Periodismo y pueblos originarios
"Los pueblos originarios de diversas regiones por todo el país encontraron el modo, los modos de convertirse en sujetos de su propio destino como pueblos.... Nos han enseñado a hablar con la realidad. Se dice fácil, en un país administrado por gesticuladores."
Por Hermann Bellinghausen
El cambio fue profundo, y pareciera que repentino. Lo podemos fechar en 1992, pero ya venía ocurriendo desde antes. Los pueblos originarios de diversas regiones por todo el país encontraron el modo, los modos de convertirse en sujetos de su propio destino como pueblos. Todavía durante los fastos de la corona española y los gobiernos latinoamericanos los tomaron como tema, asunto, objeto de la celebración, perdón, conmemoración. El encuentro de 500 años, no conquista; los términos se ajustaban a los nuevos tiempos. Y resultó que a los pueblos ya les daba lo mismo. Estaban pensando colectivamente en otros términos. Aquí, en su lugar, nunca se fueron ni murieron, y ahora tomaban la palabra.
El levantamiento zapatista de 1994 y su rápida conexión con los pueblos indígenas de todo México tuvieron un efecto multiplicador extraordinario. Los pueblos ya no estaban a la cola del país, sino que tenían sus propios caminos. Por esos años se desató una cascada de escritura original en lenguas indígenas donde los pueblos, los personajes, los cantos y las historias ya no sólo eran tradición oral y nostalgia: eran creación presente, autónoma. Éste es un concepto clave en el despertar colectivo de los pueblos: autonomía; adquirió muchas manifestaciones colectivas, incluso individuales entre los migrantes. Se llama libertad. La revelación de los años 90 fue que los pueblos indígenas y sus gentes estaban por todos lados. Se hicieron escuchar bajo metralla y bajo difamación, discriminados, perseguidos. Y con los zapatistas, decenas de pueblos y tribus mexicanas adquirieron una legitimidad indiscutible, y absolutamente incómoda para el poder.
Los pueblos alzaron la voz. Ya lo venían haciendo. Entre los mixes y los tzeltales, entre los nahuas y los totonacas, entre los wixaritari y los otomíes. Al fin demostraron tener su propia opinión, que disentía de la del gobierno central, que cada día más se volvió su enemigo. De ser inexistentes en las noticias (salvo folclor o tragedia), comenzaron a ganar primeras planas y noticieros estelares, poniéndolos como trapo casi siempre, pero poniéndolos.
Ellos por su lado comenzaron a contar su propia historia, sus historias, sus urgencias y exigencias. Dejaron de pedir lo que siempre se les negaba (todo), pasaron a exigirlo. La denuncia se volvió la voz urgente. Se volvieron observadores y guardianes de sus vidas y regiones. Aprendieron a decir y escribir con claridad sus denuncias, sin intermediarios. En la vida de los pueblos hay tanta barbaridad que se debe denunciar, los pueblos viven bajo asedio, no los dejan ni respirar entre el narco, los partidos, las iglesias, las empresas de extracción, la militarización, el despojo un día sí y otro también.
Tampoco fue que se empezaran a defender de repente. Las caudas del contradictorio indigenismo institucional habían dejado una larga huella de medio siglo. El contacto con la etnología, los lingüistas, la enseñanza pública, la gestión social y agraria, y ciertas instancias de católicos progresistas, se sumaron al prolongado aprendizaje de los pueblos. Con mucho tiento, el gobierno fue soltando radios indígenas y los pueblos se empezaron a transmitir y comunicar en sus lenguas habladas. Ya operaban noticieros y mensajerías radiales. Traducían la información para sus paisanos, y de pronto las propias radios estaban contando su historia sin censuras. Los indigenistas se pusieron nerviosos, y los gobiernos estatales. Se sublevaron algunos pueblos, como los chontales. Al apropiarse de su destino y redefinir en los hechos la relación con el Estado y su posición ante él, también se vieron como dueños de los medios a su alcance. Y nacieron sus centros de derechos humanos.
El periodismo y la cultura nacionales han ganado con este paso al frente de los pueblos. Ya no sólo retratados, cronicados, documentalizados, ficcionados, interpretados, traducidos. Ellos mismos en su voz y sus decisiones participan en proyectos que los documentan y les dan presencia pública, con frecuencia global en estos tiempos. La mayoría de los medios comerciales de radio, prensa y televisión aún tratan de ocultarlos o tenerles lástima. Los pueblos usan canales alternativos, fluyen en las redes sociales, y son ellos mismos los que se narran.
Parafraseando a Carlos Monsiváis sobre los zapatistas, los pueblos originarios de México nos han enseñado a hablar con la realidad. Se dice fácil, en un país administrado por gesticuladores.
Fuente: La Jornada