (Bøhn et al., 2014) hasta en la sangre de fetos y mujeres embarazadas expuestos al consumo de alimentos transgénicos asperjados con este plaguicida (Aris y Leblanc, 2011). La presencia de este ingrediente es tan generalizada como producto de una agricultura industrial dominada por las agroindustrias de plaguicidas, que un estudio realizado en Europa y publicado en el 2013 encontró residuos de glifosato en el 44% de la población (Hans-Wolfgang, 2013). Estudios científicos han correlacionado el ingrediente activo del Roundup con desórdenes gastrointestinales, diabetes, enfermedades del corazón, depresión, autismo, infertilidad, cáncer y alzheimer (Samsel y Seneff, 2013) al igual que con múltiples trastornos en procesos congénitos (Richard et al., 2005; Benachour et al., 2007; Benachour y Seralini, 2009; Gammon, 2009; Gasnier et al., 2009; Gasnier et al., 2010; Gasnier et al., 2011; Paganelli et al., 2010; Mesnage et al., 2012a; Clair et al., 2012, Mesnage et al., 2012b). Esto es solo el efecto del plaguicida de mayor utilización en el mundo. Sabemos que se utilizan cientos de plaguicidas diferentes que unidos crean un panorama muy crítico. Se estima que se aplican cerca de 5,200 millones de libras de ingredientes activos de plaguicidas anualmente (Grube et al., 2011).
Más recientemente con el advenimiento de los cultivos genéticamente modificados, los cuales representan la expresión máxima de la agricultura industrial convencional, se imponen las mismas amenazas o se agudizan aun más los problemas de la “revolución verde”. La cultivos transgénicos han resultado en una mayor utilización de plaguicidas, disminución de la diversidad genética de cultivos, promoción de “súper plagas”, y han añadido más incertidumbre a la seguridad e inocuidad de los alimentos, esto sin representar un aumento en rendimientos como ha puesto en evidencia un reciente informe sobre los cultivos genéticamente modificados del Servicio de Investigación Económica (ERS) del USDA (Fernández-Cornejo et al., 2014).
La humanidad entera se encuentra en un momento trascendental en plena crisis ambiental y alimentaria mundial. Esto nos impone una gran responsabilidad para tomar un derrotero alternativo que asegure un desarrollo sustentable con una agricultura capaz de producir alimentos abundantes y saludables y que al mismo tiempo armonice con los recursos naturales del planeta. Ante este llamado es que surge la agroecología como propuesta. El término agroecología es utilizado en ocasiones como sinónimo de agricultura orgánica pero trasciende y es mucho más integral que la etiqueta de “USDA Organic”. La agroecología es una ciencia y un sistema de producción agrícola que establece unos principios para manejar de forma coordinada y racional todos los factores que están envueltos en la producción. No es una receta, sino que ofrece las bases para el diseño de agroecosistemas saludables basados en las prácticas más apropiadas para cada lugar en particular atendiendo los aspectos ecológico-ambientales al igual que aspectos sociales y culturales. Propone trabajar el agroecosistema científicamente emulando, en los sistemas agrícolas, los procesos que ocurren en ecosistemas naturales. Además considera con la misma importancia el contexto social y cultural de la producción de alimentos velando siempre por la justicia en toda la cadena agroalimentaria. Sobre estas bases la agroecología rechaza la utilización de productos tóxicos y la dependencia extrema de insumos externos maximizando el aprovechamiento de recursos locales apostando a las capacidades del pequeño agricultor y el conocimiento campesino.
Mientras por un lado algunos gobiernos insisten en una mayor extensión del modelo de la “revolución verde” y el desarrollo de los cultivos transgénicos como culminación de ese modelo, importantes organismos internacionales como la ONU recomiendan la adopción de sistemas agroecológicos para resolver los problemas alimentarios del mundo. El relator especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación, Olivier De Schutter, concluyó en el 2010 que “los métodos agroecológicos han demostrado mejorar la producción de alimentos y los ingresos de los campesinos al tiempo que protegen el suelo, el agua y el clima; en lo que a la seguridad alimentaria mundial se refiere, el rendimiento de la agroecología supera ya al de la agricultura industrial de gran escala”. A principios del 2014 en un nuevo informe, De Schutter vuelve a insistir en un “rediseño del sistema alimentario mundial hacia modelos agroecológicos para asegurar el derecho de la humanidad a una buena alimentación libre de hambre”. Por otro lado la Comisión de Comercio y Desarrollo de la ONU, en un informe publicado a finales del 2013, urge a una “intensificación ecológica” de la agricultura “implicando un rápido y significativo cambio de los sistemas convencionales industriales altamente dependientes de insumos químicos hacia mosaicos de sistemas de producción sustentables y regenerativos”. Estas recomendaciones no son propuestas en el vacío y es que los sistemas agroecológicos han demostrado ser igual o más productivos que la agricultura convencional y capaces de alimentar la población mundial. Un estudio publicado en la revista científica “Renewable Agriculture and Food Systems”, donde se analizaron rendimientos promedios de la agricultura convencional y la agricultura orgánica en diversos rubros de la agricultura mundial, concluyó que la producción orgánica es capaz de sostener la presente población mundial e incluso una población superior a la actual (Badgley et al., 2006). De hecho, se estima que la agricultura campesina a pequeña escala sobre bases agroecológicas actualmente produce cerca del 50% de los alimentos a nivel mundial (Altieri et al., 2011). Inclusive, se estima que actualmente se producen los alimentos suficientes para alimentar toda la población mundial, siendo el hambre producto de la pobreza y de la falta de acceso a recursos y no un problema de producción. La ONU ha reconocido esto y ha declarado que “los problemas del hambre y desnutrición en el mundo no son debido a problemas de falta de producción sino a falta de acceso a los alimentos disponibles” (ONU, 1999). Precisamente la agricultura industrial ha exacerbado estos problemas de desigualdad. Por otra parte, la Evaluación Internacional del Conocimiento Agrícola, Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (IAASTD por sus siglas en inglés), que para muchos ha sido la más importante evaluación de la agricultura mundial, concluyó que el enfoque industrial altamente dependiente de insumos químicos no ofrece alternativas reales ante los retos alimentarios del planeta. Se propone una agricultura sustentable a pequeña escala como alternativa a los retos del mundo (IAASTD, 2009).
En un mundo con un clima inestable e impredecible, donde cada vez son más comunes las noticias de cosechas fallidas o el aumento en precio de los alimentos debido a grandes sequías o desastres naturales exacerbados por el cambio climático, se hace más pertinente el desarrollo de sistemas agrícolas capaces de sobrellevar y adaptarse mejor a las eventualidades climáticas como lo ha demostrado hacer la agroecología. Los sistemas agroecológicos han demostrado una gran capacidad de conservarse y reponerse tras el paso de desastres naturales como huracanes viéndose menos afectada la producción de alimentos principalmente en comunidades vulnerables (Altieri et al., 2011).
La necesidad de una agricultura alternativa surge primeramente como necesidad ante el fracaso de la agricultura industrial diseñada y controlada por las propias agroindustrias en la búsqueda de su propio beneficio a consta del bien más básico de la humanidad. Ante este reto histórico, la agroecología figura como una alternativa probada y sensata que representa la expresión plena de la sustentabilidad para producir alimentos suficientes para toda la humanidad en compatibilidad con los recursos planetarios haciendo justicia a los pueblos del mundo.
Referencias
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Fuente: http://www.80grados.net/